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Premios Lucas: cuando ya nadie se acuerda

Lucas, proyecto de Orlando Cruzata. Foto: Marianela Dufflar/ Cubadebate.

Lucas, proyecto de Orlando Cruzata. Foto: Marianela Dufflar/ Cubadebate.

Por Gisselle Morales

Las galas de premiación del proyecto Lucas, acaso el evento de su tipo Made in Cuba más esperado por los públicos, tuvieron lugar en el teatro Karl Marx de La Habana los días 28 y 29 de noviembre de 2015 y aparecieron en las pantallas de la televisión nacional dos meses y dos días después. Así, sin más.

No se paró un locutor en cámara para justificar la demora con un parlamento al estilo: “Tal y como ustedes lo solicitaron en correos electrónicos y llamadas al programa, hemos dejado añejar las galas dos meses enteros para satisfacer sus demandas”. O: “Retrasamos la puesta en pantalla de los Premios Lucas porque el único profesional capaz de editar las recurrentes muestras de egocentrismo de los Ángeles estaba de vacaciones en Europa”. No sé, algo, un argumento que no me deje la extraña sensación de que lo transmiten ahora, pero que hubieran podido transmitirlo el mes pasado y el mes que viene.

A estas alturas, ¿para qué?, me pregunto y no tengo respuesta que no sea: para enervar a los ya enervados televidentes; para dejar constancia de que nuestra televisión, la única, puede ignorar olímpicamente la inmediatez. En último caso, hasta para probar —como si hiciera falta— que eventos como ese no se ponen en vivo, una práctica al uso desde hace décadas en el resto del mundo.

Como espectáculo, lo que habían advertido los especialistas: escenografía, vestuario, iluminación, trabajo coreográfico y dramaturgia, de primer nivel; la música, sin embargo, doblada, un mal de fondo al que deberíamos estar habituados si no fuera porque a lo bien hecho es más fácil acostumbrarse. En sentido general, como opción recreativa para recoger el exceso de circulante, bien; como producto audiovisual que contribuya a formar el gusto estético, no tanto. Aunque, seamos justos, la gala en sí no es el problema, sino los dudosos caminos hacia los que el videoclip cubano ha venido derivando.

Poca experimentación, empleo excesivo de los recursos tecnológicos y un viraje marcado hacia lo comercial signan los rumbos de Lucas. Y antes de que me lapiden los más incondicionales teleluqueños, déjenme precisar: reconozco, porque Rufo Caballero se encargaba de recalcarlo en su sección El caballete, que el videoclip es un producto eminentemente comercial cuya función radica en vender —ya que hablamos en términos de mercado— un tema musical; pero me acuerdo también de que el propio Rufo Caballero exaltaba la independencia del videoclip como potencial obra de arte.

Rufo no está, lamentablemente, y en el espacio de análisis que dejó vacante ningún otro crítico ha venido a poner los puntos sobre las íes que piden a gritos ciertos audiovisuales.

Me habría encantado escuchar aquellas arengas suyas contra la cosificación de la mujer en no pocos videos de timba y reguetón —me sorprendió, por cierto, la nueva categoría en concurso: el timbatón—; contra las fórmulas manidas, los lugares comunes, el facilismo; contra los realizadores que apelan al coctel hormonal de la adolescencia para promover a un grupo de limitada aptitud melódica —Ángeles, por más señas—. Me habría encantado, sobre todo, ver cómo Rufo le diría a Paula, una de las presentadoras del espacio, que el público de Lucas no son solo los jóvenes de la farándula. Peores cosas dijo Rufo, hasta donde yo recuerdo.

Que el videoclip cubano se acomode por día en los circuitos internacionales del género no debería implicar, necesariamente, que cojee de la misma pata que criticamos en los audiovisuales de factura extranjera. Los criticamos —hay que ser justos— como quien señala la paja en el ojo ajeno, porque luego la televisión nacional transmite obras no menos chatarras que las que nos llegan de afuera.

Peor aún: la televisión nacional se da el lujo de transmitirlas dos meses después, cuando ya nadie se acuerda.

(Tomado de Escambray)