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Recuento de los primeros 20 años del Centro Pablo

Invitación a homenaje por los 20 años del Centro Cultural Pablo de la Torriente BrauPor Lianet Hernández

Han pasado dos décadas desde la fundación de un lugar para los amigos. Muchos de los que habían ayudado a conformar el trabajo intelectual de la Casa de las Américas se implicaron también en aquel otro esfuerzo y ahora se nos vuelven nombres en común: Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Silvio Rodríguez y hasta el propio Roberto Fernández Retamar. Ellos y otros como Zoe y Ruth de la Torriente, Raúl Roa, Julio Girona, Ambrosio Fornet y otra larga lista hicieron de aquella aventura la experiencia tangible que hoy llamamos Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.

“En tiempos de aniversarios como este tratamos de mantener lo que ha sido propósito constante y sonante en estas dos décadas: ser consecuentes con aquella frase que acompañó los salones de arte digital y, en general, la actividad toda del Centro: “Una apuesta a favor de la imaginación y la belleza. Por esas dos búsquedas –y una tercera no menos importante: la lucha por la justicia y la equidad– transitamos los caminos hasta hoy”. Así habla a La Ventana Victor Casaus, fundador y director del Centro Pablo, cuando falta muy poco para que celebremos desde la Casa –como debe ser y con el cariño que ellos esperan-, el homenaje por estos primeros 20 años.

A la hora de algún recuento, Víctor cuenta siempre los buenos y malos momentos, pero en apretada síntesis prefiere puntualizar en los valores que dice “se han mantenido, a fuerza de cariño muchas veces, en el recorrido de este par de décadas”. Recuerda, por ejemplo, la solidaridad inmensa de los “hermanos y las hermanas boricuas”, quienes entregaron el primer equipo de sonido para los primeros conciertos de A guitarra limpia; o las instituciones, cuyo apoyo simbólico muchas veces hizo más falta que cualquier ayuda material para “impulsar los sueños nacientes, los proyectos por venir que ahora son, felizmente, memoria y realidad”.

Por eso las motivaciones siguen siendo las del principio, aunque “los tiempos –y los vientos- hayan cambiado o cambien”, Víctor asegura que tratan de mantener su identidad y sus propósitos. Es así que continúan su proyección por impulsar la labor creativa de los jóvenes y de los que ya no lo son tanto pero que sin duda han construido parte de la historia del Centro

¿Qué ha representando en todos estos años funcionar como una suerte de centro aglutinador de muchas figuras indispensables de la cultura cubana?

Esa voluntad de reunir y juntar, a partir de características y valores afines, apareció desde el primer momento. No podemos olvidar la exposición inicial que pre-figuró lo que sería la Sala Majadahonda, en la que 21 artistas de la plástica, de diversas generaciones, saludaron la presencia del Centro Pablo en los territorios de la cultura cubana. Fue tan temprana aquella primera reunión de obras y artistas solidarios que no contábamos aún con el espacio de la calle Muralla que generosamente nuestro hermano Eusebio Leal pondría a disposición de aquel sueño meses después. Y fueron –fuimos– acogidos en la galería de uno de aquellos fraternos creadores: Nelson Domínguez, hermano de siempre.

El género testimonio ha sido una de las canteras fundamentales del Centro a lo largo de su historia, lo mismo que el Arte Digital, cuya promoción en los momentos iniciales corrió a cargo de ustedes casi en su totalidad. ¿Cuánto ha significado, no solo para el Centro, sino en general para el desarrollo de la cultura cubana, el fomento de estas iniciativas?

Ambas formaron parte, sin dudas, de las apuestas y los retos de estos años y hoy son, por derecho propio y gracias al empuje sistemático de tantos y de tantas, una zona considerable y querible de los logros alcanzados.

