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El diario de René: El dedo de la justicia señala al verdadero causante de la tragedia del 24 de febrero de 1996

El miércoles 14 de marzo todos estamos expectantes ante el tercer round del combate entre McKenna y Basulto. El primero pide un tiempo para que su experto en aviación prepare la puesta del video que se tomó desde el N2506, aquel fatídico 24 de febrero de 1996 en que Basulto llevaba a la muerte a cuatro personas. Una vez que todo está listo a las 9:25 a. m., Paul presenta a la jueza este video, que será más tarde puesto en combinación con la cinta de audio a bordo del avión de Basulto; aquella misma cinta que la Fiscalía había intentado presentar interpretada ni más ni menos que por Arnaldo Iglesias, especialista en espanglish, quien tan gentil y desinteresadamente se había ofrecido a realizar la transcripción para consumo del jurado. A las 9:30 rompe nuestro amigo McKenna con la grabación que había quedado pendiente la víspera, es decir la del programa de Radio Martí del 15 de enero de 1996.

Escuchamos la cinta y seguimos su transcripción al inglés. Tanto Basulto como el locutor suenan jubilosos mientras alardean: “Y aquí tenemos en la línea a José Basulto, quien viene a hablarnos de una lluvia en La Habana. Pero no se trata de agua sino de papeles”, alardea el locutor de radio mientras dice que “el acuerdo migratorio acabó con el flujo de balseros”. Nuestro héroe no se queda detrás y se dirige desafiante al pueblo de Cuba: “Yo asumo la responsabilidad... Nos reservamos la manera en que se hizo por razones obvias, pues otras veces hemos tenido problemas con las autoridades aquí y nosotros necesitamos mantener nuestras licencias... Este es un asunto entre cubanos... Si ellos usan la violencia contra nosotros algún día, sépase que estamos desarmados. El punto de caída se calculó a unas tres millas en el interior de La Habana... Nosotros hemos estado dispuestos a tomar estos riesgos y el pueblo cubano debería hacer lo mismo”.

El locutor pregunta al héroe sobre la reacción del gobierno norteamericano y este hace un chiste en relación con la crisis presupuestaria que ha mandado a los funcionarios federales a sus casas: “Por suerte el gobierno norteamericano ahora está de vacaciones”. “¡¡Jijiji, Jejeje, Jajaja!!”, ríen a coro la gracia transmitida por las ondas hertzianas a Cuba. Y sigue Basulto: “La opción siempre está abierta”.

Ahora es Paul quien revisa el documento con el testigo:

—¿Por qué esconder que se hizo desde aguas internacionales?

—Para que Cuba no lo supiera y lo pudiéramos repetir.

—¿Si el locutor dijo que habías penetrado el espacio aéreo de Cuba por qué no aprovechaste para negarlo?

—Yo me reservaba el derecho a explicar cómo se realizó la misión.

—¿Tú no has estado tratando de provocar y tantear a Cuba?

—Yo nunca he querido provocar a Cuba.

—¿Entonces por qué haces alarde de que las respuestas de Cuba hasta ahora han sido solo verbales? ¿No se te avisó lo suficiente que no provocaras más a Cuba?

—A mí se me avisó que no entrara en aguas cubanas, pero yo nunca pensé que el gobierno cubano fuera a derribarnos en aguas internacionales.

Paul sigue hurgando y Basulto trata de adentrarse en una disquisición vacía sobre desobediencia civil, para negar que estuvo retando al gobierno de la Isla. A la pregunta de si sabía que ese camino terminaría en violencia, responde:

—El gobierno de Cuba usa la violencia todos los días.

No obstante, admite que no está de acuerdo con que haya distensiones entre Cuba y los Estados Unidos, aunque se contradice al plantear que no quiere un conflicto entre ambos:

—Este es un asunto de cubanos contra cubanos –dice por enésima vez como si alguien pudiera creerle.

Luego viene un contrapunteo entre Paul y Basulto. El último niega que Nuccio le haya pedido permanecer fuera de Concilio. Acepta que el Departamento de Estado le advirtió que no entrara en Cuba. Niega que en alguna reunión los militares norteamericanos le hablaran de su preocupación respecto a un conflicto potencial. Niega querer involucrar a Estados Unidos en un conflicto con Cuba y repite que es un asunto entre cubanos.

—Pero usted no perdió tiempo en condenar a este país por no evitar el derribo – apunta Paul.

—¡Objeción! —Sostenida.

Ahora cambia de excusa para no decir cómo lanzó los papeles en enero, y retorna a la historia original contada en Radio Martí, la de que no quería problemas con el gobierno norteamericano:

—Estados Unidos había comenzado a ser hostil con nosotros por salirnos de sus designios y querer una solución que ellos no pudieran manejar.

