Rita

Deslumbrante Rita Montaner, en una escena de la película Sucedió en La Habana, donde interpreta a Pura, 1938. Foto: Granma.

En opinión del compositor Ernesto Lecuona, Rita Montaner fue “el arte en forma de mujer”. Concluía el autor de Siboney: “Anunciarla era tener el teatro lleno por anticipado”. Nicolás Guillén la vio como una pequeña y gran mujer, cuya piel dorada era símbolo de las dos razas que crepitaban en su corazón y le salían a los labios en un mismo hálito de fuego. Para Alejo Carpentier, que siguió sus éxitos en París, Rita creó un estilo. Miguel Barnet es definitivo en su valoración. “Como la ola trabaja en el arrecife, así Rita pule la expresión nacional, con una gesticulación propia y una forma de cantar”.

En lo que hoy puede considerarse el primer gran boom internacional de la música popular cubana, tuvo ella un papel destacadísimo, como lo tuvieron, entre otros, los compositores Moisés Simons y Eliseo Grenet y el malogrado cantante Fernando Collazo. Impusieron el son en Montmartre y en el Barrio Latino, de París, y abrieron las puertas a la rumba y al jazz cubano, y, por tanto, los universalizaron. “No puede negarse la influencia decisiva que tuvo, el año pasado, la actuación de Rita Montaner en esta invasión de aires tropicales. Rita Montaner en los dominios de lo afrocubano resulta insuperable”, escribía Carpentier en una crónica fechada en París, en 1929.

Rita fue única. Tanto en París como en Nueva York, en México o en Buenos Aires, puso muy alto “el corazón prieto y apretado de la Isla”. Le llamaron Rita de Cuba y ya en 1942 hacía rato que era conocida por el calificativo de La Única. Rita de Cuba, Rita la Única…

“No hay tan adecuado modo de llamarla, si ello se quiere hacer con justicia, escribía Nicolás Guillén. De Cuba, porque su arte expresa hasta el hondón humano lo verdaderamente nuestro. La Única, pues solo ella, y nadie más, ha hecho del ‘solar’ habanero, de la calle cubana, una categoría universal”.

Rita fue única. Foto: Granma.

En sus actuaciones buscaba la naturalidad hasta encontrar la naturalidad misma. Su espontaneidad era fruto de un largo y paciente trabajo. Para cantar El manisero, uno de sus grandes éxitos, hizo un boceto a mano, estudió las inflexiones de la voz, dónde la voz debía ser suave y dónde, rajada y buscó en qué parte el vendedor quería enamorar a la caserita y en cuál, vender realmente su mercancía. Era genuina porque lo genuino le venía de raíz.

Aquella artista que con su simpatía sabía meterse al público en el bolsillo, era sin embargo una mujer triste y solitaria. “Ser su amigo era una prueba de fuego en la amistad”, afirma alguien que gozó de su cercanía. Acogió en su casa a Roderico Neyra, el célebre Rodney, cuando le diagnosticaron la lepra, y fue capaz de deshacerse de sus dormilonas de brillantes para sacar del apuro al empresario del teatro Martí, amenazado por los músicos con dejarle la función a medias si no les pagaba.

Rita Montaner, a la derecha, en camerino se prepara para salir a escena. Foto: Granma.

Rita Aurelia Montaner Facenda nació en Guanabacoa, en 1900. Su padre era un médico distinguido de la villa, un caballero bien plantado y extremadamente amable, y la madre, una mulata bellísima. Conformaban una familia acomodada, pero no rica. La niña estudiará piano y canto. Evidencia una facilidad extraordinaria para la música y tiene además una voz agradable y bien timbrada. Canta a capela y no requiere de entonación previa para hacerlo.

En París, Josephine Baker se cambiaba de ropa entre bastidores para no perderse la actuación de la cubana. Se mueve en lo lírico y en lo popular. Se hará aplaudir en el cine. Muy gustado fue en la radio su personaje de Lengualisa que, con sus bromas picantes, metía el dedo en la llaga de la realidad nacional para concluir con un invariable “mejor que me calle, que no diga nada” que sin embargo lo decía todo. La televisión la tuvo como una de sus figuras principales. Fue una artista, y ahí también está su grandeza, que no decayó. Murió, en 1958, en plena ascensión, como lo acreditan sus últimas actuaciones, como aquella madame Flora de La médium, de Menotti, que electrizó a los que la vieron y que evidenció que mucho podía aún esperarse de ella si la muerte no se hubiera cruzado en su camino.

Rita, la única, cautivaba a todo el escenario cuando salia a escena. Foto: Granma.

Última foto de estudio de Rita Montaner. Foto: Granma.