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Bailando con el disparate

Estados Unidos destina 738 400 millones de dólares, de los cuales 71 500 millones se destinan a operaciones militares fuera de sus fronteras. Foto: Alex Brandon/AP.

Habrá que coincidir con las afirmaciones de Donald Trump cuando el presidente valora el nuevo presupuesto militar norteamericano. “Esto es un récord de todos los tiempos en la historia de nuestro país. Es la mayor cantidad que alguna vez hemos gastado” en la materia, dijo ufano y como si estuviera anunciando algo ventajoso para el desarrollo del país y su sociedad o para el mundo, que en este viven.

Se trata de 738 400 millones de dólares, de los cuales 71 500 millones se destinan a operaciones militares fuera de sus fronteras. ¿Dónde? Pudieran ser plazas como Siria, donde  el magnate anunció iba a quedarse en zonas de sensibilidad petrolera. En ese país árabe ya se invirtieron elevadas sumas en operativos contra el Estado islámico extrañamente ineficaces. La ayuda rusa e iraní post Obama y Trump, probó lo posible de deshacerse de los terroristas y liberar las zonas ocupadas, en menos tiempo y sin tanta prosopopeya.

Fuera de los prolongados escenarios de guerra desatados por la propia Casa Blanca, dígase, resumiendo, Afganistán e Irak, los expertos sitúan el impulso dado por el Pentágono a las armas de largo alcance y a los  nuevos sistemas de reconocimiento, diseñadas, en específico, para eventuales conflictos con Rusia o China, quizás ambas.

Sobre esos países y pese a puntuales (y dudosos) acuerdos con el gigante asiático en el orden comercial, Washington emplea otro tipo de armamento  a través de sanciones y pugnas  a semejanza de la establecida contra grandes corporaciones chinas (Huawei) o para impedir la terminación de los gasoductos rusos Nord Stream 2 y TurkStream.

No son medidas defensivas, sino evidentes resortes de competencia desleal buscando perjudicar determinados negocios en favor propio y no por medio de excelencias tecnológicas exclusivas, sino forzando las circunstancias.

En el más reciente boicot contra Moscú,  buscan atropellar los viaductos energéticos contratados con Europa, bajo amenazas de castigar a las empresas participantes, aumentando el nada pequeño saco de coacciones contra entidades y países diversos, incluyendo, según este ejemplo, a cercanos socios.

El gobierno germano  “rechaza esas sanciones extraterritoriales” dirigidas “contra empresas alemanas y europeas”. En tanto, la cancillería rusa plantea, con no poco realismo, que con tal estrategia EE.UU “busca desacelerar el desarrollo” de la economía europea y “socavar su capacidad de competir con EE.UU. en los mercados mundiales”.

Quieren obligar a la compra de gas norteamericano, lejano y más caro y, con respecto a la corpulenta firma china, intentan suplantarla ante sus consignatarios. En ambos casos a través de métodos de simple y ruin extorsión. En el presupuesto norteamericano para el 2020, se incluye la cláusula sobre ese extremo, como si esos negocios implicasen alguna amenaza y se estuviera previendo algún daño externo.

Las cifras recién aprobadas involucran alrededor de  22.000 millones por encima de la anterior partida a los efectos de “defensa”. Parte de esas altas sumas se destinan a la Fuerza Espacial. Mediante ella amplían al ámbito extra terráqueo los posibles escenarios de conflictos militares o diferencias de otro corte. Los estimados iniciales establecen para ese fin el empleo de 13.000 millones solo en el venidero quinquenio, cálculo, sin embargo,  considerado por debajo del costo real requerido por esa faena.

La modernización o mantenimiento de los arsenales atómicos tiene su propia cuenta (24.800 millones de dólares), y se destina al Departamento de Energía. Colocarla aparte de la del Pentágono hace disminuir, en apariencia, el total desperdiciado para cuestiones bélicas.

Bajo caretas diversas se ocultan otros gastos y propósitos. En la visión de Trump este será un gran legado que deja a Estados Unidos, pese a su innoble propósito y los percances inherentes.

Hay ficción y sobre todo astucia en los números divulgados. Debajo de las muy elevadas cantidades hechas públicas,  está también  el fondo “para gastos imprevistos”,  (Overseas Contingency Operations, o cuenta de Operaciones de Contingencia en el Extranjero), otro pozo para financiar guerras como las desarrolladas en el Medio Oriente y África, bajo la acomodaticia y flexible capa titulada combate al terrorismo.

Se sabe, esta es otra vertiente del asunto, que el Departamento de Defensa tiene a su servicio, o se pliega, a una legión de contratistas privados. Verdaderas sanguijuelas a costa de los contribuyentes norteamericanos. Distintos estudios revelan que de ponerle límites racionales  al empleo de  al menos 500 mil de estos individuos, el estado ahorraría unos 20.000 millones de dólares por año. El estimado evidencia las dimensiones e insensata envergadura de esa sangría.

Bajo premisas de ese corte o parecidas, gastaron 7 billones de dólares en Siria e Irak. Preparativos para guerras evitables, contratación de sistemas  de ataque innecesarios o de escasa efectividad y un fuerte sobrecoste en burocracia superflua, son otros ángulos de las  transacciones. Para disponer de ese extra, reducen lo destinado a preservar el ecosistema o a disminuir el estratosférico y casi veterano déficit  público.

Si cuanto se invierte en una maquinaria bélica tan costosa (es la suma de lo dedicado a ese menester por parte de,  Alemania, Arabia Saudí, China India, Francia, el Reino Unido, y Japón, juntos), sobraría si se dedicara al rifirrafe en torno al sistema sanitario, o cualquiera de las ayudas y equilibrios sociales abandonados.

De tales menguas se vale Washington para mantener 800 o más bases militares en 40 países y un ejército con 1.400.000 efectivos. Los soldados también implican gastos, en salario, equipamiento, medicina. Sobre todo al regreso de experiencias con las cuales nunca pudieron identificarse por ajenas, pero traumáticas de por vida.

Entre los absurdos y excesos de este presupuesto, están 1.375 millones de dólares para la construcción del muro fronterizo con México, como si se tratara de algo relacionado con riesgos o amenazas nacionales.

Asombroso establecer un capítulo monetario y otros beneficios disfrazados de ayuda humanitaria, (400 millones) dedicados a costear agresiones contra Venezuela, valiéndose del autoproclamado, a quien santifican con estos ingresos adicionales pese a afectar tanto al pueblo llano.

Sin duda alguna y fuera del posible abrigo a distintos programas en favor de los estadounidenses, tantas provisiones materiales tendrían un mejor empleo usadas no para fomentar guerras y abusos, extorsiones y pérfida rivalidad, sino buscando hacer todo eso, saludablemente innecesario.