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¿Se acabó el querer?

Desde cristalinos hasta enigmáticos pueden ser los disímiles motivos de inspiración de compositores musicales, capaces de haber dejado huella indeleble en la selectiva memoria popular, al punto de que muchos se apropian de sus letras para sintetizar personales sentimientos y experiencias felices o desdichadas. También para ir más allá de lo individual y pintar con certeros trazos bastante ilustrativos de lo que acontece en la sociedad.

Entre nuestros imperecederos autores, a Juan Formell se le ha considerado repetidas veces, con toda justeza, uno de los grandes cronistas sociales en clásicas piezas concebidas para disfrutarlas bailando. Pero, de vuelta al sosiego, por lo general algunas de las frases escuchadas se instalan en nuestra conciencia, inclusive para tratar de explicar lo inexplicable en nuestro derredor.

Por ejemplo, si usted –un "medio tiempo" o con años acumulados– sale con una pierna renca a la búsqueda de un transporte para una gestión inevitable y se lanza a pedir una "botella", acaso el eventual conductor del vehículo al que hizo señas ni siquiera lo mire y opte mejor por una despampanante jovencita a quien le sobrarán, sin fallo alguno, dispuestos transportistas.

Al fin logra treparse en un autobús repleto, donde robustos mozalbetes le observan con indiferencia y, en vez de cederle acomodo, lo dejan bamboleándose a diestra y siniestra en el incómodo pasillo, en obligado compás reguetonero.

Con toda probabilidad en la oficina de trámites que fuera su destino, le desatiendan y luego de un peloteo burocrático "no apto para mayores", consigue que alguien le grite que sus documentos se perdieron y sale de allí agriado en otro azaroso itinerario a la inversa, para enterarse de que en el edificio multifamiliar en el que reside un egoísta fresco se instaló en la azotea un tanque descomunal que dejó al resto de los vecinos sin agua, o de que falta en la farmacia el medicamento que no puede faltarle, aunque alguien en la calle lo vende a un precio no apto para chequera de jubilado.

Entonces, si se le suman otros contratiempos de la cotidianidad que todos conocemos de sobra, lo que me dispensa de relacionarlo, se termina evocando a Formell en aquella visionaria queja suya de que "nadie quiere a nadie, se acabó el querer".

Pero no se debe ser tan fatalista si proteger la salud cerebrovascular interesa, porque también hay días en que la vida parece sonreírle a cada paso cuando un conocido le saluda con sincero afecto, le ceden el asiento que sus condiciones físicas menos favorables merecen, lo atienden con cariño en el centro médico al que acude y la enfermera del turno le dice palabras dulces, y en la casa los vecinos se enteran de que anda "matungo", le tocan a la puerta para saber cómo se siente y se ofrecen "para lo que sea", o te llaman del centro de trabajo con idéntica disposición. Y si para rematar la jornada alguien recuerda que le toca a su barrio el concierto de Silvio Rodríguez y su carga de amor, ¡Albricias!

Confieso que cuando tanta dicha se experimenta me siento a punto de pellizcarme, y felizmente termino creyéndomelo, que todavía se hace ostensible de qué materia fuimos hechos los cubanos en su espontánea manera de querer y solidarizarse, a pesar de cuánto se ha retrocedido en estos aspectos al compás de los cambios económicos, sociales y culturales de las últimas décadas, y la mira demasiado puesta en la billetera repleta.

Entre los que ven el vaso medio vacío o el vaso medio lleno, me cuento entre estos últimos, entre quienes se empeñan en seguir a Martí en su irreductible creencia en el mejoramiento humano.

Mas con esos deseos no basta, hay que inculcarlo y forjarlo desde la infancia, en la familia, la escuela, la comunidad. Hay que salir a pelear el buen querer y además gozar de lo lindo con los Van Van de Formell.