"Los combates de Baby William", un libro para llevar (+ PDF)


Cubadebate les ofrece en exclusiva Los combates de Baby William, un libro de Alberto Alvariño Atiénzar que usted puede descargar en nuestra web y que registra el testimonio apasionante de Guillermo Ginestá Almira, Baby William, ex boxeador profesional cubano.

Por azares de la historia, el 28 de octubre de 1959, William recibe la misión de custodiar el aeropuerto de Camagüey y allí estaba junto al Cessna donde viajaría Camilo Cienfuegos. Antes de que este emprendiera el fatídico vuelo, William intercambió un saludo, el último, con el legendario Comandante guerrillero.

PREFACIO: TESTIMONIO DE UN PELEADOR

Por Alberto Alvariño Atiénzar

Conocí a Guillermo Ginestá Almira, Baby William, a mediados del año 1956, cuando, con apenas 12 años, me iniciaba como aprendiz en la entonces imprenta Lavernia, situada en el reparto La Vigía, en la ciudad de Camagüey.

William mostraba frescas aún las huellas de un boxeador profesional. Había desarrollado una intensa campaña entre los años 1948 y 1954, que lo llevó a enfrentarse a destacados púgiles nacionales y extranjeros, incluido el estadounidense Carmen Basilio, quien llegó a ostentar la faja mundial de los pesos welterweight y middleweight.* Aquello fue para él un lustro de inolvidables enseñanzas.

El testimonio que William nos ofrece en estas páginas, en primer orden, es la historia reveladora de una sociedad que quedó definitivamente atrás en Cuba el 1ro. de Enero de 1959. Un mundo de injusticias, pasado por el prisma y la reflexión de un hombre humilde que adquiere una prover- bial sabiduría en sus combates cotidianos por sobrevivir y ser mejor.

Aquí no es necesario el adjetivo que engrandece y edulcora. Hablan, sencillamente, la voz, la memoria y el corazón de William. A través de un aleccionador relato, nos cuenta cómo se abrió paso, desde niño, en la venta de periódicos, alternada con los estudios primarios en Santiago de Cuba, y su lucha frente a la adversidad y al intento de abuso por quienes le superaban en edad y posibilidades físicas.

Su llegada a Camagüey, en busca de nuevos horizontes, marcó una etapa definitiva en su vida en el dominio de las artes gráficas, en su carrera boxística y en su contribución revolucionaria. William es uno más de esos cubanos anónimos que compartieron y comparten su vida profesional y familiar con el deber ético de hacer algo útil por la patria.

Bajo la influencia y la forja de sus padres, sobresale en él la humildad y la sencillez desde sus inicios en el boxeo, y el rápido ascenso que alcanzó a fuerza de sacrificio y coraje. Fue la necesidad, más que la vocación, quien lo subió, casi sin darse cuenta, sobre un cuadrilátero. Y fue el amor quien lo bajó a tiempo del ring, poco antes de que se convirtiera en un despojo humano.

Posiblemente, si durante su inicio en el deporte de los golpes hubiese contado con mayores enseñanzas y no se hubiera abierto paso por sí mismo, su técnica habría sido más refinada, la vida boxística más extensa, y el récord alcanzado -indudablemente destacado- superior; pero aun en las mejores circunstancias habría sido más explotado por el deporte rentado, del cual se retiró sin recurso económico alguno.

Conmueve y alecciona ver cómo lo hicieron subir al ring con fracturas y cirugías recientes. Fue una suerte de mercancía, reservada con frecuencia para los combates estelares en los más de 60 programas en los que intervino. Su testimonio es una de- nuncia al desprecio de los hombres y su explotación, y persuade sobre el camino errado de los que traicionan, se venden y sueñan con un futuro negado incesantemente en la vida de extraordinarios púgiles que ganaron millones de dólares, escalaron la gloria y murieron en la miseria, víctimas del propio sistema que los creó.

Baby William retornó definitivamente a Camagüey en 1954. Llevaba en los puños 42 victorias, 4 tablas y 17 derrotas. Había perdido los últimos combates y evidenciaba un agotamiento físico debido a la explotación indiscriminada a que lo sometieron en tan corto período de tiempo. Cuando regresó -para suerte suya- encontró a su pareja de toda la vida y, finalmente, decidió volver al oficio gráfico, una de las más preciadas herencias familiares.

Fue entonces cuando lo conocí. Aún era explosivo y a veces lucía aturdido, irreflexivo; otras veces, como para llenar un vacío, volvía a ser un niño juguetón y burlón. Tuvimos una desavenencia por razones de trabajo, que quedó zanjada definitivamente meses después y dio paso a una amistad y estima que nos enorgullece.

Su combate posterior lo sostuvo luego con la colabora- ción en la propaganda clandestina, en la cual unimos esfuerzos. Yo no había tenido el privilegio de verlo sobre el ring, pero lo conocí asumiendo riesgos, modestamente, para que el pueblo de Cuba ganara su más preciada batalla: la libertad.

Mientras escribía esta historia rememoré los días cuando salíamos del trabajo y avanzábamos por República, ar- teria principal de la ciudad. A lo largo de la travesía muchos le saludaban por su nombre boxístico de Baby William, y él correspondía efusivo, risueño, amistoso. Comprobé que gozaba de popularidad y que existía gran afecto entre él y el glorioso velocista Rafael Fortún, a quien me presentó una tarde como su amigo.

Baby William, ha sido fiel a tres principios que ha abrazado con todas sus fuerzas: la patria, la familia y las ideas. El presente testimonio confirma su apego invariable a esos conceptos que lo sostienen y le dan vida.

En este recuento, el lector tiene a su disposición una vida edificante. Y los jóvenes, de manera especial, podrán acercar- se a una Cuba que no conocieron y les parece distante. Baby William, afortunadamente, todavía vive para contárnosla en primera persona.

En la sala de su modesta y vieja casa camagüeyana me reencontré con este hombre que vi por primera vez hace casi cinco décadas y media.

Mantiene el cuerpo erguido a pesar de sus 81 años. Es delgado y se nota saludable. Su físico no puede ocultar las huellas y los rigores de la práctica de un deporte de combate. Muestra lucidez, elocuencia al hablar y es coherente en sus ideas. Su pelo, encrespado, está cubierto de canas. Se mueve con rapidez: se levanta, se sienta, como quien no ha perdido la inquietud y velocidad que lo caracterizaban encima del ring. No era un pegador, pero lo compensaba con su rapidez y agresividad.

Ir a su encuentro es como pactar un viaje con la historia. Para cada oración que pronuncia, William tiene a mano una muestra convincente: un recorte de periódico, una revista, una foto, un cartel, el programa de un combate, o el más inimaginable documento que avala su testimonio. En sus palabras no hay asomo de alarde ni de presunción, sino modestia, criollismo, cubanía a flor de piel y el propósito de exponer sus experiencias, incluso cuando los años transcurridos pudieran ceder espacio a alguna fantasía o imprecisión involuntaria.

Lo que leerán a partir de aquí, bien podría parecerles una vida escapada de algún guión cinematográfico. Les aseguro que es la auténtica, apasionada y aleccionadora historia de un hombre que ha vivido intensamente para narrarla.

* Welterweight: división de peso welter, hasta 147 libras (67 kg); middleweight: división de peso mediano, hasta 175 libras (75 kg).

ÍNDICE

Prefacio / Testimonio de un peleador

Capítulo I / Santiago de Cuba (1930-1940)

Capítulo II / Camagüey, 1948

Capítulo III / Camagüey, 1954

Capítulo IV / Camagüey, 1958

Epílogo / Último round
Testimonio gráfico

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