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Robles blancos alegran La Habana: Para ser amados necesitamos ser nombrados

Foto: Ladyrene Pérez/ Cubadebate.

Foto: Ladyrene Pérez/ Cubadebate.

La Habana está invadida ahora mismo de robles blancos que alegran casi cualquier lugar al que se mire, no importa si es una calle que sale al Malecón, un parque o una esquina atravesada por un latón de basura. El de la bicicleta pasa y ni se da cuenta de que camina sobre una lluvia de flores. La gente va y viene con ajetreado paso mientras le caen encima botones rosados. Un gorrión sacude las alas antes de echarse a volar y avienta millones de minúsculas partículas de polen. Hay alfombras tornasoladas sobre el césped de la ciudad. ¿Quién dice que en Cuba solo hay dos estaciones, el verano y el invierno? Deténgase aquí y véalo. Es mayo y tenemos primavera.

Por Pablo Urbano, especial para Cubadebate

Una muy querida amiga psicóloga que se distingue por dar buenos consejos me recomendó hace años un libro titulado en inglés “59 seconds: think a little, change a lot”. El consejo lo acompañó de una versión electrónica del mismo para que comenzara a leerlo tan pronto como deseara. Aunque soy bastante escéptico respecto a libros de autoayuda que prometen hacerte feliz y resolver todos tus problemas con ilustraciones en colores incluidas, seguí su consejo y leí y releí el texto. Desde que comencé a leerlo me di cuenta de que se trataba de algo diferente aunque el título tenía cierto tufillo.

Tal como siempre ha sucedido con las recomendaciones de Mary, como le llamamos cariñosamente a nuestra psicóloga, el libro es excelente y a partir de entonces vuelvo sobre él a cada rato. Existe una versión en español del año 2010 titulada 59 segundos: piensa un poco, cambia mucho.[1]  Habría que ver si el texto en español está disponible en formato digital. En tal caso, creo que “vale la pena” buscarlo y leerlo. Pido disculpas de antemano al amigo Calviño pues este escrito no pretende pecar de intrusismo profesional, sino que de alguna manera expresa el respeto a los profesionales que como él contribuyen a que reflexionemos sobre nuestra vida, busquemos formas de mejorarla y de compartir esas experiencias.

Richard Wiseman, el autor, cuenta que la motivación de escribir ese libro vino tras una conversación con una amiga quien le preguntó si existían técnicas respaldadas científicamente que pudieran ayudar a mejorar las vidas de las personas en menos de un minuto. Después de hacer una amplia revisión de la literatura científica, Wiseman encontró que existían diferentes áreas donde efectivamente existían técnicas y formas de actuar respaldadas en evidencias científicas que podían ayudar mucho y rápidamente a que las personas se sintieran “más felices”.[2]

Según el autor contar con un bolígrafo, papel y un poco de tiempo son los requerimientos básicos para reducir el estrés y sentirse mucho mejor cotidianamente. Esto se logra si al ejercer la escritura, se expresa gratitud, se piensa sobre un futuro positivo y se ejercita lo que él denomina como “escritura afectiva”. Esto comencé a hacerlo regularmente desde que leí el libro y he comprobado sus efectos. Hay otras “recomendaciones” que van desde la altura de desarrollar una actitud de gratitud y ser una persona que sirve a las demás, hasta cosas más sencillas como comprar una planta para la oficina, tocar a las personas afectivamente en el hombro o apretar un lápiz con los dientes. Comparto las críticas a los enfoques conductistas que ignoran los contextos socio cultural e histórico en que nos desenvolvemos y la complejidad de lo social, pero sin pecar de ingenuidad, hay conductas y formas de actuación cotidianas que efectivamente pueden ayudarnos a vivir mejor, y que “vale la pena” ejercitar.

He hecho toda esta parábola, porque como parte de mis proyectos de “escritos afectivos”, hace días que vengo dándole vueltas a uno dedicado a un árbol que llena de flores nuestra ciudad y del cual no sabía ni siquiera su nombre común. Todos los años entre finales de marzo, durante el mes de abril y hasta ya entrado mayo se produce una explosión de flores que siempre me ha parecido un espectáculo visual muy especial y que sin embargo siento que no lo socializamos suficientemente. Es cierto que mi árbol hace todo su “performance” al mismo tiempo que otros compañeros suyos más reconocidos o para algunos más agraciados que se roban todo el espectáculo como el famoso Framboyán o Flamboyán.