Es lo único que se le ocurre decir a este plattista para explicar sus teorías conspirativas:

—La acción de la FAA contra mí fue política y me revocaron la licencia; esto me obligó a ir a un juez para que me dejara la suspensión en ciento veinte días. Todo esto provino de la Casa Blanca, por nuestras posiciones independientes –señala con su cara de hormigón armado.

Ahora reconoce que no quiere el mejoramiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Niega haber cambiado el objetivo de Hermanos al Rescate, afirma que siempre fue el mismo. Niega haber sabido que sus vuelos a la base de Guantánamo habían sido prohibidos, y McKenna tiene que darle copia de una carta suya a la congresista Ileana Ross Lehtinen para refrescarle la memoria:

—En este momento recuerdo que mi sobrevuelo de Maisí fue la excusa para negarme el regreso a la base de Guantánamo.

Cuando quiere echar una arenga acerca del complot entre la Casa Blanca, Castro, la Marina, la KGB,[1] el papa, la FAA y Raimundo con todo el mundo, la jueza le manda cerrar la boca; y Paul puede proseguir su cuestionario con la pregunta que se impone:

—Todo es culpa de otro, ¿no es cierto?

—Bueno, cada cual tiene su explicación y yo le doy la mía, aunque no sea de su gusto.

Ahora el contrapunteo se adentra en los hechos del 24 de febrero de 1996. Basulto acepta que la fecha se decidió dos días antes; es vago respecto a si el aniversario del Grito de Baire tuvo que ver con su elección; acepta que tuvieron una reunión antes de despegar y que estaban al tanto del peligro, después de todo lo que había pasado; explica que distribuyó el comunicado de prensa referente al vuelo a través de cuanta agencia se lo recibió, “para prevenir un ataque”. Y no le queda más remedio que escuchar mientras Paul lee en dicho comunicado que el vuelo, en efecto, estaba relacionado con la conmemoración histórica y no decía nada de buscar balseros. Respecto a su última misión, resulta que fue la del 13 de enero de 1996; y cuando Paul apunta que tampoco se trató de una búsqueda de balseros, el acusado lo admite y califica ese vuelo de patriótico. Sobre su conversación con la torre de control de Opa-locka y su comentario de que necesitaba un vuelo seguro, dice que lo hizo porque “los vuelos de Hermanos al Rescate siempre son peligrosos; nosotros hemos perdido ya seis aviones en nuestras operaciones”. Paul le hace aceptar que él era el piloto más experimentado de los que volaron ese día, y que tanto Mario de la Peña como Carlos Costa lo veían como un líder.

A las 10:49 McKenna termina con esta parte del interrogatorio y nos vamos a un receso. Mientras Basulto sale aliviado de la sala. Ni él ni nosotros sabemos que aún no se ha hablado casi nada de ese 24  de febrero de  1996.

De vuelta a la sala, ya estamos listos para ver el puntillazo al testigo con la ayuda del audio que ellos mismos quisieron manipular una vez, a través de Arnaldo Iglesias. Kastrenakes patalea un poco y objeta ciertas partes de la transcripción, pero se decide que se le dará una instrucción al jurado respecto al audio que escucharán. Y ya todo queda arreglado para presenciar la reconstrucción más seria que se haya hecho de los hechos del 24 de febrero. Unos últimos pucheros de Kastrenakes, y la jueza le permite hacer algunas preguntas a su “ahijado” respecto a la grabación.

Se establece que el audio se hizo dentro de la cabina, a través de una grabadora conectada a los equipos de comunicación del avión. La pieza integra conversaciones en distintas frecuencias, como el tráfico aéreo de La Habana, los aviones de Hermanos al Rescate entre sí y la conversación por el radio de onda corta con el hangar de Opa-locka, además de las conversaciones de los cuatro ocupantes del N2506 a través de sus audífonos. Se repite que todo está en la misma cinta y Kastrenakes comienza a salirse del libreto:

—Al mismo tiempo que usted está hablando con el señor Iglesias por el intercomunicador, ¿está haciéndolo con los aviones de Mario de la Peña y Carlos Costa?

—Objeción –interrumpe McKenna–. Eso se sale del tema.

—Sostenida. Eso es para la contraexaminación.

—Mis preguntas se refieren a la autentificación de la cinta... –se defiende Kastrenakes.

Pero la jueza no lo deja terminar:

—¿Usted tiene alguna objeción con respecto a la autentificación?

—No me parece.

