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Con Tony en el Submarino Amarillo

Antonio Guerrero (hijo), Osamu, Guille Vilar y Tony.  Foto: Yailín Alfaro.

Antonio Guerrero (hijo), Osamu, Guille Vilar y Tony. Foto: Yailín Alfaro.

Realmente, no creo que sea muy habitual escribir una crónica a las 2:45 am, pero cuando les cuente, seguro estarán de acuerdo en que vale la pena hacerlo. Horas antes, específicamente a las 11:00 de la noche de este sábado, recibo una llamada de alguien que me pregunta qué hago. Por supuesto, a esa hora trataba de dialogar con Morfeo, pero al percatarme de que era Tony, respondí: Lo que tu quieras…! Él, gentilmente, me dijo que era mejor dejarlo para otro día, pero no pasaron cinco minutos y ya pasaban a recogerme para ir al Submarino Amarillo.

Mucho antes de su regreso a la patria, yo le había descrito por correo electrónico, cómo era la famosa instalación capitalina desde la entrada hasta el ambiente. En esta vida, hay muchos sueños que uno quisiera llevar a vías de hecho y lamentablemente no puede, pero éste sí es de los que se hizo realidad. Compartir con el hermano, lo que alguna vez intenté hacerle sentir con lujo de detalles desde la cruel lejanía, es un privilegio mayor. Parte de lo más hermoso que allí pasó fue que espontáneamente, se le respetó su privacidad hasta el final del espectáculo, cuando se desbordó la petición de numerosas personas para retratarse con el héroe.

El grupo que se presentó este sabado en el Submarino Amarillo, fue el de Osamu y le explique a Tony que dicha agrupación representaba a una de las mejores del elenco en el lugar. Pero lo más tremendo de la noche, fue verlo marcar el ritmo de la música lo mismo con los pies, que batir palmas o bailar lo más estrechamente posible. Estaba contento. Estábamos todos contentos. Verlo disfrutar, como otro más de los clientes habituales de este acogedor centro cultural, no solo fue motivo de una inmensa alegría sino que obliga a preguntarnos agradecidos, cuanto más se le puede entregar a estos cinco hombres, que sin saber cuando podrían regresar, se lo jugaron todo en su fidelidad a la Revolución.

Mientras todos nosotros, gente común y corriente de un pueblo empeñado en los quehaceres de la vida cotidiana solíamos divertirnos en el Submarino Amarillo, hombres como Gerardo, Ramón, Fernando, René y Tony, guardaban injusta prisión por proteger la vida de personas inocentes en la querida isla.

Si alguna vez quisimos creer en el poder de una magia que nos permitiera fundirnos por entre los barrotes de la celda para ocupar su lugar, nada más que para que se sintieran libres, ahora esa libertad ha alcanzado una expresión infinita al ver a Tony pleno, disfrutando de cada detalle, de cada sonido que emana desde este sumergible encantado en su maravillosa travesía.