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Diario desde La Covadonga: Resiliencia (XIV y final)

Vuelvo a lo mismo: los domingos tienen un halo de tristeza. Quedaba un solo paciente en la sala “Mella” cuando sonó el teléfono después de la medianoche. “El señor de la cama 12 resultó positivo”, nos afirmó el doctor César y a Camila se le encharcaron los ojos. Escribí una palabrota en el chat con mi madre, mientras los médicos y enfermeras pidieron calma y recordaron que nos hemos cuidado. “Todo estará bien” ha sido un mantra durante estos catorce días de batalla sostenida.

–Socio, lava bien el vaso, que di positivo –me dijo mientras se dirigía al baño. Tiene 35 años, mediana estatura, y llegó al hospital “Salvador Allende” en la tarde del sábado como contacto directo de un caso confirmado con la COVID-19. Ingresó con tos y dolor de cabeza. Aquí no hay más opciones: la esperanza de volver a casa o la odisea de que una ambulancia te traslade hacia la zona roja de La Covadonga. Lo otro es que uno no tiene derecho a elegir. Una prueba lo define todo.

En la tarde, él me había pedido que le cargara el celular. César refutó con que no pueden tocarse las pertenencias de los pacientes. El hombre llevaba los ojos mustios.

Mientras la camilla lo trasladaba hacia la ambulancia, Pupo le dijo, con toda la bondad del mundo: “Que te mejores, amigo mío”. Se puso los guantes y cerró la habitación de la cama 12. De los 39 casos sospechosos que hemos tenido en la sala “Mella” solo uno, el último día, fue confirmado con la enfermedad. Mañana lo dirán en televisión nacional. Ya hay otra familia preocupada.

Antes de comenzar la limpieza de los baños para entregar la sala, Adrián Alejandro, el coordinador, había comentado: “Aquí he comprendido, aun más, la importancia de la vida. Hay que intentar ser resilientes”.

La doctora Mylene Vázquez, directora del hospital. Foto: Andy Jorge Blanco.

Hoy amaneció nublado. Es lunes, como el día que entramos a La Covadonga, y he vuelto a ver a todos vestidos de civil. Mylene Vázquez, la directora del hospital, viene a despedirnos, a dar –con visceral modestia– las gracias. Habla de la brigada “Henry Reeve” en Lombardía. Llora. Recuerda el inicio de la pandemia en el centro que dirige, cuando trabajaban 350 personas y hubo que proporcionarles comida, ropa, aseo, medios de protección. Todo sobre la marcha.

De pronto, señala el parque de las grandes alamedas, por donde pasaremos ahorita, aplaudiendo, cuando salgamos a cumplir la cuarentena. Menciona a Allende y a Pablo Milanés: “un niño jugará en una alameda y cantará con sus amigos nuevos”.

Mientras hablamos de la estructura del hospital, le pregunto por los casos activos con la enfermedad en la zona roja. “Tenemos once y las terapias están vacías”, afirma. Uno de ellos es el nuestro, el de la cama 12. En estas dos semanas hemos visto pacientes entrar y salir del hospital, sin embargo, este lunes ha sido distinto. Ahora somos nosotros quienes nos vamos. Otros siguen la batalla. “Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo”, escribió John Donne.

En La Covadonga llegan nuevos casos sospechosos. Mylene levanta el brazo y dice adiós. Hay mucha gente que lleva la resiliencia bordada en batas blancas.

Personal médico y de apoyo que termina su misión en el hospital Salvador Allende.

Última noche del voluntariado en el hospital Salvador Allende, de La Habana. Foto: Andy Jorge Blanco.

Andy Jorge Blanco.

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