—Entonces no es necesario continuar con el interrogatorio. Se puede sentar señor Kastrenakes.

Y Kastrenakes pide un side bar donde se concluye que las preguntas hechas demuestran cómo fue grabado el audio y que la manera en que pasó de Basulto a la aduana ya fue establecida. Entre McKenna y Lenard tienen que explicarle al fiscal la diferencia entre autentificar una pieza y contraexaminar a un testigo. Y al fin podemos oír la dichosa grabación, esta vez traducida del español al inglés y sin pasar por el espanglish de Iglesias. A las 11:53 comenzamos a escuchar las palabras recogidas desde la cabina del avión de Basulto... o, al menos, las que él habrá dejado en la cinta después de habérsela llevado para la casa. Suficiente para levantar su patíbulo.

—Yo voy a operar la cinta y me detendré para hacerle unas pocas preguntas sobre lo que está pasando –dice McKenna.

Y a una señal del abogado, el oficial del FBI Al Alonzo pone en marcha la reproductora de audio.

—Usted ve en la parte superior de la página dos, donde el control de tráfico de La Habana pregunta a Mario de la Peña en qué lugar va a hacer el trabajo y la respuesta es: Bueno, esa información está en el plan de vuelo. ¿Usted lo ve?

—Sí, lo veo.

—¿La ruta de vuelos que ustedes tomaron fue diferente al plan de vuelos que habían registrado ese día?

—No, señor. Nosotros registramos un plan de vuelos para un área de operaciones. La manera en que entramos al área es inmaterial, es nuestra opción. Este no es un vuelo de punto a punto; y, si usted ve, advertirá que, solo para borrar cualquier duda del controlador, más adelante le explicamos el área en que haremos el trabajo, de manera que se sepa perfectamente dónde estaremos.

—Mi pregunta es: ¿El controlador le está preguntando a De la Peña sobre el área en que estará trabajando?

—Correcto.

—Y en lugar de responderle, el señor De la Peña dice que esa información está en el plan de vuelos.

—Correcto.

—Mi pregunta es: ¿El plan de vuelos que ustedes llenaron no se correspondió con la trayectoria seguida ese día? ¿Correcto?

—Le repito: el plan de vuelos es registrado para un área y nosotros podemos tomar la dirección que querramos.

—Mi pregunta es: ¿Ustedes siguieron la trayectoria descrita en el plan de vuelos?

—Objeción –Kastrenakes le lanza un salvavidas a Basulto–. Preguntado y respondido.

—Sostenida.

—Sigamos adelante –dice McKenna.

Al Alonzo pone de nuevo en marcha la reproductora y, al rato, el abogado le indica que la detenga de nuevo, tras escuchar una arenga de Basulto:

Buenas tardes, Centro Habana. El Noviembre 2-5-0-6 les saluda... eh..., por favor, estamos por... cruzando el paralelo 24 en cinco minutos y mantendremos unas tres a cuatro horas en tu... en su área. Estamos respondiendo 1-2-2-2 a 500 pies o más. Y para su información Centro Habana, el área de operaciones nuestra es al norte de La Habana en el día de hoy, así que estaremos en su área y en contacto con usted. Tiene un saludo cordial de Hermanos al Rescate y de su presidente, José Basulto, quien le habla.

—Usted ha sido entrenado como piloto. ¿Correcto? ¿Ha sido piloto por varios años?

—Sí.

—¿Como parte de ese entrenamiento no le enseñan a evitar esas presentaciones a Centro Habana o a cualquier otro controlador aéreo?

—Yo quería asegurarles que estábamos allí y cuál era nuestra razón para estar y me pareció muy importante.

Y se oye en el audio a continuación la respuesta del controlador, seguida del reto de Basulto:

Okey, Okey, recibido señor. Eh... le informo que la zona al norte de La Habana está activada, corre usted peligro al penetrar por debajo del 24.

Estamos conscientes de que estamos en peligro cada vez que cruzamos el área al sur del 24, pero estamos dispuestos a hacerlo, en nuestra condición de cubanos libres.

—Usted fue avisado por Centro Habana de que se estaba poniendo en riesgo al volar por debajo del paralelo 24. ¿Correcto?

—Sí, señor. Era un aviso habitual de La Habana —miente Basulto.

—¿Un aviso habitual que usted ignoraba?

—Nosotros no lo ignorábamos al principio, pero después nos dimos cuenta de que se trataba de evitar que salváramos vidas y buscáramos balseros al norte de La Habana —vuelve a mentir.

—¿Usted quiere decir que era solo para usted?

—No, no José Basulto sino Hermanos al Rescate con el propósito de salvar balseros —otra mentira.

