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Hablando de consumo cultural, redes y otros bichos raros

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Estaba trabajando en Radio Reloj cuando descubrí el juego en computadoras. Me volví una adicta. Luego Picho Suárez me regaló una especie de laptop donde tuve mi primera conexión al ciberespacio. Después me compré un cacharrito con solo dos gigas en el disco duro y con ella navegaba. Nadie hoy lo puede creer.

Ahora, casi 200 gigas en mis discos duros y 1 tera en la laptop, no me asombran ni creo que es mucho espacio. Desde mi primera computadora hasta hoy, abro los ojos y antes de entrar al baño enciendo la maquina. Mientras el café cuela y quizás tueste algún pedazo de pan, trato que mi máquina me responda qué pasa por el mundo.

Abro Cubadebate, Cubasi, el Portal de la Televisión, Granma, Juventud Rebelde, El Nuevo Herald, El País y Facebook… Hago una revisión rápida, bajo lo que interesa, abro mis correos y contesto mensajes, otros van a la carpeta de eliminados. Ese es mi desayuno de letras, con alguna imagen. Me desconecto, tomo café, quizás un jugo, como pan con algo o solo, y hago las llamadas pendientes o provocadas por la web. Eso ya es un ritual. Puede ser al amanecer si tengo que escribir algo, o las diez de la mañana si me quedé con Morfeo remoloneando en la cama.

Cuando escucho algunos criterios de que hoy se lee menos, pienso que no se lee igual: el soporte ha cambiado, pero, ¿cómo si no es por la web puede uno acceder a periódicos de diversos lugares y tener información, por ejemplo, de una película australiana que se estrenó en la televisión?

Sé que para acceder a internet en este planeta patas arribas, se necesita: electricidad, conexión y un soporte (computadora, tablet, teléfono), cosas a las que no tienen aún acceso una importante cantidad de terrícolas, que primero deben buscar comida, médicos, y trabajo. El ciberespacio no está al alcance de todos, eso es cierto, pero igual sucedió con los autos y las máquinas de vapor (bueno, hay lugares donde sus habitantes todavía no saben de su existencia y no exagero).

En Cuba cada día se dan más pasos hacia una conectividad para la población: las multiplicadas zonas wifi y el Nauta Hogar, son muestras de ello. Claro, no todo el mundo tiene acceso; es nuestra realidad económica que ya marca diferencias en este tipo de “mercancía” no tangible, a la que todo el mundo no puede llegar.

Una importante parte de profesionales, incluidos médicos y periodistas, tenemos acceso al ciberespacio desde hace años y, con toda honestidad, creo que no todo el mundo “le saca” a la red de redes lo que ella puede dar. En lo personal, tengo un archivo de textos sobre televisión y cine que estoy segura abarcaría varios libros de papel. Igual me sucede con temas de medicina, un amor confeso y aficionado, que me permite diagnosticarme o diagnosticar a mis amigos, sugiriéndole qué especialista deben consultar.

Facebook, ese “solar virtual” en el que convergemos todos, te posibilita acceder a las “verdades” de los otros y decir la tuya, lo mismo con un "Me Gusta", un muñequito bravo o compartiendo un texto que puede resultar interesante para una y para otros.

Un uso cultural y efectivo de FB lo hace mi amigo Alexis Diaz Pimienta. Sus últimos libros, presentaciones, los comparte sistemáticamente, como que ahora anda por Japón “bailando en casa del trompo” con sus haikús (algunos los leí inéditos) y con un fiestón sentimental por la declaración del punto guajiro como Patrimonio Inmaterial de La Humanidad por lo UNESCO. El hecho que conmovió a uno de sus grandes cultores lo hizo recordar a su padre, el hombre que lo llevó por los caminos del repentismo.

Como Alexis hay otros artistas: Kaloian Santos Cabrera, un fotógrafo de primera, mi cofrade Martin Grifo Ignomata Adorno, argentino; Racso Morejón y muchos más colegas que forman parte del bolsón de mis amigos en FB.

Hablando de consumo cultural y redes, ¿los cambios no deben ser para mejorar? Tengo dos buzones de correo. Mis mensajes de Enet los reviso en su página web, porque muchos de mis conocidos olvidan que una buena parte de cubanos nos seguimos conectando por módem y hay que “limpiar” de paja la carpeta de mensajes. Ahora han cambiado el diseño de la página, pero por razones de seguridad (lo que aplaudo) utilizan código de verificación CAPTCHA (con mayúsculas, minúsculas y números), y cada vez que voy a conectarme pierdo media hora, a veces siquiera en el intento. Es decir, de las 100 horas que tengo reservadas, una buena parte se irá en eso. ¿Me lo tendrán en cuenta?

¿Acaso pensaron en que existe una buena cantidad de profesionales que son ciegos y están imposibilitados de descifrar ese código? ¿Por qué no se aplica como en otras partes del mundo para los que no puedan ver las letras, que las escuchen, quizás con audífonos acoplados a la computadora?

Vivimos una revolución en el consumo cultural. Y mientras avanza la tecnología, ya se verán más maravillas y… horrores, como que a través de FB te puedan estar filmando desde los centros donde originan estas redes, es decir desde Estados Unidos.

Pero por el temor a lo que se puede hacer con la inteligencia artificial, el hombre (y la mujer) no se han detenido nunca. Si los autos sembraron el pavor y hoy son normales en la mayoría del planeta, la conexión ciberespacial seguirá creciendo y cada día el consumo cultural se irá moviendo de soportes.

Hace poco me detuve en la taquilla donde el cuidador del gimnasio leía en su teléfono (pequeño, por cierto) y le pregunté qué leía. Su respuesta me dio mucho que pensar: “A Sartre no lo había leído y mi hija me lo pasó de su tablet”.