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Fernando Hechavarría: Para interpretar, el actor presta su cuerpo y emociones

Fernando Hechevarría “se nos cuela” en nuestras casas en tres oportunidades, con personajes diversos y convincentes.

En estos momentos Fernando Hechavarría “se nos cuela” en nuestras casas en tres oportunidades, con personajes diversos y convincentes: ese Gallo de la segunda temporada de La Otra Guerra que vale un potosí; el “galán casadero” de Destino prohibido y el padre de la protagonista de El rostro de los días, el menos matizado de todos.

Lo vi en el teatro en Calígula y desde entonces persigo sus personajes. Nunca olvidaré su Gago en la serie Diana de Rudy Mora; sin su entrega y habilidad en la actuación la serie no hubiera sido lo que fue: un suceso polémico que terminó, incluso, siendo estudio en una tesis de grado.

En el cine ha trabajado en varios filmes nacionales y en coproducciones y ha merecido numerosos premios.

—¿Por qué el diseño, la pintura y la escultura?

Las artes plásticas han sido siempre una pasión para mí; apenas adolescente comencé los estudios en la Escuela Provincial de Artes Plásticas de Holguín, donde residía entonces. Definitivamente, aunque no concluí estos estudios, su influencia ha sido definitoria en todo el proceso creativo de la otra gran pasión de mi vida, la actuación; permitiéndome visualizar una imagen totalizadora de los  personajes que caracterizo.

—¿Cómo y cuándo pasas a estudiar actuación? ¿Dónde?

Cursando estudios de Artes Plásticas, mi profesor de diseño por ese entonces, Paneca, detecta aptitudes actorales y me propone hacer las pruebas de ingreso para esa especialidad, que en aquella época sólo se estudiaba en la capital; acepto, apruebo los exámenes y vengo a La Habana a estudiar. Afortunadamente, mi generación tuvo el privilegio de contar con un sólido claustro, entre otros, Raúl Eguren y los soviéticos, Nieves Laferté, Diana Fernández, Freddy Artiles y Nicolás Dorr. Egreso de la academia de nivel medio en 1976 y voy al Escambray por servicio social, donde permanezco durante 20 años, mi segunda escuela y posteriormente en 1996 vengo a trabajar al Público, bajo la dirección de Carlos Díaz, mi tercera y actual academia. Estoy convencido de que esta es una carrera donde permanentemente estamos aprendiendo, si queremos crecer, por lo que el proceso de aprendizaje es permanente, y cada espectáculo o personaje es un escalón a superar, que nos enriquece.

—¿Cuál fue tu primer trabajo como actor?

La Tierra y el Cielo, un film del ICAIC dirigido por Manuel Octavio Gómez, mientras cursaba los primeros años de actuación, y que contaba con la dirección de fotografía de Livio Delgado, a quien agradezco eternamente sus enseñanzas y amistad.

—¿Y en la televisión?

Estando en el Grupo Escambray, Corrieri crea un equipo de trabajo con los Estudios del MININT, versionando para la TV espectáculos de la compañía; el primero fue Los Novios, de Roberto Orihuela; al que le siguieron La Emboscada, etc.

—¿Qué recuerdas de Calígula?

Teatro El Público, como ya le comentaba, es mi actual escuela; aquí he incursionado en una poética diferente, rompiendo zonas de confort, todo gracias a la confianza y generosidad de alguien a quien, con los años y la complicidad creativa, ha devenido en más que amigo entrañable, familia, Carlos Díaz. Pone en mis manos personajes que harían las delicias de cualquier actor; Calígula fue el primero de esos roles colosales de la dramaturgia universal que Carlos me confió. Lo recuerdo como un proceso de trabajo muy atractivo, aglutinador de muchas manifestaciones artísticas: danza, música, artes plásticas; montaje preciosista y meticuloso, pero de una celeridad impresionante, lo que luego se convertiría en método habitual de trabajo y no por ello menos riguroso. Calígula me regaló el descubrimiento de resortes expresivos desconocidos hasta ese momento, y punto de giro definitorio en la madurez profesional; trampolín para personajes y puestas superiores.

—¿Todavía te “pesa” Nacho Capitán?

Los hijos nunca pesan, son un regalo; si su comportamiento o proceder en la vida es errático, debemos buscar dónde equivocamos el camino en su formación, porque ellos siempre son el resultado de nuestra labor; con los personajes, hijos entrañables para uno, sucede lo mismo. Tierra Brava me regaló infinidad de cosas; conocer y ser dirigido por una creadora de la talla de Xiomara Blanco, a quien nunca puedo agradecer lo suficiente la confianza depositada en mí; compartir escena, conocer y querer a creadores como Enrique Molina, Alina Rodríguez, Rogelio Blain, René de la Cruz, Odalis Fuentes, Almirante, Breña y Jaqueline Arenal, entre otros; por último y no menos importante, me abrió las puertas al afecto del público nacional, que ha sido extremadamente generoso conmigo; teniendo en cuenta todo ello, Nacho ha devenido en bendición, no en peso.

