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Miriam Abreu: Ella borda un sueño

La arquitecta y profesora del ISDi, Miriam Abreu. Foto: ONDI.

Los nasobucos de Miriam Abreu son inconfundibles, en primer lugar, por los colores que usa: azul, rojo y hasta negro, aunque también los ha hecho blancos. Además, todos llevan la marca Cuba, bordada en un lugar específico: a la derecha y arriba, como si fuera la bandera izada en ese fragmento de tela, devenido escudo de batalla contra el SARS-CoV-2.

Ella nunca hubiera querido que esta historia en la cual es protagonista se contara; pero el relato se impone tras revelarse su nombre en la Mesa Redonda dedicada al cumpleaños del doctor Francisco Durán, director de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública, a quien ella le enviara unas mascarillas de regalo, cual “cubana agradecida”.

Todo empezó cuando supimos que el amigo intensivista Noydel M. Rivero, sería de los primeros en conformar los equipos de atención al paciente grave del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí, en medio de la contienda contra la COVID-19.

Entonces, sentí ganas de hacerle un regalo-resguardo, algo que significara mucho para él y que, a la vez, hablara de la grandeza de su alma, de su ética y compromiso profesional. Noe, como cariñosamente le decimos quienes lo conocemos y empezamos a quererlo sin más, se nos iba a convertir en un valiente y, como tal, merecía un obsequio distintivo.

Pensé entonces en la marca Cuba, ese símbolo de altas connotaciones que había visto aplicado a una bata de médico en el Manual de Pautas Gráficas que regula su aplicación, pero que nunca había podido observar implementado de esa manera.

Le pregunté entonces a mi vecina querida, Miriam Abreu, quien ya nos había confeccionado los primeros nasobucos para empezar a batirnos contra el nuevo coronavirus, si le sería posible hacer esto. Ella tenía, además de su máquina de coser, una bordadora, pero en ese momento no le funcionaba por problemas de software.

Tras publicar un artículo con esta idea —la de bordar en la bata de mi amigo Noe la marca Cuba, así como en la de todos los médicos cubanos que como él lo merecieran— otras manos voluntarias se ofrecieron para hacer realidad el deseo.

Más textos y más iniciativas empezaron a aparecer, en los medios de comunicación masiva y en los barrios: en muy poco tiempo, el uso de la marca Cuba se había convertido en tendencia, en signo distintivo de agradecidos y guerreros.

Una noche supimos, a través de la red social Facebook, de una comunidad del Cotorro a donde alguien llegó con unas pegatinas y los vecinos las ubicaron en aquellos espacios que para ellos tenían más valor, la puerta de la casa, la entrada al tallercito, el carro…

A los pocos días nos sorprendió, por la misma vía, la imagen del Presidente de la República junto a su esposa; ellos, como el resto del pueblo, celebraban desde el hogar, sin el acostumbrado desfile, el Primero de Mayo. Ellos, por primera vez, llevaban unos nasobucos impresos… con la marca país.

En cuanto vi la foto se la envié a Miriam por Whatsapp, pues sabía que cualquier triunfo de la marca significaba para ella un logro propio. Cuestiones profesionales y personales hicieron que Abreu estuviera muy ligada a la gestación de este signo, en 2001: su esposo, José (Pepe) Cuendias, entonces Jefe de la Oficina Nacional de Diseño, lo impulsó y lideró, y su hija menor, diseñadora, participó del equipo creativo que “halló” el símbolo.

Volvimos entonces a hablar de la posibilidad de que ella bordara la marca, si tuviera actualizado el software de su máquina, el cual requería de pago. Mi esposo —quien la conoce hace mucho más tiempo que yo, aunque ambos la queremos igual— se dio a la tarea de encontrar una alternativa en internet para este dilema, y la halló.

Fue así que Miriam dispuso sus días y noches a la iniciativa que otra amiga en común ha denominado “el cuba-naso”: instalar el programa, introducirle el diseño de la marca, ajustarlo, hacerle pruebas… Además, buscó recortes de tela, pullovers que no se usaban, incluso alguna sábana para el forro interior.

De esta manera, su casa se convirtió en un taller minúsculo del cual empezaron a salir prendas simples de inconmensurable valor. Sus piezas empezaron a lucirlas figuras públicas y anónimas, amigos y desconocidos, civiles y oficiales, ministros y amas de casa, funcionarios públicos y empresarios, médicos y logísticos. Uno de los primeros en mostrar públicamente un nasobuco con “el sello” de Abreu fue el propio Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, a quien el detalle le llegó a través de terceras manos y aun así tuvo la deferencia de incorporarlo a su día a día.

A Miriam, a veces, las solicitudes le han llegado de manera directa, explícita; pero, la mayor parte del tiempo, es ella la que sorprende a alguien con su obsequio inesperado, bordado con los hilos del corazón. Hace poco me dijo que andaba por los 130 confeccionados, en algo más de un mes.

Muchos de los destinatarios la llaman para contarle que en la calle o en el centro de trabajo la pieza causa furor; todos quieren saber quién hace tan cubanas prendas, cómo se obtienen. Y entonces algunos le aconsejan que las venda, a lo cual Miriam se niega sin vacilación: “los nasobucos son salud y en Cuba la salud no se paga”, argumenta.

Los materiales se le han ido agotando y el tiempo del que disponía para esta colaboración altruista, también. El país va entrando en fases de normalización y ella, la profesora del Instituto Superior de Diseño, contratada tras su jubilación, volverá poco a poco a sus conferencias y asesorías.

Aunque no pueda extenderla en el tiempo, la experiencia de coser y bordar nasobucos le ha permitido a Miriam darle forma, con manos propias, a un capítulo de un sueño familiar: ver la marca Cuba realizada, querida por muchos, inspirando respeto.

(Tomado de la ONDI)

Foto: ONDI.

Los confeccionados por Abreu son inconfundibles. Foto: ONDI.

Foto: ONDI.