—¿Después de ser avisado de que su vuelo por debajo del paralelo 24 lo ponía en peligro, usted iba de todos modos porque era un cubano libre?

—Correcto. No quería involucrar a los Estados Unidos en esto.

—Sigamos escuchando.

Al Alonzo pone de nuevo en marcha la grabación hasta donde (una página después en la transcripción) Centro Habana habla con Cayman Air 201.

Bien, debido a un área de aviso activada necesito que usted vaya vía TADPO, señor; y su presente rumbo no le lleva directo a TADPO. Eh... de su presente posición rumbo a TADPO debe ser 145, rumbo uno-cuatro-cinco.

—Antes de dejar la página cuatro, ¿usted ve cómo el control de La Habana advirtió a Cayman Air 201 acerca de volar dentro del área activada?

—Sí. Ellos tenían planes para esa área, ese día.

—Esa área de advertencia no era solo para usted sino para todos los aviones, ¿correcto?.

—¡Objeción! Argumentativa –interviene Kastrenakes.

—Desestimada.

Y vuelve McKenna a la carga:

—Esa área no estaba activada para José Basulto. ¿No era para todos los aviones?

—Eso es lo que al parecer ellos tenían en mente.

—Cayman Air 201 no tuvo problemas para obedecer al control de La Habana. ¿O sí?

—No. Ellos estaban volando de punto a punto –se defiende el acusado.

—Cuando ellos fueron orientados a desviarse y no volar sobre la zona activada, ¿siguieron esas instrucciones?

—Correcto.

—¿Y usted no siguió las instrucciones?

—Correcto.

Solo ha tomado una vuelta de página en la transcripción desinflar una de las mentiras más repetidas en este juicio por los secuaces de Hermanos al Rescate: la acusación contra los controladores de La Habana de activar supuestamente las áreas restringidas al norte de nuestra capital exclusivamente para el grupo y así evitar sus sacrosantas misiones de salvamento. Pero la cosa no ha hecho más que comenzar y nos queda bastante por oír todavía. Unas vueltas más a la cinta y Al Alonzo la detiene nuevamente a pedido de Paul, para leer la transcripción en la página cinco. Esta vez es Cayman Air 201 llamando al control de La Habana:

—Habana. ¿Su área es la que está activada o la de Estados Unidos?

—Uh, es la mía, señor; es en el espacio aéreo de La Habana, después del paralelo 24 norte, es solo diez millas al oeste de la ruta Green cuatro cuarenta y ocho.

—Okey señor, iremos directo a TADPO –concluye Cayman Air 201.

Y Paul se dirige a Basulto:

—¿Usted ve que Cayman Air 201 acepta dirigirse a un área diferente? Sí. Estas áreas son publicadas con antelación y en este caso no lo fue –todavía le queda concreto en la cara a Basulto.

—Usted dice que no lo fue. ¿No es un hecho que lo fue y que se avisó de misiles tierra-aire, señor...?

—Pero hubo... –corta Basulto.

—Déjeme terminar –replica Paul–. ¿Usted está al tanto de que fue activada ese día y que un NOTAM se emitió por los Estados Unidos mostrando que habría fuego de misiles tierra-aire en esa zona, ese día?

—Yo no estaba al tanto de eso.

—¿Usted sabe lo que es un NOTAM?

—Sí. Pero no tenía idea de que estarían disparando misiles tierra-aire ese día.

—¿Usted chequea los NOTAM antes de volar?

—El piloto que registra los planes de vuelo, el jefe de pilotos, se encarga de eso. Yo no estaba al tanto y no se me informó.

Al Alonzo –parece que se especializa en grabaciones– le sigue dando vueltas a la manigueta hasta parar la grabación algo más adelante, a otra vuelta de página en la transcripción, cuando Mario de la Peña llama a Basulto:

Puesto que tú vas a estar ahí por un rato, me gustaría anunciarme también.

Y McKenna va a la carga:

—¿Usted acaba de escuchar a Mario de la Peña decir: Puesto que tú vas a estar ahí por un rato me gustaría anunciarme también? ¿Quiere que lo pongamos de nuevo? —Sí. Por favor.

Y nuevamente se repite la frase y vuelve Paul a la carga:

—Anunciarse significa lanzar volantes, ¿o no?

—No señor, no en absoluto.

—¿Entonces qué significa anunciarse en términos aeronáuticos?

—Realmente... –balbucea Basulto y Kastrenakes sale de inmediato al rescate del presidente de Hermanos al Rescate.

—Objeción. Le está pidiendo especular sobre lo que Mario de la Peña quería decir.

