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Otra guerra que nunca debió suceder

Escena del conflicto entre Arabia Saudita y Yemen.Foto tomada de marxist.com

Escena del conflicto entre Arabia Saudita y Yemen.Foto tomada de marxist.com

Hace varios días avisé a mis colegas en Twitter que no se dejaran atrapar por el anuncio de que Arabia Saudita había suspendido sus ataques a Yemen. Habría que ser muy inocente para pensar que una guerra tan cruel y devastadora pudiera detenerse así. Un mínimo de lectura sobre los protagonistas de la conflagración daría una idea sobre los derroteros de la acción militar en curso.

La historia de las intervenciones sauditas en Yemen se remonta a 1926, si es que tomamos en consideración una definición de fronteras lo más cercana posible a la que hoy existe. Desde hace muchos siglos, las rivalidades por territorio son comunes entre los que han ostentando el poder en esa parte del mundo. Pero en el siglo XX, con la paulatina conformación de los sistemas políticos vigentes en Arabia Saudita y en Yemen, los conflictos se fueron sucediendo en dependencia de cambios en el poder en alguno de los dos países o bajo la presión de las grandes potencias, especialmente el Reino Unido.

En la medida que nos vamos adentrando más en el siglo XXI, con el desarrollo científico y tecnológico alcanzado por la humanidad, con la experiencia de todas las conflagraciones en el mundo, resulta cada vez más incomprensible que se tome el camino de la guerra para resolver diferencias o “solucionar” problemas internos en algún país. Solo la avaricia, ese pecado capital intrínseco en el ser humano que acumula poder, puede explicar la continuidad de la barbarie guerrerista. Es lo que mueve a los poderosos.

No se puede reducir la causa de esta nueva agresión a la intención de Arabia Saudita de detener el avance de Irán en la región. Esa explicación tan común en la prensa mundial cubre solamente una porción de lo que se esconde detrás del actual conflicto. Si profundizamos en ese punto, nos daríamos cuenta que los que propagan ese análisis convergen, (sin quererlo en muchos casos) con las declaraciones del más rancio sionismo sobre los supuestos peligros que representa Teherán para el Medio Oriente.

Hay otras causas un poco ocultas en esa acción de Arabia Saudita, secundada en este caso por los mayores beneficiarios de la ayuda financiera de la monarquía y, también, aunque con cierta reticencia en algunos casos, por el resto de los países que conforman la subregión conocida como el Golfo Arábigo o Golfo Pérsico. Curioso que hasta el nombre de la zona es causa de controversias entre Irán y el resto de los países que la conforman.

Una de las razones de las que casi no se habla es que ha habido cambios en la cúpula de poder del reino saudita. Y siempre una situación de tal naturaleza provoca la necesidad de reforzar a quienes acceden a la máxima investidura en un país con un sistema monárquico. Se aprovecha entonces el estallido de un conflicto en un país vecino, que pudiera suponer una amenaza a la seguridad del Reino, para impulsar los rostros de quienes han accedido al poder. La última semana fue ejemplarizante en este sentido, cuando los cambios en la familia real han sido de un alcance inimaginable, con la retirada de algunos de los miembros más prominentes de la estructura de poder.

Otra razón que ha sido manejada por expertos en la región y la cual comparto, es la necesidad que tienen los Estados Unidos de no verse directamente involucrados en una nueva guerra. Han apoyado las acciones sauditas y de la coalición formada para este caso específico, e incluso se ha dicho que las mismas fueron alentadas desde Washington. Aprovechar el momento que vive Arabia Saudita para tratar de abrir un frente contra Al Qaeda en el Sur de la Península, no deja de tener bases objetivas, si tomamos en consideración la actual estrategia de la Administración Obama de no usar sus tropas en nuevos conflictos, cuando otros pueden hacerlo por ella.

Lo más doloroso de todo esto es la cantidad de muertes de inocentes civiles que ha causado hasta hoy la agresión. Una situación que, de seguir su curso, provocará una catástrofe de proporciones incalculables. Las imágenes de padres cargando a sus hijos muertos o heridos, las casas destruidas y las ruinas de una civilización en la cual se asienta una de las bases del desarrollo del ser humano tal como lo conocemos hoy, es lo que podrán narrar los que en el futuro se sienten a analizar este conflicto.

Lo que se ha podido contabilizar hasta ahora son 1200 muertos. La mitad son niños. 5000 heridos. Medio millón de desplazados. Ciudades devastadas. Hambre, desesperación, ira. Y nadie sabe cuándo se detendrá. Lo que sí sabemos es que la violencia genera violencia. El odio se seguirá acumulando. Eso es lo que a veces no calcula el que agrede a otro. Y esa parte del mundo es testigo permanente de esa especie de acción-reacción continua.

Por eso les pido a mis colegas en Twitter y en otras redes sociales que hagamos lo posible por llamar al fin de esta nueva guerra. Una, que como todas las agresiones, nunca debió suceder.