Vuvuzelas en La Habana

Por Luis Alejandro Yero, estudiante de Periodismo de la Universidad de La Habana

La gran final latinoamericana pasó a convertirse en otra de las ilusiones marchitas. Para un continente acostumbrado a soñar y constantemente ver rotas muchas de sus utopías, no quedó más que la resignación. La promesa africana también terminó en el banquillo de los perdedores. Quedó el Viejo Continente y menos algarabía entre las gradas. La afición más bullanguera parece haberse retirado y, en su lugar, los europeos ocupan mayoría en el estadio. ¿Ha notado que el ruido de las vuvuzelas ha disminuido sus decibeles?

Sin dudas, esta edición se recordará como el Mundial de los zumbidos. Hasta en Youtube ha surgido una opción para escuchar el sonido del instrumento y así extender el espíritu del Mundial hasta los millones de videos que reposan en la red. El mundo ha protestado por el ruido que brota de la euforia en las gradas e, incluso, algunos han pretendido prohibir las vuvuzelas. Enseguida saltaron los sudafricanos y defendieron su identidad cultural.

En medio del ambiente futbolístico no puedo dejar de soñar: ¿Cómo sería un Mundial de Futbol en La Habana? ¡¿Se imaginan?! ¿Sería igual de escandaloso? Creo que hasta peor. En Cuba la inventiva popular ha creado toda una miríada de instrumentos musicales en cuestiones deportivas, algunos simples y toscos, otros más complejos y sofisticados. Si usted nunca ha visto una bomba de aire integrada a una trompeta, venga a un partido de pelota en cualquiera de los estadios del país y asómbrese con la maravilla.

Los tambores de nuestros ancestros africanos han encontrado en el deporte su extensión sonora. La música que emana de los partidos muchas veces se asemeja a los toques batá que oigo en mi barrio durante las celebraciones religiosas. Un gigantesco canto a los orichas nace de los impetuosos golpes, como lo hacían nuestros ancestros en sus edénicas selvas. Ochún, Changó, Yemayá vibran junto al vaivén de las anotaciones y el alboroto de los estadios.

Silbatos y cornetillas de cumpleaños sazonan la percusión. Los sonidos de banda militar se mezclan con los gritos, las palabrotas de indignación ante una mala jugada o los estribillos pegajosos que la muchedumbre inventa. Los ritmos con aires domésticos enriquecen la descomunal orquesta: calderos y cucharas crean un repiqueteo metálico que varía sus notas de acuerdo al tamaño y forma de los pertrechos de cocina reconvertidos en su nueva función.

Para mi sorpresa, hoy en la mañana escuché un sonido familiar, y a la vez desconocido. Pensé que era el televisor, pero no. Bajo el balcón de mi casa desfilaban muchachos de rostros pintados con los colores de la selección alemana, y entre ellos, sobresalía una vuvuzela que despertaba a todo el reparto con sus alaridos. No sé cómo llegó hasta este humilde barrio del Cerro habanero.

Imaginen ese alboroto distribuido por cientos de millones de receptores. El escándalo insular fragmentado, repartido, desbordando radios, televisores, computadoras, de toda la humanidad. ¿Qué dirían los locutores de espíritu reposado? De seguro las televisoras procesarían el sonido a través de filtros de lenguaje binario para convertir la bulla en un sonido limpio, sin mezclas, ni tambores, cornetas, timbales o calderos que puedan alterar las ondas sonoras. Así han hecho con las vuvuzelas. En fin, ellos se lo perderían.