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Cimarrón revisitado (III y final)

En ocasión del 45 aniversario de la publicación de Biografía de un cimarrón, genuina obra clásica de las letras cubanas, el profesor e investigador Rubén Zardoya Loureda, colaborador de NosOtros, ha tenido la gentileza de cedernos el artículo cuya tercera parte presentamos a continuación. Sirva como modesto homenaje de Cubadebate a Esteban Montejo y a Miguel Barnet.

Por Rubén Zardoya Loureda

Portada de Biografía de un cimarrónLa lectura de Biografía de un cimarrón hace ostensible la sólida cultura antropológica e histórica del autor. De alguna manera habrán sido necesarias también muchas horas de estudio en archivos y bibliotecas e innumerables consultas de orden metodológico. Pero sólo la intuición artística, que retiene en la imaginación el todo y lo hace valer en el trabajo sobre cada parte, es capaz de fundir en una sola pieza historia, mito, leyenda, ficción y realidad; soldados de tal forma que no sean visibles las soldaduras o, con más exactitud, soldados sin soldador y, por consiguiente, sin soldaduras. Es la intuición del artista que suple con creces, desborda y supera en su capacidad cognoscitiva la técnica fría y sin alma del cientificismo.

Nos hallamos ante una obra de arte. Pero no sólo, no tanto, no ya, no per se. Con igual dignidad -y no simplemente también o al lado de- constituye una obra científica, en particular, etnográfica. Sobre este momento deseo poner el acento. Y nótese que digo momento y no elemento. Elemento es lo que puede vivir por sí mismo, aunque forme parte de un todo, como viven por sí mismas las piezas de un reloj y pueden irse a morar a otro reloj, y funcionar allí sin menoscabo de la relojería. Momento es lo que tiene su realidad en un todo orgánico que lo engloba, y es indisoluble de él, y no puede existir ni ser pensado sin él, sino con profundo menoscabo de la organicidad. La ciencia etnográfica, con su peculiar historicidad, es precisamente un momento de Biografía de un cimarrón. Un momento relevante. Baste repasar sus páginas, digamos, aquellas del monte, el monte del cimarrón, no simplemente el de la geografía, con sus pájaros cuchicheando entre sí, sus cerdos descarriados, majases vampiros, ranchadores y perros amaestrados al acecho, lomas que suben y bajan, cuevas cruzadas por murciélagos, alimentos robados a la manera del gato, picadas de bichos, calenturas, hierbas medicinales, agua fresca, sombras de árboles que no conviene pisar de noche, remedos de tabaco y café, música y bailes de guajiros distantes, caza de jutías, abstinencia del verbo y del sexo, y el sentimiento hondo de que la libertad cuelga del hilo de la prudencia. O la indagación sistemática en el ingenio y sus concomitancias: barracones sin cerrojos, cañaverales, mayordomos, fondas, fiestas, sudores sexuales en el yerbazal, campanas del Silencio, arados, maquinarias de vapor, isleños, gallegos, asturianos, chinos, filipinos, congos, lucumises, mandingas, gitanos, circos, trenes, cachimbas de barro, ñáñigos, santeros, católicos, masones, enamoramientos con piedras y granos de maíz, cabildos, herencias, tertulias, abogados, médicos, curanderos, comadronas, gobernadores, condes y marqueses, cédulas y cartillas de identidad, comidas y bebidas rituales, curas e iglesias, vendedores de cuanto se compre, licores, competencias de caballos, peleas de gallos, monedas mexicanas y españolas, modas y usos en el vestir, carnes postizas tras camisones, sayas, sayones, corsés y vestidos, juegos infantiles, trapiches, hijos mulatos, cuero para los niños, islas de cocodrilos y tiburones en las que se confinan ladrones, chulos, cuatreros y rebeldes, casas habitadas por espíritus, trajines funerarios, resurrecciones, técnicos ingleses y norteamericanos, bandoleros, secuestros, güijes, sirenas zalameras que se llevan a los hombres al fondo del mar y los devuelven vivos, brujas que cuelgan el pellejo detrás de la puerta, jinetes sin cabeza, voces del campo, pichones que nacen de huevos sancochados y diablillos paridos por gallinas y por el ingenio humano, cazuelas brujas de mayombé judío, martes y medianoches del diablo, resguardos, luz eléctrica, dominó y barajas, fiestas de San Juan, Semana Santa, Sábados de Gloria, titiriteros, sitieros, bodegueros, proverbios, historias de sapos, jicoteas, tigres y monos...

