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El chino lavandero

En 1920 el Barrio Chino de La Habana se había convertido en el más grande de Latinoamérica. Foto: Archivo

Yo recuerdo perfectamente el tren de lavado de chinos establecido en la esquina de edad indefinida, que parecía ser el dueño del negocio o al menos su jefe, era el encargado de recibir y entregar los encargos, respaldados por un papeleta con caracteres chinos indescriptibles y escritos siempre con un pincel mojado en tinta china.

Felipe, que así se hacía llamar aquel hombre que de manera invariable nos recibía y despedía con una sonrisa seguida por una ligera reverencia, localizaba, con la papeleta que le entregábamos, las piezas de ropa que reclamábamos y enseguida procedía a empaquetarla con un papel corriente, sumamente delgado que desprendía de una bovina, paquete que luego aseguraba con el cordel que cortaba de un rollo. Había repetido tantas veces el mismo gesto que tenía las medidas en las manos. Nunca se quedaba corto con la envoltura ni con el cordel. Y jamás le sobraban.

Todo era muy rápido. La visita a la lavandería de chinos apenas permitía atisbar su distribución, precario equipamiento tecnológico y febril actividad. Se hallaba emplazada en una casa vieja dotada de sala y saleta y de una hilera de habitaciones que corría junto  un patio lateral. Allí estaban los lavaderos y el tambor que conservaba las piedras de carbón con que se calentaban las planchas de hierro aunque algunas piezas de ropa, como sábanas y fundas, se estiraban haciéndolas pasar entre los dos rodillos que se movían al unísono mediante un manivela accionada a mano.

Una escalera de madera conducía a la azotea; allí se tendía la ropa, muy unidas las piezas para un mejor aprovechamiento del espacio. Tenían aquellos sitios el olor característicos del jabón y la legía. Se hacía sentir asimismo el olor del carbón. Si la ropa almidonada puesta a secar se mojaba con la lluvia, el resultado era catastrófico pues la ropa exhalaba un hedor que se mantenía hasta que volviera a lavarse.

Eran los trenes de lavado de chinos espacios eminentemente masculinos, aunque no era raro que en épocas de gran demanda se contrataran como planchadoras a jóvenes cubanas muy humildes, sin contar que siempre había en ellos una mujer, ya entrada en años, que repasaba la ropa y antes de que la lavaran reparaba algún descocido y ponía los botones faltantes.

La lavandería era al mismo tiempo centro de trabajo y vivienda. En ellas se hacinaba un número indeterminado de chinos. Encontraban allí un lugar para laborar y cobijarse, con un sistema de gastos colectivos que permitía ahorrar algún dinero; un sitio con pocas tensiones internas y favorable, dicen los estudiosos, para reproducir la lógica y el tempo comunal ancestral.

Cierto es que se trabajaba duro, pero resultaba un empeño seguro en un mercado laboral inestable. Un mediodía de domingo en que miré más de lo que debía vi en una de las habitaciones interiores a un grupo de hombres ---todos empleados de la lavandería--- sentados en el suelo. Una larga pipa de bambú  pasaba entre ellos de mano en mano y de boca en boca.

Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX van a producirse variaciones en el perfil ocupacional de los chinos asentados en Cuba. Crece en ese periodo el número de chinos carboneros, verduleros, vendedores ambulantes, dependientes de comercio, lavanderos. En 1927 funcionaban en La Habana 358 lavanderías de chinos. Cifra que se redujo en 1954 a 155.

Lo curioso del caso es que en 1969, después de la llamada ofensiva revolucionaria que un año antes erradicó los negocios particulares y la pequeña empresa todavía existente, quedaban 116 de esas lavanderías en esta capital. Había sido imposible intervenirlas. Lo intentaron, ciertamente, pero a los interventores designados les fue imposible  localizar a los dueños del negocio.  Preguntaban por ellos y la respuesta en todas era la misma: “capitán no está”. Tampoco conseguían entenderse con aquellos hombres que parecían haber olvidado el español. Pero, por otra parte, ¿cómo dar vivienda a sus numerosos empleados?

¿Qué salario fijarles?

Pasar al sector estatal aquella lavanderías resultaba propósito imposible. Hubo que dejarlas al tiempo. Desaparecerían poco a poco. Todavía a comienzos de los 80, funcionaba una en la Calzada de 10 de Octubre, cerca de La Víbora.