—Desestimada –la jueza ya tiene la palabra en la silla turca a su disposición, con solo ver a Kastrenakes levantarse.

—Yo no tengo idea de lo que De la Peña quería decir precisamente con la palabra anunciarse –se defiende el acusado–. Yo supongo que querría decir comunicarse con Centro Habana para darle nuestras posiciones, como solíamos hacer normalmente.

—Ayer usted hizo..., puede haber sido anteayer...

—Yo recuerdo la palabra anunciarse.

—¿Anunciarse significa que ustedes se anuncien a los cubanos?

—Correcto.

—Déjeme hacerle una pregunta respecto a esta cinta. Hay partes de la misma que se detienen. ¿Correcto?

—Sí.

—Cuando regresó después del derribo, el 24 de febrero, a usted se le instruyó ir directamente al hangar de aduanas. ¿Correcto?

—Sí.

—Usted no quería ir al hangar. ¿No es verdad?

—Yo fui directamente a aduanas, tal como me dijeron.

—Usted no quería hacerlo. ¿No le tuvieron que decir que era una orden? ¿Que fuera hacia allá?

—Ellos me dijeron que era una orden. No obstante yo nunca la cuestioné.

—¿Cuando usted llegó allí ellos lo cuestionaron?

—Eso es correcto. Tuvimos una reunión.

—Ellos pidieron la cinta de audio y el video que usted había hecho. ¿Correcto?

—Eso fue después.

—Esa noche. ¿Correcto? Ellos se lo pidieron.

—Sí.

—¿Usted se negó a entregárselos a aduanas?

—No, no lo hice. De hecho yo les dije que quería copiarla allí mismo para llevarme mi copia conmigo.

—Usted no hizo eso. Usted se la llevó a su casa e hizo una copia usted mismo, que luego entregó al día siguiente.

—El video fue copiado en aduanas porque allí tenían la capacidad para hacerlo. Ellos no podían copiar la cinta de audio porque era un minicasete. Yo me negué a dárselos. Afortunadamente mi abogada me ayudó y pude llevármelo de allí y traerlo hoy, y usted pudo oírlo. De lo contrario se habría perdido.

—¿Esa noche usted no entregó el audio a aduanas? ¿Usted llamó a su abogada y ella vino y usted se llevó el audio esa noche?

(Nota de la redacción: de algo le sirvió la abogada a Basulto. Se pudo llevar el casete el día del derribo. Lo pudo traer a la Corte. Lo que no podrá evitar es que lo ahorquen con el mismo casete... o lo que dejó de él).

Ahora la nota la da Kastrenakes, que patalea y dice que la última pregunta de Paul es compuesta. Como en la Corte no hay biberones, McKenna se ofrece a descomponer la pregunta para callarle la perreta a Kastrenakes.

—Cuando ellos demandaron el audio usted pidió un abogado. ¿No es cierto?

—Correcto.

—Y su abogada se presentó. ¿Correcto?

—Correcto.

—¿Quién fue?

—Sofía Powell Cossío.

—¿Y ella le dijo a aduanas que no tenían derecho a ocupar sus propiedades?

Y Kastrenakes sigue. Parece que tiene coliquitos y no se calla la boca:

—Objeción. Irrelevante. Rumor.

—Denegada –a la Lenard ya le sobra con sus cuatro hijos.

—Yo quería llevarme el casete porque era la única prueba que tenía de no haber hecho algo malo ese día, y la cinta podía ser destruida si se la daba a ellos. Entonces me quedaría sin esa prueba de que yo estaba libre de responsabilidad por lo que había pasado –dice este villano que todavía ni siquiera se ha preguntado si tendrá algún átomo de culpa por todo lo que ocurrió.

—¿Usted lo editó cuando regresó a su casa, antes de entregarlo?

—No, en absoluto. Ese audio fue entregado en su totalidad, una vez que fuimos capaces de copiarlo porque el gobierno no tenía la capacidad de hacerlo allí.

—Y con referencia a “anunciarse”, ¿no habían discutido anteriormente usted y De la Peña sobre esto?

—No lo creo, señor. La palabra anunciarse, en ese contexto, significa comunicar a las autoridades cubanas nuestras intenciones de ese día, como hemos hecho en el pasado.

—Él ya se había comunicado con Centro Habana. ¿No oímos eso anteriormente?

—Cada vez que nosotros girábamos hacia el este, los llamábamos para saludarlos, como usted verá que yo hice luego.

—La razón por la que ustedes hacen eso... En primer lugar usted está volando visual, ¿no es cierto?

—Sí.

—¿Usted no está bajo el control de Centro Habana?

