Agua, mucha agua en el infierno

Millones de años atrás lo que hoy son cumbres de mogotes en Viñales, fueron islitas del mar Caribe; todo el valle se encontraba sumergido en agua. Un poco más sabido: el 70 por ciento del cuerpo humano está compuesto de ese líquido. Sin embargo, ninguna de estas petulantes aseveraciones científicas, por muy relacionadas que estén con el lugar donde viven y su propia anatomía, sirve para explicar el misticismo y poder que otorga al agua una pequeña comunidad de campesinos casi escondida y aislada entre las montañas viñaleras: Los Acuáticos.

Ninguna de esas sirve, y probablemente ninguna otra lo hará, porque cuando la cuestión es de fe pocos ceden ante los argumentos de las ciencias. Según ellos, varias y a la postre longevas generaciones, han demostrado que basta con agua para curar cualquier enfermedad o dolencia.

Cuenta Ricardo Álvarez, historiador de Viñales, que “el inicio de esta tradición está registrado en periódicos que datan de la década del 30 del pasado siglo y no se originó en el mismo Valle, sino en los Cayos San Felipe, una comunidad rural también ubicada en Pinar del Río”.

Según Álvarez, tras una revelación divina, Antoñica Izquierdo logró salvar a uno de sus hijos más pequeños solo sumergiéndolo en un manantial de la zona. El pequeño, que contaba con dos añitos en aquel entonces, había sido diagnosticado con severas imperfecciones pulmonares que le acarrearían la muerte más temprano que tarde. Aquella noche altísimas fiebres parecían sentenciar el final anunciado.

El comienzo de la creencia acuática, calendado a partir del aquel suceso, permite inferir que otros soles vería el hijo de Antoñica, quien en un segundo “designio divino”, fue encomendada a ayudar y sanar a quién lo necesitara solo con el poder del agua. Pronto la casa de la mítica mujer se convirtió en destino de peregrinación para enfermos; y alrededor de su creencia se consolidó una comunidad de nuevos practicantes.

Podría haber quedado esa veneración al líquido vital como único y más distintivo sello de aquel grupo. Sin embargo, altercados con políticos de la época y acusaciones que la llevaron incluso a procesos penales derivaron en que Antoñica se deshiciera de su cédula de identidad, deslegitimara cualquier filiación político-social y renunciara a servicios médicos profesionales, así como de educación. Sus seguidores tomaron la misma postura.

Lecturas recientes, anhelos pasados y oportunidades insospechadas me colocaron por estos días al pie de la Sierra del Infierno, en el Valle de Viñales, donde aún hoy se congregan parte de las reminiscencias de aquella comunidad, antaño numerosa, que veneraba al agua como elipsis de la sanación.

En estos actuales y disminuidos grupos familiares persiste la principal característica de los acuáticos: el agua como único y milagroso remedio. El desvinculo con órganos e instituciones sociales así como la no tenencia de documentación identitaria, también.

Fuera de ello, y más allá de los toques fantásticos y místicos que la misma historia encierra y el tiempo ha potenciado, los acuáticos de hoy conforman una comunidad rural típica.

Debo confesar, realizar este trabajo ha sido una experiencia reveladora. La primera vez que escuché hablar de Los Acuáticos fue en 2013, cuando cursaba el segundo año de la carrera, y en ese entonces incluso viajé con mi grupo a Pinar del Río para conocerlos, lo cual nos resultó imposible. Ya en aquel momento, y hasta ahora, había conformado mi propia imagen mental de aquella comunidad: una suerte de tribu escondida, enfadada con el mundo, integrada por hombres y mujeres de piel tostada ajena a la existencia de otras realidades.

Sin embargo, y precisamente en eso radicó mi revelación, son tan corrientes como cualquiera de nosotros. Quizás, como comunidad, sean un tanto más esquiva y voluntariamente aislada que el resto, pero con la enorme nobleza y bondad que caracteriza al cubano de campo.

Secta no es la palabra para describirlos, grupo religioso tampoco. Son sencillamente una comunidad apacible, que como usted y yo, tiene su propia espiritualidad; pero que en su caso está profundamente ligada a los poderes curativos y preventivos de ese tesoro líquido: el agua.

