Arroyito

Ramón Arroyo y Suárez, el célebre Arroyito. Foto: Hotel Telégrafo.

Fue, dicen, un bandolero sentimental y algunos lo compararon con Manuel García, “el rey de los campos de Cuba”. Gozó de simpatía en los sectores populares y la leyenda lo convirtió en héroe. Ramón Arroyo y Suárez, el célebre Arroyito, jamás manchó sus manos de sangre y tuvo un sentido rudimentario de la justicia social: lo que robaba a los ricos lo repartía entre los pobres con la generosidad de un millonario loco.

Sus “hazañas” pasaron a la décima y a la música y, antes de su muerte incluso se hizo una película inspirada en su figura. El 28 de septiembre de 1928 Arroyito, con otros cinco reclusos, debía ser trasladado desde la Cárcel de La Habana, en el Castillo del Príncipe, al Presidio Modelo de Isla de Pinos. Pero Arroyito ni sus compañeros llegaron a conocer la prisión pinera.

El capitán Pedro Abraham Castells, supervisor del Presidio Modelo, ordenó su asesinato. Les aplicaron la ley de fuga en el camino en virtud del artículo 10 de la Ley Militar. Para dar visos de realidad a la supuesta evasión mantuvieron a Arroyito, durante la noche, esposado con otro recluso, a merced de la plaga de jejenes y mosquitos y lo ultimaron a balazos en la madrugada, al igual que a su compañero.

En el informe oficial que rindió sobre los hechos, el capitán Castells dice que en el lugar conocido como playa de Columpo, los reclusos, a la voz de Arroyito que los conminó a hacerlo, corrieron hacia la manigua y que los escoltas hicieron uso de sus armas. Cuatro de los penados resultaron muertos en el acto, mientras que Arroyito y Luis Díaz (Cundingo) lograron internarse en el monte. Imposibilitados de darles alcance, los soldados se emboscaron en lugares convenientes. Ya en la mañana dos soldados los divisaron en un claro del bosque. Les dieron el alto, pero ellos trataron de ganar de nuevo la espesura. “Entonces, dice Castells, se dio la orden de hacer fuego”.

El recuento de los hechos que hace Castells al presidente Machado en su informe era falso de principio a fin. La suerte del bandolero sentimental y por extensión de sus cinco compañeros de “cordillera” estaba echada de antemano.

Un hecho fortuito empujó a Ramón Arroyo a ponerse fuera de la ley y al margen de la sociedad. En su automóvil hacía viajes frecuentes entre Matanzas y Ceiba Mocha. Un día recibió un recado de la madre: su hermana se moría, y voló por la carretera desesperado con la idea de no encontrarla viva.

En esas circunstancias, sin que los frenos ni su pericia lo pudieran impedir, el carro arrolló a un niño que, imprudentemente, quiso atravesar el camino. Arroyo lo recogió y volvió hacia Matanzas con un doble pesar. El niño murió y el abogado le dijo que iría a la cárcel de todas maneras, y Arroyo, desconocedor de la justicia legal, se rebeló, manifestando que él no podía ir a la cárcel por culpa de la casualidad. Y se puso en rebeldía comenzando su carrera de secuestros y fugas, arreglándoselas de tal manera que siempre estuvo en la primera plana de los periódicos.

A partir de ahí, contar las peripecias de Arroyito resulta inútil porque todos conocen la leyenda, “que es la verdadera historia de los hombres capaces de originar leyendas”.

Tras la caída de Machado (1933) pudo reconstruirse la historia verídica de la muerte de Ramón Arroyo, Arroyito. El capitán Pedro Abraham Castell había decidido su suerte antes de que lo sacaran del Príncipe. Bajo fuerte escolta condujeron  la “coordillera” de Arroyito hasta el Surgidero de Batabanó, donde los reclusos, esposados de dos en dos, abordarían el cañonero 24 de Febrero de la Marina de Guerra. El cañonero arribó al muelle de la playa de Columpo a las cuatro de la tarde y el capitán de la nave se cansó de llamar al penal. Pero nadie acudió a recoger a los presos hasta bien entrada la noche. No se había alejado aún el barco del muelle cuando cuatro de aquellos hombres, esposados todavía, eran abatidos por tiradores expertos. A Arroyito y a Cundingo les esperaba una muerte horrible pues si los otros perdieron la vida súbitamente, ellos supieron cuál sería su destino y debieron aguardarlo bajo el acoso desesperante de mosquitos y jejenes.

En la versión oficial se aseveraba que cuatro de los reclusos de aquella “coordillera” fatídica resultaron muertos en la playa de Columpo. Que Arroyito cayó a ocho kilómetros del presidio y Cundingo, a cuatro. Sin embargo, el preso que recibió la tarea de recoger los cadáveres y conducirlos al cementerio encontró los seis cuerpos juntos en un sitio conocido por El Guanal, entre la avenida Zayas Bazán y la carretera del muelle. Solo les quitaron las esposas en el momento de colocarlos en los ataúdes.

Mas la versión oficial no interesa para la búsqueda de la verdad. La que vale es la popular, la de los presos, la que llegó hasta ellos por filtración, por las mismas imprudencias jactanciosas de los soldados asesinos, cuando alardeaban sobre el hecho para aterrar a los castigados con el ejemplo infligido a los que, como Arroyito, tanta fama tenía entre los reclusos.