Esto pudiera provocar el efecto de ocultamiento no intencionado, porque no creo que se trate de un tema de competencias desleales. El Delonix regia, que es la denominación científica de uno de los árboles más coloridos del mundo, según la Wikipedia en español[3],  tiene casi 700 mil páginas Web que responden a la búsqueda por su nombre, estupendas fotos, y un documentado artículo en la Wikipedia. Ecured, la wiki enciclopedia cubana, también tiene su artículo dedicado al rival de nuestro árbol sin nombrar. [4]

Un nombre para mi árbol

El primer problema que he tenido al intentar escribir mi “artículo afectivo” sobre el árbol “de cuyo nombre no puedo y quisiera acordarme”, es que al no saber cómo nombrarlo, me ha costado trabajo buscar información sobre él. Alguien diría pues chico eso te pasa porque no tienes Internet. Pero no es el caso. Aunque mi conexión a Internet sea lenta, estoy entre los cubanos que tengo el privilegio de conectarse de alguna forma a Internet, y confieso que soy de los que milito entre los que luchamos para que llegue a ser un derecho de todos.

Pues bien, el problema que se me presentaba es que al no tener un nombre para mi árbol, o nuestro árbol, porque muchos de los que lean esta nota estarán imaginándose cuál es el árbol, pues sencillamente no tenía forma de preguntarle a Google por él.  Y no solo a Google, porque hay muchas más formas de buscar información en Internet pero el tema estaba en que no tenía un nombre para “la cosa”. Las palabras y las cosas diría Foucault. A estas alturas seguramente ya hayan identificado al personaje porque seguro han visto las imágenes que la editora de este sitio debe haber publicado.

Pero ¿cómo se busca una imagen en Internet si no tienes alguna palabra que te ayude a identificarla? Los más avezados dirían, pues te tomas una foto del árbol y por procesamiento de imágenes y patrones pues te localizas otras imágenes que coincidan con sus características y algunas de esas imágenes seguramente está conectada con alguna página Web que habla del árbol y ahí te enteras definitivamente como se llama.

En medio de estas reflexiones medio desarticuladas que venían a mi mente cada vez que topaba con la presencia casi ubícuota del árbol florido por todos lados que pasaba pensaba recurrentemente en que se trataba de un mensajero de la primavera.

Desde pequeño me impactó mucho que a diferencia de otros países no tuviéramos más que dos estaciones; la lluvia y la seca. Nombres de por sí bastante escuetos y el segundo de sonoridad hueca. Leía con cierta nostalgia sobre el devenir de las estaciones y la maravilla de la llegada de la primavera. Por suerte tuve una maestra que entre las cosas fundamentales que nos enseñó, fue la libertad de pensar y construir nuestros mundos y llenarlos de las cosas que nos gustaban.

Con ella comenzamos a reconocer las estaciones a pesar de que los libros se empeñaran a dividir nuestro tiempo entre torrenciales aguaceros y escasos días de frio en que estrenábamos camisas de “corduroi”.  Imaginarnos la llegada de la primavera con un aguacero de mayo en el que había que bañarse porque no hacía daño y a partir del cual podíamos comer mangos sin coger un tifo no era muy romántico.

Había que inventarse la primavera de alguna forma y para eso estaban las flores. El verano no costaba mucho imaginárselo pues parecía ser la verdadera y única estación con que contábamos.

El otoño, estaba representado por algunas plantas y árboles que se ocupaban de llenar nuestros patios de hojas asegurando trabajo de limpieza pues crecí en un reparto de las afueras de la ciudad. El invierno, que no sé por qué todos los cubanos nos afanamos en creer que era más fuerte y más largo cuando éramos pequeños llegaba de alguna forma y especialmente con las fiestas de navidad que posteriormente se redujeron a fin de año y fueron cambiando su tónica hasta desaparecer la única nieve que veíamos que era la de los arbolitos de navidad.

Volviendo al tema de los “escritos afectivos” no se imaginan la cantidad de personajes y vivencias que vienen a la mente, especialmente el recuerdo de las maestras y maestros de primaria. Fui un privilegiado, y eso sí, como muchos niños de mi generación, por haber contado con maestros que nos marcaron para toda la vida. Confieso, que aunque alguno puede haberse equivocado con razón o sin razón, los recuerdos que hoy vienen a mi mente están más cercanos a la imagen que generan las flores que tienden alfombras al pie de nuestro árbol.

