Poco le queda ahí, en la biblioteca. Pero es ese el verdadero momento de homenaje. Libros, recogimiento, cero televisoras y llanto silencioso de pobladores que compartieron su cotidianidad.
Tal vez así fue mejor. Cuando llegue a Portugal el flash de las cámaras le hará sentir incómodo, tan incómodo como ya se siente al saber que quienes no fueron capaces de defender la postura de su obra, y respetar sus principios serán los primeros en lanzar un "ay" frente a las cámaras.
Pensándolo bien, se queda Saramago. Solo sus huesos se prestarán un rato al protocolo. Luego todo será cenizas que volverán a la patria chica y al Olivo de Lanzarote, para descansar, esta vez sí, en Paz.
No creyó en Dios, pero no importa. Nosotros creemos a la vez en el Supremo y en su perfección expresada en ese hijo Saramago que seguramente polemizará con él, donde se encuentren.
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