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El cañonazo, las nueve y los aplausos

Se hace viral la convocatoria para aplaudir a nuestros médicos que combaten el virus en toda la Isla y en cada país afectado que ha pedido la ayuda cubana. Foto: Archivo.

Si hay una hora que suena en La Habana es cuando el reloj marca las nueve en punto de la noche. El ruido del cañonazo del otro lado de la bahía se esparce por la ciudad. Supongo que en los municipios más periféricos de la capital no se escuche el “boom” de la tradición con la misma fuerza, pero el viento siempre hace su parte para extender el sonido. Aquí –en la frontera entre el Cerro y Plaza de la Revolución, donde una acera es un municipio y la del frente otro– a las nueve se oye la bala de cañón.

Pongo el reloj en hora. En los últimos años ha desarrollado la costumbre de adelantarse 10, 20 o hasta 30 minutos. Así que, para él, el cañonazo suena lo mismo a las 9:10 p.m., que a las 9:15 p.m., 9:20 p.m… Veo la novela, preparo el café, leo algo, escribo unas líneas de la tesis y escucho las noticias. El nuevo coronavirus inunda los espacios informativos nacionales y extranjeros, las redes, los estados de WhatsApp. El mundo en vela.

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Es domingo 29 de marzo. Cuba registra cientos de casos confirmados con la COVID-19. Y se hace viral la convocatoria para aplaudir a nuestros médicos que combaten el virus en toda la Isla y en cada país afectado que ha pedido la ayuda cubana. El pacto es justo a las nueve de la noche. Pienso que el aplauso será tímido por ser primerizo, porque no todos tienen datos móviles para enterarse de la iniciativa por las redes sociales, pero el noticiero también lo anuncia. En tiempos de coronavirus la audiencia del espacio estelar se ha disparado –imagino.

El cañonazo lo avisa en la capital. Y el barrio me sorprende sentado a la mesa, desde donde pretendía aplaudir, cerca de la ventana. La cuadra aplaude sin miedo, con fuerzas, con una unanimidad de ensayo. Atino a tomar el celular y bajo corriendo las escaleras. Aplaudo unos escasos segundos y grabo a la gente desde sus ventanas, desde el balcón o la puerta de la casa. Hay niños, personas mayores. Nadie en la calle. Apartamentos encendidos, otros a oscuras que quizás no se enteraron. Pero se oye. Y se oye bien. Al menos los médicos de los alrededores lo sintieron y, si están de guardia o aislados, sus familiares les contaron –pienso.

Desde Cárdenas la cuadra donde nací también aplaude. Allá la cuenta regresiva empieza a las 8:59 p.m. No hay cañonazo que anuncie. Así que descuentan los segundos para las nueve. Salen a los portales, al borde de la acera. Mi abuela, a punto de cumplir 66 años, se para en la entrada de la casa y ovaciona con palmas a sus colegas, a los que conoce y a los que no, a fin de cuentas comparten la misma pasión por salvar vidas. Hizo mucho en su tiempo por la humanidad, en Cuba y en Angola. Pero hoy le toca quedarse en casa cual enfermera retirada. Los aplausos también los doy por ella. Los médicos, enfermeros y todo el personal de salud no se dividen por etapas. Forman una misma tropa, indisoluble, los de ayer y los de hoy.

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Martes 31 de marzo. A dos días de los primeros aplausos –dispersos, escondidos en algunas partes del país– más vecinos empiezan a asomarse en los balcones, en las ventanas, y hay un murmullo en el barrio. A las 9:00 p.m. se les ve más las caras que a las 12:00 p.m. con el sol a rajapiedras. Son las 8:58 p.m. y alguien toca la corneta en señal de “prepárense”.

–Esperen el cañonazo –propone un vecino del edificio del frente en un intento fallido.

El primero que aplaude da la señal a los demás. El sonido se riega en la cuadra y quizás en la otra, y en la otra. Suenan los cláxones de los carros estacionados. Algunos chiflan. El aplauso se esparce por la ciudad cual gratitud que –esperamos– llegue a cada centro de salud, a los médicos que no descansan, que están en constante vigilia en hospitales y centros de aislamiento. En una Isla tan pequeña el chasquido de las manos, las de todos, debe sentirse como un sonido gigantesco. Ahora el cañonazo apenas se escucha en este lado de la capital. Los aplausos de las nueve lo opacan. Mañana seremos más, pienso. Entro y pongo el reloj en hora. Vuelvo a la novela, WhatsApp, el café, mientras los médicos –por estos días de pandemia– no tienen tiempo para esas nimiedades.