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Cimarrón revisitado (II parte)

En ocasión del 45 aniversario de la publicación de Biografía de un cimarrón, genuina obra clásica de las letras cubanas, el profesor e investigador Rubén Zardoya Loureda, colaborador de NosOtros, ha tenido la gentileza de cedernos el artículo cuya segunda parte presentamos a continuación. Sirva como modesto homenaje de Cubadebate, a Esteban Montejo y a Miguel Barnet.

Por Rubén Zardoya Loureda

Biografia de un cimarrón, imagen de portadaLa universalidad de Esteban Montejo no pasaría de ser un arquetipo frío o uno de esos modelos abstractos e infecundos que de unos años a la fecha se ha hecho usual construir por encima de la historia concreta de los hombres, si en Esteban sólo viviera el ideal de la resistencia cultural y de los valores éticos en general. Biografía de un Cimarrón no versa sobre resistencia, ética y creación en general, sino sobre resistencia, ética y creación como atributos de la cultura cubana, en particular, del proceso inusualmente intenso de su formación histórica, visto -y esto es lo definitivo- a través de uno de sus legítimos y más importantes protagonistas: el hombre negro, criollo, cimarrón, mambí, obrero y patriota. Continuarán ignorándolo algunas historias miopes y prejuiciadas, o convirtiéndolo en un muñeco folklórico otras historias y etnografías de farándula y exotismo. Pero ahí estará Esteban para desmentir unas y otras, para validar la inserción fundacional de su estirpe en la cubanía, para avalar con su vida y su pensamiento el colosal proceso de transculturación -vale decir, de deculturación, aculturación y neoculturación- que produjo esta peculiar comunidad de hombres que llamamos nación cubana. Esteban Montejo: un hombre para el que África no era sino una referencia mitológica, parapetada tras una vieja muralla "hecha de yaguas y bichos brujos que picaban como diablo", y cuya única realidad era la de la esclavitud, el cimarronaje, el ingenio, la guerra y el trabajo duro por treinta pesos. Un hombre cubano desde las raíces a la arboladura y, a un tiempo, singular por los avatares específicos, casi legendarios de su vida, que recorrió sobre sus pies y construyó con sus manos la trayectoria histórica de la formación de su propia identidad nacional.

Un segundo elemento reafirma, desde mi punto de vista, la percepción de Graham Greene y Alejo Carpentier sobre la unicidad de Biografía de un Cimarrón: la forma de la escritura, realmente inclasificable, al menos a partir de los patrones aristotélicos de nuestra ciencia occidental. "Relato etnográfico" y "novela testimonio" han sido los rótulos desacostumbrados propuestos por el propio autor. Allá él, seguramente obligado a nombrar de alguna manera lo innombrable, para no permanecer mudo como aquel discípulo de Heráclito que, desalentado por la inmovilidad de los términos y puesto ante la dialéctica implacable de las cosas, en lugar de nombrarlas, optaba por indicarlas con el dedo. La nombremos o la indiquemos con el dedo, lo cierto es que la obra que nos ocupa haría morir de envidia a algún que otro escritor postmoderno, de esos que procuran con artificios y graves dolores de parto lo que a Miguel Barnet se le ofrece con naturalidad: el desdibujamiento de las fronteras existentes entre géneros, desdibujamiento que no es el trozado de los propios géneros, la mezcolanza caprichosa, el arroz con mango, sino su integración armónica, espontánea, llana y, a la par, profundamente pensada y austera.

Quisiera insistir en esto: no es el arbitrio subjetivista ni la búsqueda vana de originalidad lo que une en Biografía de un Cimarrón etnografía con poesía, testimonio con novela, narración con estudio de caso, historia de vida con fabulario, sino el apego más estricto a la necesidad interna del desarrollo de su objeto o, si se quiere, de su trama. No hay método de investigación más riguroso que aquel que logra hacerse inmanente al automovimiento de su objeto, ni pensamiento más libre que el que consigue identificarse con la necesidad de su contenido. El rigor y la libertad del modo de pensamiento realizado por Miguel Barnet radican precisamente en esa ancha y difícil modestia del espíritu creador que consiste en callar y dejar que sea el objeto quien cuente su propia historia, se trueque en sujeto, desenvuelva en sí mismo sus propias distinciones, haga de sí mismo un libro y se ponga por sí mismo a disposición de los lectores. ¡Tanto más cuanto que ese objeto es un hombre y, más que un hombre, es historia viva y fecunda!

(Continuará)