—Correcto, señor, no lo estamos.

—La razón por la que ustedes los llaman es para tantearlos, ¿no es cierto?

—No señor, para saludarlos. Ellos son nuestra gente también. La gente de Centro Habana no son nuestros enemigos.

—¿No se le ha dicho previamente que deje de congestionar la frecuencia?

Y dale con Kastrenakes:

—¡Objeción! Vago. No especifica tiempo.

—¡Él dice que son sus amigos! –se defiende McKenna.

—Objeción desestimada.

—A los controladores se les fuerza a decirnos eso –responde el postulante a patriarca del santoral cubano.

—Ellos dirigen el tráfico tal y como lo acabamos de oír. ¿No es así?

—Yo estoy seguro de que ellos están felices de escuchar el saludo de sus hermanos del norte –responde Basulto, que todavía no ha tenido la oportunidad de echar un vistazo a las deposiciones para saber lo que piensan de él los controladores de Centro Habana.

—Esa es su opinión. ¿Correcto?

—Yo estoy convencido de eso, señor.

Con un poco de mala voluntad y enajenación mental, este sujeto se convencería de que los cubanos le dedican una oración antes de irse a la cama.

—Cuando Mario de la Peña se refiere a anunciarse, ¿no es verdad que se está hablando de lanzar volantes y él quiere hacerlo también?

Al fin Kastrenakes se anota una objeción, y Paul hace que Alonzo avance unas vueltas más en la cinta. Solo un par de vueltas y se oye una voz femenina:

¡Bárbaro!

—Usted acaba de escuchar a alguien que dice ¡Bárbaro! ¿Recuerda eso?

—Sí. Es Silvia Iriondo, a quien ese día invitamos como pasajera. Ella había ido a las Bahamas antes y quería estar en nuestras misiones, de manera que ella y su esposo nos acompañaron.

—¿Ella es presidenta de una organización?

—Sí: MAR por Cuba, Madres contra la Represión –puede responder Basulto tras un par de inútiles objeciones de Kastrenakes. —¿Es una activista conocida en la comunidad?

Otro par de objeciones al aire y Basulto responde afirmativamente. Media vuelta a la manigueta por parte de Alonzo y habla Arnaldo Iglesias:

¿Quieres tirarle un close up?

Y Basulto le pide la cámara de video:

Dámela... dale, dale.

—Cuando Silvia Iriondo dice ¡Bárbaro!, ¿eso quiere decir que tiene La Habana frente a ella?

—Probablemente –admite Basulto, a pesar de las objeciones baldías de Kastrenakes–. Ella no ha visto La Habana en varios años.

—Entonces la cámara de video se la entregan a usted. ¿Correcto? Usted dice: Dámela a mí.

—Correcto.

Basulto admite que la cámara había sido comprada poco antes. Que su marca es Sony, pero no recuerda el modelo y tampoco está seguro de la tienda en que la adquirió. Aunque admite que comenzó a filmar para Silvia Iriondo, dice no recordar con qué lente tomó las imágenes de La Habana.

Ahora McKenna pide permiso para mostrar el video hecho a bordo del avión, y Kastrenakes se opone aduciendo que, bajo la regla de completamiento, todo el audio debe ser presentado:

—Yo tengo toda la intención de mostrar el audio completo –responde McKenna–. Pero quiero hacer la examinación a mi manera.

La jueza desestima la objeción y Paul puede proseguir con el video. Ya tendrá tiempo de completar el audio hasta los segundos finales, precisamente donde se cierra el nudo corredizo.

El video es operado. Primero se ve una toma bastante lejana de la capital cubana, y la cinta parece haber sido apagada por un tiempo indeterminado. A continuación se vuelve a ver la ciudad de nuevo, en esta ocasión visiblemente más cerca, y se escuchan exclamaciones en la cinta: ¿Estás ahí?... No nos han disparado a nosotros todavía... Eso fue una bengala.

—Esta segunda parte del video no es la que usted estuvo filmando para Silvia Iriondo, donde ella dice ¡Bárbaro!, pues la exclamación no se oye ¿Estoy en lo correcto?

—No –admite Basulto–. Esa parte que usted tiene ahí es la que tomamos luego, tras observar el primer humo en el horizonte.

—¿No es un hecho que lo que pasó ese día es que usted filmó primero para la señora Silvia Iriondo, poniendo la cámara a un lado, y cuando el Mig apareció usted tomó la cámara, una segunda vez, para poder filmar su encuentro con el Mig?

—Yo filmé para Silvia Iriondo de la mejor manera que pude y, como usted ve, no soy un buen fotógrafo. Luego traté de usar la cámara cuando el Mig apareció, pero no fui capaz de filmarlo.

