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Declaración virtual

twitter-22La huella de la tecnología asoma por todos lados, como un símbolo ubicuo de universalidad que asume diversos y temibles rostros. Al menos para mí. Los cables de las computadoras enredados en el suelo cual serpientes dormidas o cabellos sueltos. Mis amigos cibernéticos, sus conversaciones de programación. El enorme aturdimiento que provoca Internet. (Internet abruma, aplasta, quiebra cualquier límite de capacidad humana. Especie de biblioteca borgiana, pero menos depurada, con algo más, con mucho más de chatarra y floreo esclavizante.)

Y los carteles en inglés. En las computadoras todas las malditas cosas importantes te salen en inglés. Todo lo bueno se escribe en el idioma de Poe. La hegemonía cultural y económica del Primer Mundo está presente hasta en el mínimo letrero insoportable, hasta en la mínima instrucción de una vieja laptop (es precisamente la laptop en la que ahora escribo).

Por eso, por ser un ignorante mayúsculo ante el trayecto vertiginoso de la tecnología, yo me declaro un tipo del siglo XIX. Un tipo simple, sin grandes pretensiones, sin interés por Facebook, ni Twitter, ni siquiera por los últimos avances de los blogs, que son la rama virtual de la contemporaneidad con que más he coqueteado.

Pero la esencia tampoco la entiendo. El componente digital me es ajeno. Solo le entrego algunas líneas garabateadas a algunos de mis compañeros y ellos se encargan del resto. Suben el artículo, que por puro acto de prestidigitación ya no es el artículo, sino el post -así, bien sencillo, el post-, y crean los enlaces, lo promocionan, con el concurso de sus modestos esfuerzos, por aquí y por allá, hacen una especie de guerrilla en los charcos primigenios del Internet cubano, y yo solo busco al cabo de los días los comentarios de los probables lectores.

El final del proceso es evidente. Si me leyeron y gustó el artículo -perdón: el post- me siento feliz, le agradezco al mundo, me digo que nací para esto, que soy un escritor solitario pero que tengo el don de conectar con las masas, de hacer sentir mis fibras a través del periodismo, o de la literatura, o a través de amorosos informes administrativos, como el Florentino Ariza garcíamarquiano. Si por el contrario nadie me leyó, maldigo a la postmodernidad, a esta época convulsa, alienada, desinformada, arrogante, que no entiende nada, que no sabe de nada, que tiene la cabeza llena de chicles viscosos y que definitivamente, por ser un incomprendido, yo seré un escritor de culto. Un rara avis. O mejor: un escritor decimonónico. Cualquiera menos Verne, por supuesto; sería demasiado irónico.

Y es que mi desconcierto con la tecnología no es gratuito. Creo que tiene explicaciones sociológicas, o síquicas.

Primero: no entiendo los mecanismos matemáticos, el cúmulo de cifras, las combinaciones binarias, y las miles de hectáreas de materia gris que algunos sabios con insomnio han desbordado en aras de la evolución humana. Quisiera comprenderlo, conocer cómo funciona, pero ya ni siquiera lo intento. Ese tipo de ingenuidades están superadas. (Estuve cinco meses leyéndome un librito didáctico de Stephen Hawking que explicaba el origen del mundo y sus teorías físicas. No entendí tres cuartas partes del ensayo y hoy no recuerdo ni la más dichosa línea. Un libro al alcance de todos, decía en el prólogo, pero parece que no pensaron en mí.)

Segundo: Estoy inmerso en el subdesarrollo. Tenemos grandes ideas, pero pocos recursos. Estamos destinados a mirar el mundo desde un poético pretérito. Nuestro presente es el pasado de la tierra, diría algún bardo romántico y latinoamericano. Yo no, yo nunca diría eso. Yo más bien ilustraría esa idea. Pintaría en un óleo de 2x2 un televisor Caribe, una anciana huesuda mirando a la pantalla, y en la pantalla la escena de algún documental de Discovery, uno de esos donde salen grandes fábricas, ensambles, colores, lujo, avance, prosperidad. Y no le pondría título. Si algún lector de la red pudiera definirme la pintura, por favor, que lo sugiera.

Qué quiero decir con esto. Que mejor me dedico a las luchas sociales. Ese siempre ha sido nuestro fuerte. Aunque parece que hoy las luchas sociales se desplazan hacia las webs y los medios de comunicación, y afloran los debates ideológicos en páginas digitales, los niveles de persuasión, la legitimidad de los discursos, el atractivo de las verdades. La estética es la ética, pudiéramos decir.

Ahora me toca justificarme. O aclarar ciertos puntos, enfático, efusivo: ¡Alabado sea Internet!, el Dios de nuestra época. Una buena plataforma que permite de todo, hasta que tipos extraños, perfectos don nadies como yo blasfemen contra la marea del mundo.