En cuanto al testimonio tratamos de brindar espacios y apoyo para un género literario muchas veces subestimado a pesar de haber probado sus excelencias estéticas y su vocación participativa. El Premio Memoria, convocado desde hace más de tres lustros, incentivó la incorporación de escritores, periodistas, historiadores a los territorios del testimonio, en un acto de justicia profesional, que enriqueció el catálogo de Ediciones La Memoria con importantes títulos que mostraban, una vez más, la capacidad del género para analizar temas de nuestra realidad y de incorporar los imprescindibles valores de la escritura a esa voluntad participativa. Un repaso rápido a la Colección Coloquios y testimonios de nuestro sello editorial da fe –y testimonio– de esa verdad compartida.

Con el arte digital reafirmamos aquella proposición de un crítico de los 60 que conserva su vigencia en nuestros días: la principal función del arte no es derribar puertas abiertas, sino inaugurar territorios y buscar caminos –necesariamente riesgosos, pero imprescindibles– para la comunicación de las ideas y el disfrute de la belleza. Junto a los artistas digitales –la inmensa mayoría, jóvenes– recorrimos trayectos de aprendizaje y descubrimientos dentro de aquella apuesta que constantemente se renueva en el tiempo y en el horizonte. Vivir juntos los riesgos y disfrutar juntos los resultados ha sido y es una experiencia mayor que agradeceremos siempre. En estos tiempos de aniversario, damos gracias a tantos por permitir el acompañamiento e incentivar las nuevas búsquedas.

¿Qué importancia ha tenido el hecho de hacer funcionar el Centro desde diversas aristas, desde lo musical, lo literario…y cuáles han sido las principales estrategias para lograrlo?

Como en otros aspectos del trabajo del Centro, la vida fue sugiriendo respuestas e indicando posibles senderos. Creo que eso se afirmó sobre las convicciones previas de mucha de la gente del Centro Pablo: “la poesía debe ser hecha por todos”, como ya había indicado, desde la sabiduría cotidiana, el poeta.

Al mismo tiempo, las características de los tiempos que vivimos ciertamente impulsan en esa dirección integradora, cotidianamente ecuménica, que no cree en inviolables compartimentos estancos, sino que propone la interacción creativa, la utopía de las fronteras borradas. Así, el Centro Pablo convidó a compartir territorios y espacios, a poner juntos lenguajes y maneras de hacer: la obra plástica que ha acompañado a la guitarra en los incesantes conciertos, la canción trovadoresca que se une a la poesía de las paredes en las exposiciones y los eventos. La estrategia, vista desde hoy, ha sido esa: unir, congregar, integrar: acciones muy necesarias también –o más– en los tiempos que ahora mismo corren.

¿Cuánto han influido las situaciones políticas en América Latina y el Caribe, cómo logran mantenerse en sintonía con los procesos sociales que vive la región?

El trabajo del Centro se inspira y se afianza en los valores y el espíritu del revolucionario y escritor que le da nombre. De ahí la identidad, la pertenencia con Puerto Rico, la primera patria de Pablo, y su vocación soberana. De ahí las acciones solidarias en las que el Centro participó a lo largo de estos años, que incluyeron, de manera señalada, la incorporación a la lucha por la liberación de nuestros cinco hermanos.

El legado de Pablo de la Torriente Brau, internacionalista temprano, ha sido fuente de inspiración viva para la vocación participativa del Centro, expresada en las realizaciones de los artistas, mayoritariamente jóvenes, en territorios tan aparentemente distintos como la nueva trova, el arte digital, el diseño gráfico, la literatura testimonial o las manifestaciones audiovisuales y digitales. La memoria –su rescate, conservación y difusión– ha sido el elemento que las une y reúne, que las articula y enriquece.

Trabajando en esas y otras direcciones, se fueron perfilando lo que después llamamos nuestras poéticas políticas, o nuestras políticas poéticas. No fueron una nomenclatura inventada a priori, sino el producto de una práctica que siempre ha tendido a acercar esos territorios que incluye. Porque pensamos que la poesía necesita el contacto, el conocimiento de las (tantas veces ásperas) realidades circundantes para que su acción espiritual logre una dimensión y un alcance mayores. Y, del mismo modo, la política necesita de la poesía para complementar y sensibilizar sus aristas y perfilar sus proyecciones, siempre basadas en la ética personal y colectiva. En ese doble, necesario acercamiento, creemos, existe la posibilidad de ser “un tilín mejores”, como nos advirtió en texto memorable el poeta-trovador Silvio Rodríguez.