—Del cine, ¿cuáles papeles te satisfacen más?

Cuando se ha tenido el privilegio de escoger roles, esquivando escollos mercenarios, tentaciones mercantilistas u otras tentaciones perniciosas que nos acechan profesionalmente, cada papel elegido resulta satisfactorio. Conflictos sólidos, personalidades atractivas e historias novedosas, hacen que un proyecto sea satisfactorio en cualquiera de los medios que reclaman nuestro trabajo.

—¿Cómo te preparaste para la serie Diana, de Rudy Mora?

Habiendo trabajado previamente con Rudy, al que considero uno de esos realizadores excepcionales de nuestros medios, en el teleplay Escapar, sabía que una de sus premisas en el trabajo de dirección con el actor es lograr un punto de inflexión en nuestras carreras. Si bien mi proceso de acercamiento, estudio y plasmación de un rol, siempre camina por un sendero similar, partiendo de mí mismo y basado en una formación stanivslaskiana, el objeto de estudio transitó por características físico vocales muy peculiares, que llevaron al resultado que luego vieron en pantalla.

—Hiciste la dirección de actores en Vidas cruzadas, ¿repetirías ese quehacer?

La figura del director de actores es muy usual en los medios actualmente a nivel universal; facilita el trabajo de dirección del realizador y perfila el derrotero de los intérpretes. Creo que en nuestro país, el desconocimiento de las bondades de esta especialidad por parte de muchos directores han hecho ver fantasmas donde no los hay. Partimos del hecho que es indispensable una total comunión de criterios entre el director general y el director de actores, uno no sustituye al otro, sino que nos subordinamos al director general; por lo que, previo trabajo de mesa conjunto, nuestra función allí es limpiar de hojarascas el camino, enfilar todo el elenco en un mismo género, comedia, drama, tragedia, y ayudamos a tejer la urdimbre donde se sumergirán esos personajes, dejando claro cuál será el juego de relaciones entre las contrapartidas y la forma más limpia de plasmarlo en escena. Logrado todo ello, el director tiene en su mano un material listo para bordar, enriquecer con infinidad de matices. Es una labor agotadora, pero infinitamente agradecida, sobre todo cuando se realiza con el respeto absoluto a los intérpretes, sin imposiciones, sugiriendo, escuchando y ayudando a crear una atmósfera de creación armoniosa. Hay que ser punto de apoyo, no barrera. En esas condiciones, siempre estaría dispuesto a hacerlo.

—¿Cómo es tener una hija actriz? ¿Se critican?

Nuestra relación, en cualquier aspecto de la vida, transita por el más absoluto respeto; confiamos en la lucidez y el talento del otro, lo que facilita la comunicación; pero la crítica es ejercicio de dos, lo que hace que se genere como ejercicio solicitado, respetuoso, honesto y sobre todo armonioso. Sabemos que siempre nos tenemos ahí para lo necesario, solo hay que acudir al otro y con todo amor nos escuchamos mutuamente.

—¿La narración en el documental Retrato de un artista adolescente fue una excepción o forma parte de tu trabajo?

No es recurrente mi participación en ese tipo de proyectos, pero una vez asumido, dada la riqueza del trabajo, claro que forma parte de mi trabajo. Para mí, el doblaje, la radio o la narración, de ninguna forma es trabajo menor, requiere el mismo estudio, respeto y dedicación. Quizás no incursionar más en ellos ha sido por el respeto que me merecen y pienso no estar lo suficientemente preparado para realizarlos con la calidad que ameritan; pero si el tiempo y las propuestas lo permiten, me honraría mucho acercarme, modestamente, para aprender la mejor manera de hacerlo con calidad.

—De Nacho Capitán al Gallo, ¿cuánto de Fernando ha ido quedando en esos y el resto de los personajes?

Para interpretar, el actor presta su cuerpo y emociones a esos personajes, lo que implica que por muy lejano o cercano que esté de nosotros el rol, siempre hay una dosis importante de mí en cada caracterización. Los negativos ayudan a exorcizar demonios y los positivos reafirman valores; en ambos casos perseguimos marcar pautas, hacer pensar al receptor, para enriquecer esa sociedad a la que aspiramos.

(Tomado del Portal de la Televisión Cubana)