Análogo tesoro etnográfico contienen las páginas del barracón y la guerra. Barracón de integración interétnica y distancia social; guerra de paradojas vivientes, de fajatiñas por el mando y épica cotidiana, de cepos de campaña y trajes de libertador, de desconfianza honda y entrega idealista, de bribones y titanes, de traición y heroísmo. La guerra del mambí, hijo de áurea y mono convertido en león. Y hago hincapié en que en estas páginas no se encuentra simplemente el material dispuesto para el estudio de algún sabio conceptuoso, sino el propio estudio de este material, en el que el concepto y el aparato categorial, las coordenadas de la clasificación, la inducción y la deducción se han sumergido libremente en la lógica interna de la cultura. Etnología hay aquí y, más allá, Antropología histórica, estudio científico del hombre enraizado en su cultura y su historia.

Alguno dirá que tal dato resulta anacrónico o que tal batalla tuvo lugar diez kilómetros más hacia el sur. Tanto peor para su percepción de los valores del libro y de la ciencia antropológica. A mi juicio, no es la llamada "historia real" lo que importa en este caso -aunque importa mucho-, aquella que suele copiarse servilmente y con carácter exclusivo, como si las otras, las de la mentalidad y el imaginario individual y colectivo no fueran reales. Importa ante todo la visión que ofrecen Esteban y Miguel de la naturaleza sensorial y suprasensorial, de las relaciones entre el hombre y estas naturalezas y de los hombres entre sí, de la sociedad y la división social del trabajo, de la producción, de la distribución, el cambio y el consumo de la riqueza material y espiritual, de la cultura, la ideología, la propiedad y el poder. Visión incontestable contra la que se estrellará toda crítica arqueológica del detalle.

¿Está cerrado el camino abierto por Miguel Barnet? ¿Ha sido roto, después de ser usado, el molde en que se fundió Biografía de un Cimarrón? No lo creo. Es cierto que ya no habrá cimarrones, cuánto menos, cimarrones que devengan miembros del Partido Socialista Popular. De Esteban sólo seguirá vagando el espíritu, en sentido figurado y en sentido literal. Pero no hablo del metal, sino del molde, no del contenido, sino de la forma abierta para el estudio de la cultura cubana. De que la forma, transfigurada, ha continuado viva habla la propia obra ulterior de Miguel Barnet, ante todo Gallego y Canción de Rachel, y la aún innominada que está por venir. Pero yo creo que esta forma, en lo que de científica tiene, puede continuar haciendo saber de sí por múltiples vías, y no sólo en la obra de Barnet.

La unicidad es una virtud del arte, no de la ciencia, y no hay mérito y responsabilidad mayores para el científico que los de abrir un camino por el cual puedan transitar otros, que poner a disposición del gremio de la ciencia un método de valor más o menos universal en lo que tiene de índice, no en lo que tendría de camisa de fuerza. Yo mismo -y pido disculpas por esta referencia personal-, en un trabajo emprendido de conjunto con la investigadora Rosa María de Lahaye Guerra, he acumulado cientos de cuartillas en apretada letra con transcripciones en bruto de entrevistas realizadas a dos religiosos cubanos de singular vida. A Barnet no le será difícil imaginar los apuros y angustias en que nos pone el propósito de otorgar vida a esa masa informe de datos empíricos. Algún ángel, sin embargo, anda susurrando a mi oído que Biografía de un Cimarrón constituye, si no un modelo, al menos una referencia obligada y fecundante. De una u otra forma, varios colegas han escuchado a este mismo ángel. Quizá el acertijo radique en no dejarse encandilar por el modo artístico tan peculiar de Barnet. Lo importante es asumir el riesgo de la creación con modestia y con la esperanza de que Miguel nos conceda la gracia de un guiño cómplice por la osadía. En este sentido, Greene y Carpentier tenían toda la razón, aunque no la tenían del todo.