El tema de la nueva trova es un asunto de rigor si hablamos del Centro Pablo, sin embargo, aún creen que la Trova siga siendo ese instrumento que fue en los inicios del Centro. ¿Cuáles son las principales dificultades que asume el género en este momento y qué retos supone el futuro?

La nueva trova continúa poseyendo aquellos rasgos que la convirtieron en un eficaz instrumento para transformar la realidad. Aquella realidad ha cambiado, como por otra parte siempre sucede. La canción pensante, la canción inteligente tiene también deberes y derechos en ese diálogo que las manifestaciones artísticas pueden reclamar ante las interrogantes, las texturas, las exigencias de eso que llamamos, para entendernos, la realidad. A favor de esa posible continuidad de objetivos y logros de la nueva trova en los tiempos que corren están, sin duda, la autenticidad de su discurso, el valor de su ética y la imprescindible vocación de riesgo de esa manera de ver, asumir y transformar, en alguna medida, la realidad que nos pertenece. En contra de esas posibilidades podemos identificar también factores de creciente, nociva presencia en nuestros días, como la insuficiente labor de muchos medios de comunicación que privilegian el mal gusto, la banalidad y el empobrecimiento lingüístico y musical.

A la nueva trova se le identificó muchas veces, en ese recorrido de varias décadas, como el acompañante repetitivo del discurso político ya en proceso de empobrecimiento práctico y conceptual. Eso fue, sin dudas, cierto en alguna medida. Pero las potencialidades de esa manera de ver la realidad –y de vernos– pueden pervivir en la voluntad de trovadoras y trovadores de hoy y de mañana para continuar el diálogo activo y participante, como lo hicieron sus antecesores en aquellos años ciertamente diferentes. La autenticidad, la sinceridad, la vocación de riesgo y –quizás sobre todo– el talento poético y musical son herramientas esenciales.

¿Qué le ha faltado por hacer al Centro Pablo en estos 20 años?

Muchas cosas seguramente. Aparecen en la distancia cuando revisamos, como en estos días, los fondos digitales del Centro que conservan la memoria de la actividad diversa en la canción y el cartel, el arte digital y el testimonio, las visiones audiovisuales y los frutos de las nuevas tecnologías. La enumeración misma –y las imágenes que convoca– apuntan hacia lo mucho que se ha hecho, con la participación imprescindible de artistas y colaboradores, de memoriosos y escribas, de gentes de la palabra y de la imagen. Es el balance inevitable entre el sueño y el deseo. Pero lo más importante, sin duda, ha sido la conformación y presencia de esas comunidades creadoras, nacidas al calor de los programas y las acciones del Centro.

Para la Casa, que también ha seguido caminos similares a los del Centro resulta un verdadero honor realizarles este homenaje por sus dos décadas, ¿qué representa la Casa para ustedes?

La Casa fue, para algunos de nosotros, nuestra casa, antes de que surgiera, 20 años atrás el Centro Pablo. Después, cuando el sueño centropabliano comenzó a moverse, la Casa fue una referencia fecunda en diversos sentidos. Sólo habría que recordar que en sus espacios nació y fue defendida, a capa y cariño, la nueva trova, como también sucedió en otro territorio del coraje intelectual, el ICAIC, de la mano y el pensamiento de Alfredo Guevara, Santiago Álvarez y el cine cubano. El otorgamiento del Premio Pablo a Roberto Fernández Retamar, maestro y amigo y otra vez maestro, desborda su admiración hasta alcanzar a la Casa, su Casa, nuestra Casa de ayer y de siempre.