También por él mi primogénito se llama José

Cuido en casa a mi hijo José Julián, él aprovecha para ver el fútbol y seguramente pensando en los equipos y países del Mundial, se acerca a preguntarme por el gentilicio de Portugal, mientras la computadora despierta con la mala nueva pegada a la pantalla, como si quisiera desprenderse de ella y no ser cierta. Como si fuera uno de esos hechos inverosímiles, kafkianos, que dan lugar a sus novelas. La triste noticia de la muerte de José Saramago ha llegado sin aviso previo, sin que le diera tiempo a responderme un correo que le escribí nada menos que anoche, a él y a Pilar, buscando palabras de ellos porque hace algún tiempo no intercambiábamos.

Lo entrevisté largamente, escribí sobre su obra, lo acompañé dentro y fuera de Cuba, presenté algunas de nuestras ediciones de sus libros, lo visité en su casa de Lanzarote. Siento, sin embargo, que cualquier cosa que diga ahora tendrá escaso valor, que esos hechos son sólo accidentes, circunstancias que otros muchos tuvieron. Lo trascendental para mí fue Saramago mismo. Lo guardaré siempre entre los privilegios que la vida me dio.

Ah, fui, ante todo, su lector. Ya dije alguna vez que sus narraciones nos ayudaron a sobrevivir y disfrutar los difíciles 90. Cuando a finales de esa década ninguno de los hechos arriba enumerados había sucedido y nació nuestro primer hijo, le pusimos José Julián. No había comprendido hasta esta dolorosa mañana que también por él mi primogénito se llama José.