“El anochecer comenzó y ya casi no pude distinguir más que los pálidos fantasmas de los muros y columnas. Lo solitario de la situación, la serenidad del crepúsculo y la grandeza de la escena inundaron mi mente de pensamientos espirituales. La visión de una ilustre ciudad desierta, el recuerdo de tiempos pasados, la comparación con el presente, todo se combinaba para elevar mi corazón con sublimes meditaciones.”
Este es el efecto que le causó Palmira, la antigua Tadmor, la novia del desierto, a uno de sus más ilustres visitantes, Constantin François de Chasseboeuf de La Giraudais, más conocido por su seudónimo de Volney y hecho conde por Napoleón.
Su libro Las ruinas de Palmira o meditaciones sobre las revoluciones de los imperios ofrece una reflexión sobre la decadencia de los poderes del mundo que cobra hoy una nueva, terrible actualidad, tras la irrupción del Estado Islámico en la vieja y sufrida ciudad caravanera nacida en un oasis alrededor de la fuente Efqa y demediada entre dos poderosos imperios, entre Roma y Partia, entre Occidente y Oriente.
Parece mentira que la otrora opulenta metrópoli —engordada en una gran ruta comercial entre el Golfo Pérsico y el Mediterráneo—, que desde hacía siglos, tras sufrir guerras, asedios y mil dramáticas vicisitudes, se mecía en una bien ganada paz que parecía ya eterna, vuelva a ser atacada como en su día lo fue por las legiones de Aureliano que aplastaron el sueño de Zenobia, esa reina que se decía descendiente de Cleopatra y desafió al imperio de Roma. Cuentan en Palmira que la soberana se bañaba en la fuente sulfurosa para mantenerse joven como una Erzsbét Báthory de las arenas.
La visión de las ruinas de Palmira, la de las diez mil columnas, la del delirio de las caravanas, es una de las mayores experiencias estéticas que se pueda disfrutar.
Bajo el cielo eternamente azul, de un azul profundo, luminoso, las ruinas producen un efecto indescriptible de serenidad. Más allá de su belleza, el lugar es por supuesto un verdadero parque arqueológico de más de diez kilómetros cuadrados con numerosísimos puntos de interés.
Al este Palmira está dominada por un promontorio rocoso sobre el que se encuentra el impresionante castillo árabe de Fakhr ed-Din, con la parte más antigua datada en el siglo XII. También fuera de la ciudad y sus muros están las necrópolis.
En una de las colinas arenosas que rodean la ciudad pueden visitarse las impresionantes tumbas en torre que brotan de la tierra como colmillos oscuros. En el otro extremo, cerca del palmeral, existen varias tumbas subterráneas en forma de T, con sarcófagos, relieves y policromías, como la de la familia Artaban —del siglo II, con 56 nichos—, o la llamada de los Tres Hermanos; algunas en curso de excavación por una misión japonesa. Se calcula que solo se ha excavado el 60% de Palmira.
(Con información de El País)