Como es de suponer, lo más sencillo que podía hacer era preguntar a la gente, a los vecinos, a los amigos sobre el dichoso árbol y así lo hice. También estaba la opción de consultar a través de una amiga a un especialista del Jardín botánico pero la amiga estaba para Venezuela y no tenía la forma de llamar directamente así que opté por lo más sencillo. Pero cuál fue mi sorpresa. Pues que mis primeros entrevistados, que fueron varios, no tenían un nombre para identificar al árbol que nos rodeaba.

Todos se sorprendían y me decían que claro, que era bellísimo, que es cierto que estaba ahí cada año y que sin embargo muchas veces no lo veían. Varios mencionaron al inevitable Flamboyán. Alguno incluso se atrevió a bautizarlo como Flamboyán Rosa. Un trabajador de comunales que limpiaba tranquilamente su calle, llegando a la esquina de la avenida Paseo por la Calle 19, en el Vedado habanero, me dijo que le daba mucho trabajo pero que era un árbol muy lindo. Me dijo con toda la seguridad del mundo que se llamaba campanilla y fue a mostrarme una de las flores que había caído en la calle.

Lo de campanilla no me convenció mucho, pero me sorprendió la forma afectuosa con que me trató, la luz en sus ojos cuando le pregunté por el nombre del árbol y la falta de resentimientos a pesar de que cuando las flores se pegan al asfalto se hace muy difícil recogerlas. Finalmente alguien mencionó una pista. Me dijo que el árbol se llamaba Palo Rosa. Eso de Palo y Rosa juntos suena muy peculiar, pero muy cubano. Se puede ser un Palo y al propio tiempo ser Rosa. Interesante y muy contemporáneo.

Decir rosa

En Cuba decir rosa, además de pensar en príncipes negros es recordar de alguna manera a Rosa Formés, Rosita Fornés, como escuchamos por tantos años los que crecimos entre los años 60 y 70. Esto es puro “datos enlazados” diría un especialista de la Web semántica.  Ya les contaré en que terminó el Palo de Rosa pero al menos tenía una pista.

En medio de estas indagaciones que como supondrán se dan de manera muy complementaria de las actividades del día, llegó el día de las madres. Nuestro amigo, o más bien nuestros amigos realmente se lucieron ese día. No sé si hay testimonios gráficos como para comparar pero este año inundó la ciudad.

Donde quiera que está, y está por toda la ciudad, la sinfonía de flores rosa en sus más variadas tonalidades era un regalo de día de las madres.  Había olvidado contarles que mientras hacía estas indagaciones para escribir mi “artículo afectivo” tiraba fotos a cuanto árbol de los mencionados encontraba. El problema es que las tomaba con el celular. Sí ya se. También tengo celular. Que le voy a hacer. Bueno, pues para compensar un poco, mi celular no tira fotos de calidad, así que no logré imágenes de las mejores. Algunas de las que el avezado informático hubiera mandado a procesar con un software especializado como Picasa. Si Picasa puede identificar rostros a partir de imágenes, cómo no va a identificar “un árbol”, diría el experto.

Como se acercaba el día de las madres, y tengo una cuenta en Facebook que en realidad uso muy contadas veces, pues me decidí a poner un mensaje de felicitación por el día de las madres que decía “Este árbol, de cuyo nombre quiero, pero no puedo acordarme, florece cada año como regalo de madres. Tomé esta foto ayer para compartirla con mi esposa, y todas las mamás queridas que forman parte de nuestras vidas y para todas las madres donde quiera que estén. Besos".

Para los psicoanalistas, no la compartí con mi madre, porque ni tiene Facebook, ni acaba de comprender todavía qué rayos es Internet, a pesar de que se lo he explicado muchas veces. A ella le hice un almuerzo en casa al que le puse todo mi amor. Paralelamente hice una búsqueda por Palo de Rosa y la información que encontré no coincidía con mi árbol. Mi árbol se llenaba de flores color rosa pero no era un Palo, era algo más.