Actualmente la comunidad de los Acuáticos tiene dos asentamientos principales: uno en San Cristóbal, Artemisa y otro aquí, en la Sierra del Infierno, ubicada en el Valle de Viñales. En la imagen puede identificarse una pequeña casa en la ladera de los mogotes que perteneció a Félix Rodríguez, primer acuático asentado en esta zona. Foto: Darío Gabriel Sánchez García/CUBADEBATE.

Las casas que conforman la comunidad de acuáticos de Viñales se encuentran en diferentes niveles de la ladera de la montaña. Acceder a algunas de ellas, o desplazarse de una a otra, implica recorrer enrevesados senderos con pendientes agudas en determinados tramos. Foto: Darío Gabriel Sánchez García/CUBADEBATE.

La primera de las casas que encontramos en el ascenso pertenece a un matrimonio de acuáticos que prefirió no ser fotografiados o entrevistados para este trabajo. Foto: Darío Gabriel Sánchez García/CUBADEBATE.

Unos 400 metros sendero arriba, vive Antonio Rodríguez y su esposa. Ambos acuáticos. La meseta donde ubicaron su vivienda tiene el espacio justo para la pequeña casa de madera, un patio trasero y un jardín lateral para el cultivo. Foto: Darío Gabriel Sánchez García/CUBADEBATE.

Antonio ha vivido toda su vida en la Sierra del Infierno. Como la mayoría de los miembros de su familia nació entre las montañas, sin asistencia médica. Tiene hoy 62 años y asegura haberse curado varias dolencias y enfermedades solo con el poder curativo del agua. Foto: Darío Gabriel Sánchez García/CUBADEBATE.

Como muchos otros campesinos de nuestro país, Antonio, además de cultivar los productos que consume, se dedica a la cría de animales de granja. Foto: Darío Gabriel Sánchez García/CUBADEBATE.

Según la tradición acuática, para notar los efectos curativos y preventivos del agua los practicantes deben darse cantidades impares de baños en el día, consumirla en abundancia y aplicarse fomentos o vendajes húmedos en caso de dolor o lesión. Foto: Darío Gabriel Sánchez García/CUBADEBATE.

Antes de continuar el recorrido, Antonio nos muestra una de las pocas fotos existentes de Antoñica, la primera acuática. La mítica mujer murió en 1945, tras ser enviada por políticos de la época a los que hacía resistencia al hospital siquiátrico de La Habana Comandante Doctor Eduardo Bernabé Ordaz Ducunge, más conocido como Mazorra. Foto: Darío Gabriel Sánchez García/CUBADEBATE.

Más arriba encontramos un sitio peculiar dentro de la comunidad. Un bar rústico-mirador donde se venden bebidas refrescantes a aquellos aventureros que deciden adentrarse en la Sierra del infierno. Foto: Darío Gabriel Sánchez García/CUBADEBATE.

Con las primeras luces del día Félix Chávez comienza su travesía ascendente hacia el mirador. Aunque el pequeño negocio que encumbra la Sierra pertenece a su sobrino, en ocasiones él asume el trabajo. Foto: Darío Gabriel Sánchez García/CUBADEBATE.

Pasa los días a la espera de algún cliente. Semanas enteras han transcurrido sin que alguien visite el bar-mirador. En esos días de acentuada soledad, no le queda por hacer mucho más que escudriñar el valle que se expande a sus pies en busca de algún rincón que no tenga ya memorizado. Foto: Darío Gabriel Sánchez García/CUBADEBATE.

En la pequeñita cocina que tiene la casita mirador al fondo, él mismo prepara las bebidas que le hayan solicitado sus ocasionales visitantes. Incluso ahí insiste en llevar el casco, dice que es una vieja costumbre de cuando trabajaba en el monte. “Siempre hay que cuidarse, en cualquier lugar aparece un palo atravesado”. Foto: Darío Gabriel Sánchez García/CUBADEBATE.

Tal y como al resto de familias de la comunidad, el agua llega a través de un acueducto rústico realizado por ellos mismos, un sistema de mangueras que se pierde entre las malezas de la sierra y que tiene su suministro en el manantial que brota en la cima de la montaña. Foto: Darío Gabriel Sánchez García/CUBADEBATE.

En un rincón Félix tiene la hamaca y cuando nos despedimos se “tira” un rato. El ajetreo parece haberle cansado. Ahí pasará otras horas, y luego días, semanas; hasta que otro curioso llegue y le pida una limonada, una de esas que él prepara con la misma agua que en ocasiones, asegura, le ha salvado la vida. Foto: Darío Gabriel Sánchez García/CUBADEBATE.