Nicolás Copérnico: el hombre que movió la Tierra de lugar

Nicolás Copérnico. Copia de una obra de 1575 de autor desconocido.

Desde que el hombre surgió como especie y tuvo conciencia de su lugar en la naturaleza siempre ha sentido curiosidad del entorno que le rodea. Mirar hacia el cielo e intentar explicar lo que vemos nos ha acompañado desde nuestros primeros pasos en el mundo.

En el afán de encontrar una respuesta se ha planteado diversas concepciones. Algunas de las más difundidas es que la Tierra era sostenida sobre el lomo de cuatro gigantescos elefantes o sobre una tortuga de gran magnitud, otras civilizaciones la imaginaron como un disco plano.

Desde el apogeo de los fenicios y caldeos, entre los siglos X y VI a.C, se llegó a la conclusión que la Tierra era esférica, al observar la sombra proyectada por nuestro planeta sobre la luna durante los eclipses.

Los primeros referentes

Fue Aristóteles –tomando algunas ideas de pensadores precedentes- quien en el siglo IV a.C y apoyado en una serie de razonamientos quien propuso por primera vez que tanto el Sol, como la Luna y los planetas se movían en círculos perfectos en torno a la Tierra.

Esta visión geocéntrica fue reforzada en el siglo II por Claudio Ptolomeo en su obra Almagesto y este modelo fue considerado en los siguientes siglos como el correcto. Ni los pensadores del imperio griego, romano o de los sultanatos árabes lo cuestionaron; durante más de un milenio pareció una verdad irrebatible. Para colmo, en el siglo XIII, la Iglesia Católica, imbuida en el escolasticismo la aceptó como una verdad divina y la adoptó como propia, ya que encajaba con su visión antropocéntrica del mundo.

Pero todo ello era erróneo y fue el científico polaco Nicolás Copérnico el encargado de demostrarlo ante el mundo.

Copérnico: el genio en ciernes

Copérnico nació el 19 de febrero de 1473 en Toruń, era hijo de los comerciantes Nicolás Copérnico y Bárbara Watzenrode. Cuando tenía 10 años, un golpe inesperado cambió su vida; sus padres fallecieron y quedó al cuidado de su tío materno Lucas Watzenrode, destacado religioso, quien se empeñó en que recibiera una esmerada instrucción.

Gracias a ello estudió en la Universidad de Cracovia y posteriormente en Italia. Ambos periodos serán importantes para su formación intelectual, donde va a cultivarse en matemáticas, artes y humanidades, y por supuesto en astronomía. Entrará en contacto con las ideas científicas más avanzadas de su época y estudiará el geocentrismo de Aristóteles y Claudio Ptolomeo. Esta experiencia será vital para el desarrollo de sus facultades críticas y analíticas.

En 1503 se graduó en Derecho Canónico y Medicina en la Universidad de Padua y a su retorno a Polonia sirvió de ayudante, consejero y médico personal de su tío, quien ya estaba investido como obispo de Warmia. Allí gozaría de tiempo, facilidades y recursos para su gran pasión: la astronomía.

Algo anda mal

No fue Copérnico el primero en plantearse la movilidad de la Tierra, ni la centralidad del astro rey.

En el siglo III a.C Aristarco de Samos, astrónomo y matemático griego sostuvo como hipótesis que los planetas giraban alrededor del Sol, pero en las condiciones de su tiempo histórico no podía demostrarlo. A ello se suma que parecía irrebatible la centralidad de nuestro planeta cuando se observa en el cielo el movimiento regular del Sol y los planetas, y desde nuestra perspectiva la Tierra permanece quieta.

Otros pensadores de la antigüedad, con mayor o menor acierto se plantearon el movimiento de traslación del planeta azul. Pero ninguno tuvo el eco suficiente para perdurar en el tiempo. Sobre los hombros de ellos se situó Copérnico para subir un peldaño más en la evolución del pensamiento de la humanidad.

Semanas antes de su muerte reconocería:

Partiendo de ahí, yo mismo he comenzado, también, a pensar en la movilidad de la Tierra.

En 1474 se creó el primer observatorio astronómico de Europa, en Nuremburg y a los astrónomos Georg von Peuerbach y Johann Müller Regiomontano se les encomendó la tarea de encontrar errores en los planteamientos de Ptolomeo y otras teorías astronómicas. Si bien lograron mejorar algunas concepciones la tesis geocéntrica no fue discutida. Las conclusiones de ambos científicos fueron leídas por el polaco y despertaron su interés.