Basulto tiene que admitir que se hicieron dos tomas de video y que, efectivamente, recibió la visita de los Mig. Paul acaba de dar un par de vueltas al nudo corredizo y Alonzo sigue dando vueltas a la manigueta, pero cuando el abogado quiere seguir escuchando el audio, Kastrenakes interviene:

—Tengo una objeción a este procedimiento.

—Denegada –responde Lenard.

Todavía en la página seis de la transcripción, se oye la voz de Basulto una fracción de minuto:

Coge hacia el este... hacia acá, ¡mira!

Los edificios están para acá, ¿verdad? –dice Iglesias y Basulto precisa:

Sí, coge hacia, hacia el este, un poquitico inclinado, no cojas este sino un poquitico más.

Y de nuevo Paul hace detener el audio:

—Usted le está diciendo que tome hacia el este pero un poco más. ¿Iglesias está volando el avión en ese momento?

—Sí.

—Usted le está diciendo que tome hacia los edificios. ¿No es cierto?

—No, en absoluto. Yo le estoy diciendo que vaya más hacia el norte. Nosotros estamos yendo hacia el este y yo le digo que tome hacia un curso más al norte, precisamente desde la línea que es aguas cubanas.

—¿No le dice Iglesias, como señalando un rumbo, que los edificios están en cierta dirección?

—Sí, pero él está hablando del uso de la cámara. En otras palabras, yo estaba pasando bastante trabajo con la cámara.

Luego de unos segundos más de la grabación, Paul detiene nuevamente a Alonzo cuando se oye a Basulto hablar con Centro Habana:

Centro Habana Noviembre 2506.

Noviembre 2506 Habana.

Un saludo cordial, le reportamos a doce millas al norte de La Habana, procediendo nuestro rumbo de búsqueda y rescate hacia el este. En este momento, un día muy bonito, y La Habana, La Habana luce muy bien desde donde estamos. Un saludo cordial para usted, para todo el pueblo de Cuba, de parte de Hermanos al Rescate.

—Usted está diciendo a Centro Habana que La Habana luce bella. ¿Eso es correcto? –pregunta McKenna–. Esa información no tiene ningún uso para los controladores de tráfico aéreo de La Habana. ¿Cierto?

—¿Usted nunca ha oído un saludo en una frecuencia de radio?

—¿Usted ha oído algún otro piloto hablando de cuán bella luce La Habana o cuán lindo es el día? Usted extiende un cordial saludo a todo el pueblo de Cuba. ¿Correcto?

—Afirmativo.

—Usted no dice que está volando hacia el noreste sino hacia el este.

—Este es la dirección en general.

—Siga con la cinta, por favor –pide Paul y Al Alonzo pone de nuevo en movimiento la reproductora, por tan solo una vuelta de página:

Centro Habana, buenas tardes. Royal cinco, seis, uno, rumbo a... cinco punto cinco para uno, cero, cero.

Buenas tardes, Royal cinco, seis, uno. Contacto radar, señor. Uno cinco millas fuera de Varadero, ascienda inicialmente para nivel uno cero cero.

Paul se dirige a Basulto:

—En la página anterior usted da ese largo saludo. ¿Notó usted que el controlador está tratando de dirigir Royal Air Uno tras su despegue de Varadero, diciéndole cómo ascender?

—Sí, eso es lo que está pasando. Sí.

—¿El despegue es un momento crítico?

—Es controlado por la torre.

—Yo le estoy preguntando a usted si el despegue es un momento crítico para un avión de pasajeros.

—Sí –admite Basulto.

—Los controladores no necesitan palabras de activistas cuando están haciendo su trabajo ¿Correcto?

Kastrenakes objeta ¡Al fin! con éxito. Y sigue la grabación, que desgraciadamente se irá poniendo más buena a medida que se acerca el momento más malo:

¡Ahí salen los Mig, dame...! –se oye a Basulto excitado, como un niño cuando comienza el show del circo con la salida de los payasos– ¡Dame, que ahí salen los Mig!

—Señor Basulto, usted dice en la página ocho: Ahí salen los Mig. Dame. Luego usted continúa: Dame, que ahí salen los Mig. Y más adelante, en la página nueve, usted dice: Dame pa’cá... vuélalo tú, Arnaldo.

—No, yo volaba el avión entonces –se defiende el acusado.

—Señor, ¿no es un hecho que usted dijo: Vuélalo tú, Arnaldo, y pidió la cámara de video nuevamente?

—Puede haber sido así. Yo no lo recuerdo –se sigue defendiendo Basulto.