Así que cuando puse la felicitación acompañada de la imagen del árbol, comenzaron los comentarios y una querida amiga que vive en Nueva York, cubana de nacimiento y que creció en Puerto Rico me respondió casi inmediatamente y con un conocimiento de causa que me sorprendió que se trataba de un Roble Blanco y que en Puerto Rico era muy conocido. Me mandó incluso la referencia de Wikipedia en español que ahora no encuentro donde efectivamente hay un artículo, escrito originalmente por un “puertoriqueño”. Digo “puertoriqueño”, porque aunque Microsoft Word se empeña en corregirme “yo siempre le he dicho así”.

Esa es una frase recurrente en nuestra familia a partir de una anécdota muy conocida entre nosotros de una de las más originales, inteligentes y lindas integrantes de la misma.  Ni les cuento el trabajo que he pasado para encontrar el “post” original en el que publiqué la foto de nuestro Roble Blanco en Facebook. Con tantos anuncios y fotos y toques y cosas de todo tipo pues se genera una longaniza de mensajes que me cuesta mucho trabajo procesar. El avezado ya mencionado me mandaría a entrenarme y mi mamá no entendería por qué perder tiempo en una cosa que yo mismo he confesado que no entiendo.

Bueno, para encontrar una definición más cercana a nuestra cultura pues me fui a buscar el ya nombrado Roble Blanco en Ecured y encontré una entrada dedicada a él.[5]  Allí dice:

Roble blanco. Árbol de la familia de las bignoniáceas, oriundo de América Central, muy utilizados en los parques y avenidas de Cuba, es muy apreciado en ebanistería, es una planta utilizada como árbol de sombra por su follaje. Tiene como nombre científico Tababuia pentaphylla (L.) Hemsl.

Sin embargo, la imagen que acompaña la entrada no se parece al árbol de flores rosadas que reconozco en nuestra ciudad.  Me sorprendió además muchísimo que nuestro árbol florido, o nuestro árbol primavera fuera un Roble, y en tal caso, un Roble Blanco y no Rosa como sus flores sugerirían. Pienso que con las connotaciones culturales de las palabras Roble y Rosa, alguien prefirió llamarle Roble Blanco para evitar ambigüedades.

Los tiempos han cambiado. No voy a hacer ahora mismo una indagación sobre la palabra Roble pero en mi sentido común y creo que el de mucha gente, roble es un nombre que se asocia con la fortaleza. Cuantas veces no hemos escuchado decir con orgullo: el muchacho es un roble. En tiempos de mi abuela, ella diría que bastante hígado de bacalao que tomó.  Desentonaría algo como: el muchacho es una Roble Rosa. Que es un Roble blanco, podría interpretarse como racista si se evoca aquello de la esperanza blanca del boxeo.

No es tan simple

Como ven, las cosas no son tan simples como parecen, pero el ejercicio de escribir con afecto sobre algo que nos ha impresionado agradablemente puede tener cursos muy interesantes. De todas maneras prometo no salirme del guión del ejercicio en el que, al escribir con estos fines debemos concentrarnos en los aspectos afectivos de la experiencia y sobre todo en explicitar afectos. A estas alturas, sigo rindiendo un homenaje a nuestro ahora roble cubano, con permiso de los botánicos y especialistas en hacer taxonomías y estudiar las plantas a quienes mucho respeto.

Justo ayer me sucedió una cosa que casi hace naufragar mi “escrito afectivo”. Iba a una gestión por la Calle 17 del Vedado y les di botella a dos señoras que se cuidaban del sol arrollador del mediodía. Como estaba con “los fenicios” prendido, enseguida que montaron al carro y dieron los agradecimientos por haberlas recogido, les pregunté si conocían el nombre de ese árbol.  La Calle 17 tiene muchos de ellos. Insisto que a estas alturas no sé aún con precisión cual es el nombre. Ambas, casi al unísono respondieron que se trataba de Robles. Robles sin apellidos. Sencillamente Robles.

Eso fue como una sacudida. Será que toda mi vida he escuchado hablar sobre los robles, me he sentado en muebles de roble, he valorado mil veces con mi esposa intentar comprar una cama de roble, de las que no suenan ni se mueven mucho por la solidez de sus maderas, y no he sido capaz de reconocerlos. Es increíble. Incluso he tenido siempre la curiosidad de como huele un roble después que intenté ver, y confieso que no logré llegar al final, la película “Roble de Olor”.  A estas alturas no he tenido tiempo de verificarlo, pero lo que parece estar claro es que efectivamente se trata de una especie de roble.