En verdad iba a escribir una apología, algo placentero, pero he visto en las noticias que hay niños en Etiopía comiendo fango y me ha salido esta bofetada, este inofensivo rasguño, que no es contra la tecnología, creo que es contra la gente con mucho dinero, y ya quiero terminar, o borrar esto, pero en este enrevesado Word 2010 no sé dónde rayos uno corta y pega, ni dónde uno declara con una sola aplicación, sin tantos enredos, que es un escritor del siglo XIX, y nada más.

Nota de la Redacción.- Esta divertida crónica de Carlos Manuel nos recuerda otro texto ya publicado en Cubadebate, que aborda precisamente el desencuentro con la tecnología, en este caso de la literatura:

El celular y la literatura

Hernán Casciari
blogacine.com

celular y literaturaAnoche le contaba a la Niña un cuento infantil muy famoso, Hansel y Gretel. En el momento más tenebroso de la aventura los niños descubren que unos pájaros se han comido las estratégicas bolitas de pan para regresar a casa. Hansel y Gretel se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer. Mi hija me dice justo en ese punto: "No importa. Que lo llamen al papá por el celular".

Yo entonces pensé, por primera vez, que mi hija no tiene una noción de la vida ajena a la telefonía inalámbrica. Al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la literatura si el teléfono móvil hubiera existido siempre. Cuántas tramas hubieran muerto antes de nacer y qué fácil se habrían solucionado los intríngulis más célebres de las grandes historias de ficción.

Piense el lector ahora mismo, en una historia clásica. Muy bien. Ahora ponga un teléfono móvil en el bolsillo del protagonista. Un teléfono con cobertura, con conexión a correo electrónico y chat, con saldo para enviar mensajes de texto y con la posibilidad de realizar llamadas internacionales cuatribanda. ¿Funciona la trama como una seda, ahora que los personajes pueden llamarse desde cualquier sitio, chatear, hacer  videoconferencias y enviarse mensajes de texto? Nooo, no funciona un carajo. Con un teléfono en las manos, por ejemplo, Penélope ya no espera con incertidumbre a que Ulises regrese del combate y Caperucita alerta a la abuela a tiempo y la llegada del leñador no es necesaria y Tom Sawyer no se pierde en el Mississippi gracias al servicio de localización de personas de la empresa telefónica. Un enorme porcentaje de las historias de veinte siglos atrás, han tenido como principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Existieron gracias a la ausencia de telefonía móvil. Ninguna historia de amor hubiera sido trágica si los amantes hubieran tenido un teléfono en el bolsillo de la camisa. La historia romántica Romeo y Julieta, basa todo su dramatismo en una incomunicación fortuita: la amante finge un suicidio, el enamorado la cree muerta y se mata, y entonces ella, al despertar, se suicida de verdad. Si Julieta hubiese tenido teléfono móvil, le habría escrito un mensajito de texto a Romeo en el capítulo seis: M HGO LA MUERTA, PERO NO STOY MUERTA. NO T PRCUPES NI HGAS IDIOTCES. BSO.OK ? Y las últimas cuarenta páginas de la obra no tendrían gollete, no se hubieran escrito nunca, si hubiera existido la promoción 'Banda ancha móvil' de Movistar.

Muchas obras importantes hubieran tenido que cambiar el nombre por otros más adecuados. Por ejemplo la novela de García Márquez Cien años de soledad se llamaría Cien años sin conexión y narraría las aventuras de una familia en donde todos tienen el mismo nick pero a nadie le funciona el messenger (buendia23, a.buendia, aureliano_goodmorni g). La famosa novela de James M. Cain -El cartero llama dos veces- escrita en 1934 y llevada más tarde al cine, se llamaría El gmail me duplica los correos entrantes y versaría sobre un marido cornudo que descubre (leyendo el historial de chat de su esposa) el romance de la joven adúltera con un forastero de malvivir. En la obra 'El jotapegé de Dorian Grey', Oscar Wilde contaría la historia de un joven que se mantiene siempre lozano y sin arrugas, en virtud a un pacto con Adobe Photoshop, mientras que en la carpeta Images de su teléfono una foto de su rostro se pixela sin remedio, paulatinamente, hasta perder definición.

La bruja del clásico Blancanieves no consultaría todas las noches al espejo sobre 'quién es la mujer más bella del mundo', porque el coste por llamada del oráculo sería de 1,90 la conexión y 0,60 el minuto; se contentaría con preguntarlo una o dos veces al mes. Y al final se cansaría.

Todo el cine romántico en el que, al final, el muchacho corre como loco por la ciudad porque su amada está a punto de tomar un avión, se soluciona hoy con un SMS de cuatro líneas. La telefonía inalámbrica nos va a entorpecer las historias que contemos de ahora en adelante. Las hará más tristes, menos sosegadas, mucho más predecibles.