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Strike 3: Pirro sale al diamante

El hit in extremis de Cerce nos salvó de una humillación mayor

El hit in extremis de Cerce nos salvó de una humillación mayor

Sucedió un día impreciso, en un mes inexistente de un año imaginario. Una urbe holandesa –los historiadores sugieren que Rotterdam- acogía un torneo futbolístico, y en la fecha de marras jugaban entre sí las selecciones de Alemania y Cuba.

Nadie apostaba un duro por los antillanos. Sabedores de títulos mundiales y Eurocopas, los teutones vestían de frac, mientras Cuba asistía a la cita ataviada con el traje humildísimo de los convidados de piedra.

Sin embargo, Yenier Márquez asestó un cabezazo indetenible a mediados de la primera parte, y pareció que Dios –airado acaso con los de la Maanschaft- movía los hilos del asombroso encuentro.

Así se fueron al descanso. Después, cuando ambos equipos regresaron al césped, hubo un sinfín de faltas e intentonas, y hubo cuatro paradas soberbias, y dos tiros besaron el larguero, y pasó el tiempo escoltado por el águila. David estaba a punto de volver a matar a Goliat...

Pero no pudo ser, porque al borde del último silbido, Mesut Özil clavó en la escuadra el cañonazo del empate. Un empate que él no celebró, ni tampoco sus desalentados compañeros.

Al día siguiente, nadie habló en Alemania de “espíritu guerrero” ni de “match sensacional”. Ni siquiera los diarios vocingleros como el Bild apelaron al argumento de una supuesta y vertiginosa elevación del nivel del balompié cubano. La opinión general coincidía en apelar a términos del tipo “afrenta”, “humillación” y “escarnio”.

Hasta aquí la hipotética (e increíble) reseña de un partido que no ocurrirá. O tal vez sí, por puro y elemental respeto al beneficio de la duda. Total, nosotros tuvimos que irnos a extrainning para vencer a los germanos en un juego de pelota...