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Homenaje a Isa

He estado viendo por la televisión en vísperas del 8 de marzo las historias de la abnegada contribución de decenas de mujeres cubanas a la construcción y consolidación de la nueva patria que edificamos.

He tenido la fortuna de no solo haber conocido, sino de haberlas tratado y de haberme beneficiado, de la actuación ejemplar durante varias décadas de mujeres cubanas sumamente conocidas por su trascendencia en la conquista y consolidación de la nueva patria que hemos logrado establecer. Me refiero a Melba Hernández, Haydee Santamaría, Celia Sánchez, Vilma Espín y muchas otras.

No puedo dejar de recordar a mi abuela mambisa Isabel y a otras contemporáneas conmigo como Norma Porras, única sobreviviente del combate más violento en la capital en que su compañero Machaco Ameijeiras peleó hasta la última bala y fue ascendido póstumamente a comandante y a otras muchas mujeres valientes que conocí en los tensos momentos de la lucha contra la tiranía.

Pero en estos días recuerdo con particular emoción a una mujer que quien la valorara por su pequeña estatura, voz atiplada y aparente debilidad física, no podía imaginar cuanta fortaleza, inteligencia, sagacidad y valentía albergaba en su mínimo cuerpo femenino.

Me refiero a Isa y su farmacia que están insertadas en la heroica lucha de los combatientes capitalinos.

No sé cómo aprendió a ser una conspiradora sumamente organizada, sagaz, discreta y a la vez tierna y capaz de aconsejar a jóvenes audaces, pero a veces inexpertos, formas de actuar  más eficientes.

Después del desembarco del Granma y durante casi un año y medio, en el mismo centro del Vedado, en L entre 23 y 21, su farmacia y su casa, fueron un centro de conexión de la dirección provincial del MR  26 -7 y del jefe de los grupos de acción  con sus combatientes.

Al pensar en eso ahora parece increíble que los servicios secretos de la tiranía no hubieran detectado tanta actividad subversiva en tan céntrico lugar y pienso, al reflexionar décadas después sobre eso, que la capacidad organizativa de Isa no puede disociarse de ese asunto.

Tenía códigos crípticos para recibir y dar mensajes. En mi caso recuerdo que cuando me llamaba a la sala Gálvez del Calixto García, me decía “doctor, el medicamento que estaba buscando ya me entró”  Me había instruido que cuando me dijera doctor, y sabía que me gustaba, cualquiera que fuera el recado, significaba que debía ir con toda urgencia a la farmacia.

Cuando el Gallego Franco tuvo que enfrentarse en un tiroteo memorable al traidor Calviño en la puerta de la farmacia, en septiembre de 1957, eso dio fin al rol de aquel increíble centro de contacto.

Isa fue detenida después y Sergio González, El Curita, cuando ella salió del vivac de mujeres de Mantilla, le ordenó exilarse. Confesó a sus íntimos que cumplió esa indicación contra su voluntad pues Sergio ya había sido asesinado y fue la última decisión  que le orientó en vida. En Mexico prosiguió con la misma humildad e idéntica capacidad organizativa y con renovado instintivo y espíritu unitario aunando voluntades en el exilio.

Cuando retornó después de la victoria, perdida ya su farmacia, no acudió a ver a ninguno de los ya victoriosos comandantes que conoció  y se sumergió discretamente en laboratorios farmacéuticos donde por sus conocimientos técnicos, su pericia y eterna abnegación, conquistó nada menos que el título de Heroína del Trabajo.

Retirada por problemas de salud pero incansable e insoportablemente activa, en su barrio fue elegida delegada de circunscripción y por sobresalir relevantemente en esa actividad fue elegida diputada en 1976 a la Asamblea Nacional del Poder Popular, ANPP, donde se destacó por su perseverante actividad durante 10 años.

Nada mejor en su despedida del parlamento que lo que le dijo Fidel a su oído cuando subió a la tribuna acompañada de los aplausos de los diputados y lo saludó “Isa, te extrañaremos”

Ya enferma, como vivía cerca del cementerio de Colón, hasta su fallecimiento, no hubo actividad de recordación a mártires o compañeros caídos, donde no estuviera en una esquina, diminuta y apartada con su discreción eterna y con su ajado uniforme de miliciana, recordando a “sus muchachos”.