Por Nuestra Mayúscula América: Valle Grande

El 31 de diciembre de 2013, temprano en la mañana, nos despedimos de La Higuera. Emprendimos viaje rumbo a Valle Grande, la urbe donde mostraron el cuerpo del Che al mundo y donde, además, estuvo enterrado secretamente junto a otros de sus compañeros por treinta años.

En mi imaginario, Valle Grande era un pueblo perdido en la geografía boliviana. Para mi sorpresa, encontramos una ciudad centenaria, fundada en el siglo XVII (es latente la arquitectura colonial) y cuyos moradores, al parecer, viven con sosiego. Su nombre completo es Jesús y Montes Claros de los Caballeros del Valle Grande y pertenece al departamento de Santa Cruz, uno de los más ricos e importantes de Bolivia.

En esta ciudad se estableció el puesto de mando del ejército boliviano y sus asesores norteamericanos durante el operativo de captura y asesinato del Che. Hasta aquí eran trasmitidas las órdenes provenientes de La Paz (y hasta de la CIA); que luego eran ejecutadas en la zona de La Higuera.

Una vez capturados y asesinados los guerrilleros eran llevados hasta Valle Grande. El cadáver del Che fue trasladado vía aérea, amarrado al patín de un helicóptero, envuelto en una manta.

Fue expuesto entonces sobre la pileta de la lavandería del hospital Señor de Malta donde, además, se hizo la identificación oficial del cuerpo. Como trofeo de guerra lo mostraron ante periodistas y pobladores vallegrandinos.

Aunque hay material fílmico de ese momento, es la fotografía tomada por Freddy Alborta, donde el Che parece un Cristo tendido, desafiante, con los ojos abiertos, la que ha quedado en la memoria.

La lavandería no es más que una caseta, de unos cinco metros de largo por tres de ancho, ubicada en el medio del patio trasero del hospital. El lugar está casi intacto, excepto por los innumerables grafitis dejados por los viajeros que a lo largo de los años han llegado para homenajear al Guerrillero Heroico.

Allí fue donde por última vez se vio su cuerpo. Luego lo desaparecieron.

La versión oficial dictó que al cadáver lo habían incinerado y las cenizas las habían esparcido desde un avión sobre la selva. Pero intensas investigaciones durante tres décadas determinaron que había sido enterrado en una zanja en las afueras de la ciudad.

En 1995 Mario Vargas Salinas, general retirado y uno de los oficiales del operativo de captura y asesinato del Che, le confesó al periodista Jon Lee Anderson (quién recopilaba información para escribir una biografía sobre el revolucionario argentino-cubano), que al Comandante Guevara y a sus compañeros los habían sepultado bajo la pista de aterrizaje del antiguo aeropuerto de Valle Grande.

Luego de varios meses de múltiples excavaciones en un radio de diez kilómetros, un equipo de antropólogos forenses, historiadores y geofísicos de Cuba, Argentina e Italia, descubrieron varias fosas. Entre ellas, a unos dos kilómetros de la pista de aterrizaje, donde estaba sepultada Tamara Bunke, “Tania, la guerrillera”, entre otros compañeros.

El 28 de junio de 1997, en la misma pista de aterrizaje, los científicos dieron con la fosa número siete donde estaban los restos del comandante Ernesto Che Guevara, los cubanos René Martínez Tamayo (Arturo), Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho) y Orlando Pantoja Tamayo (Antonio), los guerrilleros bolivianos Simeón Cuba (Willy) y Aniceto Reynaga (Aniceto), y el peruano Juan Pablo Chang (El Chino).

Hoy, en ese espacio, se alza un mausoleo. En su interior un recorrido fotográfico revela la vida y las luchas del Che. En medio del recinto, al nivel de las excavaciones donde los sepultaron, ocho lajas de piedra recuerdan el sitio donde encontraron, luego de treinta años de estar ocultos, a los guerrilleros y su Comandante.