Para ponerle más a la caldosa, mi amiga Paquita, que vive en Brasil me ha mandado una referencia a la Wikipedia en Portugués donde hay una entrada por el nombre científico de algo que al menos por las imágenes se parece mucho a nuestro árbol, se trata del Handroanthus heptaphyllus[6],  y que según la entrada se conoce como  “O ipê-rosa” y que según la propia fuente afirma que ”é uma árvore brasileira”. Fíjense que en portugués árbol es femenino. Interesante. Eso parece más coherente. Este árbol a pesar del parecido, pues dice la enciclopedia citada que tiene alturas de hasta 40 metros y que crece en Suramérica. Es posible que el tamaño varía en relación con el ecosistema en que crece.

¿Roble, Roble blanco, “Roble Rosa”, “Ipê-rosa”?  ¿Tababuia pentaphylla o Handroanthus heptaphyllus? Tal vez otro. Quede la tarea taxonómica para los expertos y todos aquellos que quieran aventurarse y ayudar a nombrar a nuestro amigo o amiga.[7]  Será muy bienvenido uno o más comentarios que nos esclarezca. Recuerden que este es un ejercicio de “escrito afectivo”, así que necesitamos cierta tolerancia en la búsqueda del conocimiento pero no renunciamos a él.

Además de ser una amigo o amigo muy especial que nos regala primaveras entre la seca y la lluvia, de llenar de flores nuestros parques y nuestras calles, de ser defensor de la belleza frente a la forma en que tristemente descuidamos la ciudad y llenamos de basura las esquinas, a pesar de que le pasamos cerca y no siempre le reconocemos, a pesar de que algunos no podemos siquiera nombrarle, él o ella, está ahí para nosotros.

Está para motivar nuestra curiosidad, para que conversemos con nuestros hijos, con la familia, con los amigos, con los vecinos, con quien limpia nuestras calles.

Está también para recordarnos que la belleza hace bien y que debemos reconocerla y cuidarla. Y que la belleza es diversa, rica y que nunca sobra.

Está también para recordarnos que el conocimiento es una travesía interminable que se disfruta permanentemente.

Seguramente un botánico que lea este “escrito afectivo” tiene respuesta inmediata para nuestra pregunta y nos ayudará a reconocer y contextualizar a nuestro árbol. Los flamboyanes seguirán captando el espectáculo, porque son efectivamente así, esa es su naturaleza, pero nuestros árboles floridos rosa, nuestros robles de flores hermosas, esos magos o magas que tejen alfombras de flores sobre nuestros parques y nuestras calles, están con nosotros  y seguirán saludando a nuestras madres cada mayo. Gracias entonces a quienes los plantaron, a quienes los cuidan, a quienes nos ayudarán a nombrarlos, porque para existir, para ser reconocidos, para ser amados, también necesitamos ser nombrados.

Notas


[1] Wiseman, R. J. (2010). 59 segundos: piensa un poco, cambia mucho. RBA.

[2] Ver el capítulo de conclusiones del libro en la edición citada en inglés.

[3] Delonix regia - Wikipedia, la enciclopedia libre. (s. f.). Recuperado 17 de mayo de 2015, a partir dehttp://es.wikipedia.org/wiki/Delonix_regia

[4] Framboyán - EcuRed. (s. f.). Recuperado 17 de mayo de 2015, a partir dehttp://www.ecured.cu/index.php/Framboy%C3%A1n

[5] Roble blanco - EcuRed. (s. f.). Recuperado 17 de mayo de 2015, a partir dehttp://www.ecured.cu/index.php/Roble_blanco

[6] Handroanthus heptaphyllus. (2014, agosto 2). En Wikipédia, a enciclopédia livre. Recuperado a partir dehttp://pt.wikipedia.org/w/index.php?title=Handroanthus_heptaphyllus&oldid=39721748

[7] Se recomienda buscar en Índice Internacional de Nombres de las Plantas disponible en http://www.theplantlist.org/

Foto: Ladyrene Pérez/ Cubadebate.

Foto: Ladyrene Pérez/ Cubadebate.

Foto: Ladyrene Pérez/ Cubadebate.

Foto: Ladyrene Pérez/ Cubadebate. 

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