Tokio en Memoria: Mijaín, el papá del turco

Mijaín y el turco Riza Kayaalp. Foto: Reuters.

La deuda de emociones, adjetivos y vivencias con Mijaín López alcanzaría para al menos dos libros. Su cumpleaños 39 este 20 de agosto motiva recordar lo que vivimos el 1 y 2 de agosto, cuando la cuarta dorada olímpica parecía rotulada desde mucho antes con su nombre. Por supuesto, el pinareño sabía que nada en el deporte es real hasta que no se pelea, no se lucha y el árbitro señala al vencedor.

Para estos Juegos Olímpicos el esfuerzo de Mijaín comenzó dos años atrás. Siempre parece más alto que los 1,96 metros de estatura, y los 130 kilogramos en la pesa antes de salir al colchón le cuesta días de gimnasio, saunas, carreras, dieta rigurosa y privaciones, porque el peso ideal en que se siente cómodo ronda los 140 kilogramos y con chicharrón y cerveza un poquito más quizás.

En la capital nipona la metodología de la competencia cambió. Tenía que vencer la báscula en dos ocasiones y no en un día como fue históricamente en la lucha grecorromana y libre. Días antes de iniciar agosto se le veía en la Villa Olímpica con la sonrisa de siempre y un pomo de agua. Apenas comía lo elemental para sostenerse. Y ahí ganó el primer gramo de oro de la medalla olímpica que impuso récord para su deporte.

El organigrama, cual ruleta rusa del deporte, puso a su principal rival en semifinales. El turco Riza Kayaalp ha sido uno de los pocos, contado con los dedos de las manos, que ha podido doblegar al pinareño en su carrera deportiva. Y para más precisión, el último que lo hizo en el 2015. Más pequeño, pero igual de valiente, subió al colchón convencido que esa noche del 1 de agosto el cubano sería una roca dura, muy dura de mover.

Mijaín diseñó su pelea. El color de la licra era azul, idéntico a cuando lo derrotó cinco años atrás en la final de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Empezó a caminar el reloj y el antillano atacó, empujó y provocó la pasividad del turco. Con su oponente en la posición de cuatro puntos marcó una acción que hubiera bastado para definir el combate, pero Kayaalp reclamó un cruce de piernas indebido del cubano y los árbitros le dieron la razón.

No obstante, nada podía hacer contra la roca de ébano, que marcó par de puntos decisivos y apenas permitía algún que otro agarrón por la cabeza. Faltando 13 segundos el turco no pudo más. Se paró en el centro del colchón y Mijaín lo desafío dándose con las manos en el pecho, al estilo más guapetón del barrio olímpico. El saludo final todos lo recuerdan. Le besó la cabeza en señal de fraternidad y agradeció a cada uno de los árbitros y jueces que habían actuado en la pelea.

La prensa cubana lo esperaba en la zona mixta. Para acceder a ella una cortina debía abrirse. Primero salió el turco, sudado, cabizbajo y sin las mínimas ganas de declarar nada. Treinta segundos después apareció Mijaín y el vozarrón estremeció el lugar: “Yo soy el papá del turco, y mientras yo esté aquí él no gana”.

Sonreímos todos. La gracia del hijo de Herradura era cierta. Solo que 19 días después, cuando celebra su cumpleaños, “su hijo, el turco”, es el único que no lo ha felicitado.

Mijaín celebra la victoria. Foto: Reuters.

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