Las observaciones de Copérnico lo llevaron a percatarse de las incongruencias en la teoría de Claudio Ptolomeo. El geocentrismo no daba una explicación coherente a la retrogradación de los planetas, a la existencia del equinoccio o al “movimiento” irregular de las estrellas, lo cual era más visible en el siglo XV con el desarrollo de la navegación interoceánica.

Todo ello tiene lógica en el heliocentrismo, que también explica la diferencia de movimientos que realizan planetas como Mercurio y Venus -que se encuentran dentro de la órbita de la Tierra- a diferencia de Marte, Júpiter y Saturno –con una posición más allá de la órbita terrestre-. De este modo pudo demostrar también la ubicación de los planetas descubiertos hasta el momento a partir del Sol.

Copérnico también fue revolucionario al percatarse que la Tierra en diferentes momentos del año se inclinaba sobre su propio eje y que giraba sobre él todos los días.

Sus primeros resultados investigativos vieron la luz en 1514 en el manuscrito Commentariolus y despertó cierto interés en la comunidad científica europea. Posterior a ello, sería reacio a publicar sobre sus investigaciones, pasando las siguientes décadas mejorando los cálculos y terminando de darle forma.

No sería hasta 1543 y debido a la insistencia de su discípulo George Joachim von Lauchen que decide publicar su obra bajo el título: De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de las orbes celestes). Semanas después, el 24 de mayo fallecería en su natal Polonia.

Primera edición de: De revolutionibus orbium coelestium.

El referente científico

Copérnico era un hombre de un profundo pensamiento religioso, pero también científico y era consciente de que todo el poder de la Iglesia Católica se le podría venir encima si cuestionaba el antropocentrismo. Pero en su caso pudo más la sinceridad científica. Un ejemplo de que no quiso provocar a la Santa Sede es que la obra está dedicada al papa Paulo III.

El libro no generó una reacción inmediata ni en la comunidad científica y en la iglesia católica, quien demoró casi 50 años en percatarse de los planteamientos del científico polaco. En ello influyó que Andreas Osiander, ministro luterano que supervisó el texto había insertado un prefacio –sin la autorización de su autor- en el que afirmaba que este pretendía ser una ayuda teórica para los matemáticos y no una presentación real de cómo era el universo.

No obstante, el modelo presentado por Copérnico ganó reconocimiento poco a poco, sentó las bases de la revolución científica y cambió para siempre nuestra concepción del universo. Décadas después los postulados del polaco influiría notablemente en el científico alemán Johannes Kepler, quien desarrolló en 1609, las fórmulas para predecir con resultados notables la posición de los planetas.

Al año siguiente el italiano Galileo Galilei anunciaba el descubrimiento de las cuatro lunas principales de Júpiter, reafirmando que no todos los cuerpos celestes giraban en torno a la Tierra.

En 1687 la teoría heliocéntrica recibiría otro sostén. El científico inglés Isaac Newton propuso que los planetas se movían alrededor del Sol siguiendo una fuerza a la que llamó gravedad. De esta forma describió la ley de la gravitación universal.

Nuestro país no va a permanecer ajeno a las ideas de vanguardia que circulaban por Europa, el intercambio permanente de hombres entre ambas orillas del océano lo va a impedir. No obstante, la imposición escolástica en la enseñanza sí va a retrasar durante varias décadas sus manifestaciones en la Isla.

En julio de 1797 el médico cubano Manuel J. Calves González será el primero en defender públicamente la tesis de Copérnico durante su ejercicio para aspirar al título de Bachiller en Artes. En el mismo planteaba que:

(…) el lugar principal lo ocupa el sol (…) en lo que respecta al sistema del mundo, los fenómenos se ven, se explican y acomodan mejor por el sistema de Copérnico.

Aunque fue aprobado, ello lógicamente tuvo consecuencias. En diciembre, cuando se presentó ante un tribunal de la Real y Pontificia Universidad de La Habana para otro examen fue impugnado por el pro-decano José Julián de Ayala, quien alegó que los planteamientos contravenían los reglamentos de la universidad.

Dicho conflicto escaló hacia la prensa y la intelectualidad del momento y fue solucionado con la separación de Ayala del tribunal examinador y sustituido por otro profesional. Finalmente Calves defendió trabajo y recibió el título en diciembre de 1798.

Este incidente motivó a uno de los intelectuales más preclaros del momento, el padre José Agustín Caballero a escribir en 1798 en el Papel Periódico de la Habana:

Murió para siempre el horrísono escolasticismo en Europa (...) Desaparecieron con él las negras sombras que obscurecían los delicados entendimientos. Entró en su lugar la antorcha de la verdad: el experimento. Así es en toda la Europa sabia, y así debía ser en todo el mundo. Pero ¿es así en la Habana? (…)