Cine cubano, dos tiempos

 Imagen: Juventud Rebelde.

Como en otros lugares del mundo, el cine cubano debió reinventarse durante estos tiempos de pandemia, días tremendos volcados a las pantallas en las historias más diversas. Testimonios humanos y científicos que se agradecen en un presente todavía en contienda, y que las futuras generaciones valorarán como símbolo de una época negada a doblegarse.

A nivel internacional, la irrupción de la COVID-19 supuso la fractura de no pocos proyectos y el descalabro económico de empresas que, hasta entonces, habían hecho del cine el gran negocio. Aplazamiento comenzó a ser la palabra de orden, junto al cierre de las salas y otras cesantías, un panorama cambiante desde hace unos meses, pero todavía bajo la amenaza de una nueva variante del virus que, esperemos, no vuelva a enturbiar sueños y rodajes.

Si bien el cine puede ser arte y espectáculo, también es industria y costos, premisas de las que ninguna cinematografía escapa. Desde tiempos inmemoriales se viene repitiendo que «hacer películas» es un negocio caro, pervertido, además, por las grandes casas productoras estadounidenses, interesadas en obnubilar a los espectadores, haciéndoles creer que el mejor cine es el de mayores presupuestos.

La vida y el arte, sin embargo, han demostrado que lo determinante es el talento, acompañado, por supuesto, del soporte económico indispensable para abrir puertas. De ahí la importancia del Fondo de Fomento del Cine Cubano, desarrollado en los últimos años y que abarca proyectos y realizaciones de todo tipo, considerados por un jurado encargado de seleccionar lo prominente y que, en su convocatoria más reciente, ha tratado de darle un empujón al cine animado.

Realizadores experimentados y otros más jóvenes, provenientes del llamado cine independiente y con una significativa participación de mujeres, están llamados a avivar una industria cinematográfica que tendrá, entre sus principales retos, la permanencia habitual en las salas de producciones cubanas, algo que se hizo habitual y demanda una labor de rescate. Ello sin renunciar a un cine que, allende los mares y no obstante las barreras de exhibición comercial existentes, se haga rentable, para lo cual se impone una diversificación de temas y tratamientos artísticos. Cine inteligente, cine de autor, cine envuelto en las complejidades más diversas de nuestros días, pero igualmente un cine que responda, en cierta medida, a las demandas de una industria necesitada de soporte financiero para crecer y seguir abriendo vías de participación.

La reciente exhibición de El Mayor, de Rigoberto López, y la cálida acogida que recibió por parte del público, vino a recordarnos una vieja deuda con el cine histórico, no obstante los títulos realizados a lo largo de más de 60 años de cinematografía revolucionaria. Un género que demanda recursos, pero que no siempre necesita del despliegue de grandes masas de extras, ni de recomposiciones exhaustivas de épocas, y buenos ejemplos hay. No es necesario decirlo todo, ni contarlo todo para expresar lo humano y artísticamente necesario de un hecho trascendente. Está por ver hasta dónde sería capaz de volar la imaginación de nuestros creadores si se estimula el reto y se abren convocatorias al respecto.

El 2022 traerá nuevos filmes cubanos a las pantallas que, a juzgar por los adelantos, deben ser motivadores. Ojalá esos, y otros por venir, sean los continuadores de un necesario segundo tiempo.

(Tomado de Granma)