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Las respuestas de Marx

Karl Marx. Foto. Archivo.

En algún momento y como parte de uno de los juegos de salón típicos de la época, las hijas de Karl Marx le hicieron una serie de preguntas. A modo de “confesiones”, las interrogantes servían para el divertimento frívolo, pero, respondidas por aquel genio, son una suerte de testamento de su brillantez e integridad.

Cuando le preguntaron sobre la cualidad que más apreciaba, Marx respondió: la sencillez. Casado con Jenny von Westphalen, de familia aristócrata, ambos renunciaron a cualquier lujo y vivieron con mil sacrificios, dedicados a la lucha política y a la creación intelectual. Jenny era la única persona que sabía descifrar la pésima caligrafía de su esposo, y fue siempre su primera lectora, el sostén indispensable ante todo lo que impone la vida de un revolucionario.

Pero era su idea de la felicidad la lucha, opuesta a esa otra realidad, la sumisión, que en su mente era la peor de las desdichas. La precariedad fue un precio que supo pagar por no rendirse nunca ante las poderosas fuerzas que desafió. No sorprende entonces que, cuando sus hijas lo interrogaron sobre el defecto que más rechazo le provocaba, respondiera: “el servilismo”.

Sin embargo, sabía perdonar a aquellos que otorgaban su confianza sin reflexionar. Vencer a la ignorancia, ver más allá de los mitos que sostienen el culto al dinero y a la posesión material, desentrañar los entuertos de la vida en sociedad y de la explotación del hombre por el hombre: ese fue el sino indiscutible del Moro.

Esa proeza académica, esa colosal labor investigativa que lo llevó a escribir su obra cumbre, El Capital, y un sinnúmero de artículos y ensayos sobre política, economía e historia, son la base fundamental del pensamiento marxista contemporáneo. Del mismo modo en que asumir su palabra como dogma es dañino para cualquier intento por emancipar a los pueblos subyugados del mundo, pretender olvidar su legado es un desatino irremediable.

¿Ocupación favorita?, inquirieron sus hijas: “Frecuentar bibliotecas”, respondió. Y no asombra, por supuesto. Aunque caben elucubraciones sobre qué hubiera podido hacer Marx en el mundo moderno, con todo el conocimiento universal en la palma de su mano, gracias a ese prodigio técnico que se conoce como internet.

Para Marx, el progreso científico y el histórico-cultural estaban dialéctica e indisolublemente vinculados. No extraña entonces que sus héroes favoritos fueran Espartaco, el esclavo que alzó la mano contra sus dueños, y Kepler, el astrónomo que formuló las leyes que rigen el movimiento de los planetas alrededor del sol.

Y es que en el fondo de su pensamiento hay un imperativo ético. “Nada humano me es ajeno”, reza un adagio en latín que el padre confesaría que era su favorito. Hoy el genio de Tréveris cumple 203 años, y esos imperativos éticos siguen siendo brújula moral.

Aleluya

(Poema de Ernesto Estévez Rams)

He oído que hubo una cuerda secreta

que alguien tocó, y complació al señor,

pero realmente no se trataba de la música,

la música no importaba.

Realmente iba así, un descubrimiento,

una epifanía, otra revelación, un cuarto,

un quinto, transformar al mundo,

descubrir su motor, plusvalía,

cadenas rotas, asaltar el cielo,

el rey desconcertado compone Aleluya.

Aleluya, Aleluya, Aleluya, Aleluya.

Tu fe era fuerte, pero necesitabas demostración, los viste juntos, marchar unidos, la belleza y el aura sembrando lunas.

Te ató a su lucha, te pintó un futuro, y de sus labios salió Aleluya.

Aleluya, Aleluya, Aleluya, Aleluya.

Quizás haya un algo encima, pero hemos aprendido de lo que se mueve en esta tierra, en esta tierra debe ser arreglado.

Demonios, Cohen, hoy nació Marx, el peregrino que oímos de vuelta y vuelta, como si fuera un crimen decirnos Aleluya.

Aleluya, Aleluya,

Aleluya, Aleluya.

Vea además:

A propósito del natalicio de Marx: Confesiones a su familia

(Tomado de Granma)