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Padres felices y ¿profesionales?

El joven Carlos Luís Gonzáles protagonizó junto a Ariadna Núñez este episodio de la serie ConCiencia. Foto: ICRT.

No sé si llorar o reír con el último capítulo de la serie cubana ConCiencia que se transmitió el pasado sábado por Cubavisión. Lo tengo grabado para que Armando, mi novio periodista, joven y profesor, que trabajaba esa noche, pueda verlo un día de estos. Pero a lo mejor no se lo pongo, por si las moscas, por si se deprime, por si llegara a sufrir y no a reír.

La serie, que aborda la vida de un grupo de científicos en un centro de investigación, dedicó su séptimo capítulo a circunstancias y conflictos definitivamente familiares para los jóvenes profesionales en Cuba.

Una pareja de científicos, jóvenes, casi recién graduados, sale embarazada. Y empiezan los desafíos, las preguntas, los miedos. ¿Dinero o realización profesional? ¿Inventar una vacuna siendo mantenidos por sus padres o irse a trabajar por cuenta propia? ¿Acaso soñar con una casa propia? ¿Tener un hijo o no tenerlo?

Con la mirada fija en la pantalla, gracias a una intensa narración, vi correr los conflictos amorosos de cualquier pareja combinados con una intensa vida investigativa. Recordé mi propia tesis –discutida hace unos meses- cuando la muchacha defendió la suya. Seguí los nueves meses de embarazo y la decisión pospuesta casi hasta el último momento. Sufrí esa conversación en la azotea –tan intensa, tan dura, tan cercana- en la que finalmente decidieron cuál y de quién sería el sacrificio.  Y finalmente me emocioné con la mirada de la profesora de años que solo podía decir “te entiendo” cuando aquel joven, científico, pidió la baja con lágrimas en los ojos para terminar en una esquina cualquiera parqueando carros.

Y miré mi panza de embarazada, de apenas cuatro meses, tan pequeña aún. Imaginé a Ainoa o al otro Armando que viene en camino y no pude evitar cuestionarme tantas cosas, sentirme tan identificada con las preguntas y lágrimas que pasaban por la pantalla.

Compartí mis impresiones en Facebook y recibí un montón de respuestas. Muchas fueron de jóvenes profesionales, algunos también recién graduados, que luchan por construir un futuro económicamente estable sin abandonar sus carreras, a pesar del entorno complicado que supone un salario que no alcanza, la dificultad de llegar a tener una vivienda propia o la falta de alternativas para poder planificar con calma los hijos que vendrán.

Lloraron, se deprimieron o se sintieron desolados, pero todos coincidieron en cuánta verdad había en aquel episodio. “A mí me entristeció mucho. Es duro ver a personas jóvenes y con ganas de hacer, vivir en condiciones tan adversas”, comentó una.

Los mayores recomendaron tomarse el futuro con calma, intentar construir alternativa. Alguno aseguró que este conflicto era solo la punta de un iceberg que se refleja en muchas otras esferas de la sociedad. “Rudy Mora –el director de la serie- mostró una de las caras de un problema que es mucho más grande. Porque ¿cuánto se diferencia este caso de unos ancianos que lo han dado todo por la Revolución y se ven obligados, por las circunstancias, a vender su carro o su casa para ‘ganar un dinerito’ con la venta?”, señaló.

El problema, los problemas me han dejado pensando. No tengo todas las respuestas conmigo y creo que no llegaré a tenerlas. Por lo pronto sonrío –prefiero no llorar-, porque quiere la casualidad que el muchacho de la serie, el joven papá, pare taxis en la misma esquina del Mónaco donde se para Armando; porque al menos hay una serie en la televisión cubana que refleja mis problemas y porque –aunque no tenga muy claro cómo- estoy segura de que seremos periodistas y padres felices, lo que somos.