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Cimarrón revisitado (I Parte)

Concierto por la Patria: Miguel Barnet

Durante el "Concierto por la Patria": Miguel Barnet

En ocasión del 45 aniversario de la publicación de Biografía de un cimarrón, genuina obra clásica de las letras cubanas, el profesor e investigador Rubén Zardoya Loureda, colaborador de NosOtros, ha tenido la gentileza de cedernos el artículo que a continuación presentamos. Sirva como modesto homenaje de Cubadebate a Esteban Montejo y a Miguel Barnet.

Rosa María de Lahaye Guerra

CIMARRÓN REVISITADO (I parte)

Por Rubén Zardoya Loureda

Desde que Graham Greene y Alejo Carpentier, deslumbrados por la originalidad y fuerza etnológica y poética de Biografía de un Cimarrón, calificaron esta obra de caso único y virtualmente irrepetible de la literatura universal, esta idea ha devenido en una suerte de axioma e, incluso, de lugar común en los sucesivos y, por lo visto, indetenibles estudios que sobre ella se han realizado.

Greene y Carpentier tenían sólidos fundamentos para formular tan categórica aseveración. La singularidad de este libro se asienta, en primer término, en la universalidad de su objeto: Esteban Montejo. No el hombre de carne y hueso que Miguel Barnet encontró, por una feliz confluencia de circunstancias, sentado sobre un taburete en un olvidado Hogar del Veterano, sino el símbolo de la resistencia cultural y, ante todo, de la resistencia ética, a toda forma de avasallamiento entre los hombres.

No hay valores universales humanos tan potentes como aquellos que viven encarnados en hombres singulares y, sobre todo, en hombres que ignoran encarnar tales valores o que, al menos, no los encarnan para la Historia, para la Literatura, para Lo que Van a Escribir o Decir, en fin, para alimentar la vanidad propia. Esteban Montejo es un ideal vivo: no el dechado de virtudes que la imaginación suele contraponer a la realidad viciosa y, menos aún, la perfección alcanzada, casi divina, lista para la imitación o la veneración, sino una forma histórica concreta de solución real, en el pensamiento y la práctica, de las contradicciones epocales que gravan la historia, que enredan las piernas y los sentimientos y que colocan a los hombres ante la alternativa de la claudicación, la treta adaptativa o el pillaje, por un lado, y la rebeldía, la acción creadora y la dignidad, por otro.

De seguro Esteban -como nosotros- atisbó en su propia universalidad gracias a la labor paciente e inteligente del duende que guió a Barnet durante aquellos tres años de trance y en la medida en que fue deponiendo cautelas y desconfianzas ante la técnica depurada del joven investigador que lo entrevistaba y se apoderaba como un ladrón refinado de su intimidad, de sus vivencias y recuerdos, de sus relatos, fantasías, esquemas de pensamiento, prismas cosmovisivos, tabúes y pudores. En algún momento debió comprender que lo robado no iría a parar al bolsillo del ladrón, sino a la memoria colectiva de la nación que él había contribuido a forjar con dignidad pareja a la de los jefes y caudillos que ahora veía petrificados con sus caballos en parques y avenidas, Entonces debió producirse la tan difícil empatía por la cual informante e investigador devienen coprotagonistas de una aventura en la que uno y otro suelen trastocar funciones y se convierten en coautores de una misma obra. Sólo quienes han pasado largas, muy largas horas de su vida -probablemente las más gratas- componiendo y recomponiendo de conjunto con su informante, papel, pluma y grabadora de por medio, una vida y un pensamiento en lo que tienen de universal y en su peculiaridad humana, pueden aquilatar en su justa medida el valor de esa fusión espiritual en la que ambas partes, sin embargo, no pierden su identidad y, más allá del nexo circunstancial que impone la entrevista y, en general, la investigación, establecen nexos de auténtica solidaridad humana e, incluso, de amistad.

Si es cierto que la Antropología constituye, en gran medida, un esfuerzo por comprender al otro y su cultura, no menos cierto es que esa comprensión representa, al mismo tiempo, un proceso de entendimiento de sí mismo y de la cultura propia, un proceso en que cada una de las culturas se proyecta en la otra como en un espejo más o menos terso o convexo, y en esta proyección adquiere una imagen inusitada, más parecida a su correlato empírico, a su esencia y a sus determinaciones específicas, que la imagen anterior a la proyección, encerrada en sí misma y generalmente autocomplaciente. Estoy seguro de que Esteban Montejo y Miguel Barnet se conocieron mejor a sí mismos y a sus respectivas culturas como resultado del trabajo conjunto realizado por ellos. Tal vez, sólo en virtud de este trabajo hayan llegado a conocerse definitivamente como momentos inseparables de una misma cultura: la cultura cubana, cultura de resistencia y creación. No en balde Miguel anda diciendo por ahí que él también es cimarrón.

(Continuará.)