El jueves pasado el vuelo 17 de Malaysia Airlines ―un Boeing 777 que partió de Ámsterdam con destino al Aeropuerto Internacional de Kuala Lumpur― se desplomó en Ucrania, en la región de Donetsk Oblast, al este de país. Como sucede en los primeros minutos de este tipo de tragedias, se pensó que el avión se había estrellado o que había sufrido algún tipo de percance mecánico, sin embargo, conforme transcurrieron las horas se reveló una verdad siniestra: la aeronave había sido derribada por un misil.
¿Fueron los separatistas o los milicianos ucranianos? ¿Es cierto que el objetivo real era el avión presidencial de Vladimir Putin, que siguió casi la misma ruta del MH17 pero apenas con una diferencia mínima de tiempo? ¿Y qué hay con el centenar de expertos en la investigación científica del VIH/SIDA que viajaban a un congreso en Melbourne? ¿Solo fue una coincidencia desgraciada?
Todas estas preguntas están en el aire y, por lo pronto, no parece sencillo que alguien las responda.
Hasta ahora lo único irrefutable es la magnitud de la tragedia. Eso absurdo y al mismo tiempo tan humano que emerge ante hechos tan incompresibles como este. En efecto, ¿cuáles son los caminos torcidos que ―biológica, evolutiva, psicológica, históricamente― debe seguir una especie y algunos de sus individuos para tomar la decisión de derribar un avión con cientos de semejantes?
Jerome Sessini, fotógrafo de origen francés que ha retratado el devenir bélico de Iraq, Somalia y otros países, viajó a Ucrania el día del siniestro para recabar estos testimonios gráficos de este suceso como si el dolor, el sufrimiento y la brutalidad de la que es capaz el ser humano se mostrara por vez primera, como si nunca hubieran ocurrido hechos así en la historia.
Algunas de las imágenes son explícitas, se recomienda discreción.
(Con información de Pijamasurf)