Ahora Kastrenakes viene en su auxilio y provoca un side bar por una palabrita que, según él, está mal traducida. Este asunto de la traducción se ha estado discutiendo desde por la mañana, porque al parecer Susan Salomon, la misma que dice que la plastilina es un alto explosivo, cuestionó algunas interpretaciones de la traductora de la Corte que posiblemente no siguieron las reglas establecidas por Arnaldo Iglesias, el especialista en espanglish. Tras una pérdida de tiempo en el side bar que habrá servido a Basulto para recomponer sus coartadas, la jueza sienta a Kastrenakes, y continúa el interrogatorio:

—Señor Basulto, cuando usted dice dámela acá, ¿usted quiere decir que le den la cámara de video? ¿Correcto?

Alonzo pone en marcha de nuevo la reproductora y lo que viene a continuación te será difícil de creer:

Van a tirar, nos van a tirar. ¡Tú verás! ¡Bárbaro! ¡Ja! –se oye la voz de Basulto y le sigue Silvia Iriondo realmente preocupada:

¿Nos van a tirar?

¡Nos van a tirar! Están usando eso para... –sigue Basulto jugando al circo y los payasos.

iMig a la vista!

¿Estás ahí?

—Todavía no nos tiraron.

Y continúa, con una pasada de página:

Okey, tenemos un Mig alrededor –dice ahora Basulto.

Y el Mig debe de tener algún monito pintado o algo así, bien gracioso, pues lo que sigue no es de un tipo sano:

Tenemos un Mig alrededor. ¡Ji, ji, ji! –es la voz de Basulto y Paul hace parar la cinta.

—¿Usted oye su voz diciendo: Tenemos un Mig alrededor. Ji, ji, ji?

—Sí, la oigo.

—Usted estaba jubiloso en ese momento, ¿cierto?

—No señor, estaba nervioso.

Paul hace repetir el audio para encararse a Basulto:

—Señor, usted se sentía feliz porque estaría de nuevo en una confrontación con los Mig, ¿o no?

—Usted está expresando mis sentimientos en ese momento y yo le estoy diciendo que estaba nervioso cuando dije eso.

—¿Pero se rió?

—Eso no fue una risa.

—Usted dijo ji, ji, ji. Usted no quiere ahora que eso parezca una risa. ¿Es cierto?

Otra objeción con suerte de Kastrenakes y McKenna lanza una estocada letal:

—Mientras usted estaba diciendo ji, ji, ji, usted estaba llevando a dos jóvenes a la muerte, ¿o no?

Kastrenakes objeta con suerte de nuevo.

—Señor –continúa McKenna–, regresemos a la página nueve donde usted dice: Van a tirar, nos van a tirar. ¡Tú verás! ¡Bárbaro! Entonces Silvia Iriondo le pregunta desde el asiento trasero: ¿Nos van a tirar?, y usted responde: ¡Nos van a tirar! Están usando eso para...

—La transcripción es solo una ayuda para la grabación –salta Kastrenakes–. La cinta no ha sido escuchada en esta parte.

—Sí lo ha sido –corrige la jueza–. La cinta ha sido pasada hasta la página diez.

—Yo estoy errado –ahora Kastrenakes no sabe dónde meter la cabeza–. Discúlpenme.

—Adelante –dice la señora Lenard.

Y McKenna prosigue:

—¿En este punto usted sabe claramente que un Mig ha hecho un pase a su avión?

—Sí –admite Basulto.

—Lo que él hizo, en la primera ocasión en que usted lo vio, fue picar frente a su avión de izquierda a derecha, ¿no?

—No, de derecha a izquierda. Yo estoy volando hacia el este y veo el avión pasar de la parte superior derecha de mi parabrisas hacia la parte inferior izquierda.

—¿Fue ese el pase frente a su parabrisas?

—Correcto.

—En ese punto, regresando a la página ocho, usted dice primero: Lanzaron los Mig contra nosotros. ¿Correcto? ¿Esa fue la primera ocasión en que usted vio los Mig y reaccionó? –pregunta Paul, cayendo en otra trampa de la señora Salomon, quien tradujera el original: ¡Ahí salen los Mig, dame... por: Lanzaron los Mig contra nosotros...

—Sí –admite Basulto.

—Es ahí cuando usted dice dámela a mí, porque lo que usted quería era la cámara para comenzar a filmar. ¿Correcto?

—Correcto.

—Cuando usted vio el Mig por primera vez, usted no estaba filmando sino que tuvo que pedir la cámara. ¿Correcto?

—Correcto.

—Usted no orientó a Arnaldo que se retirara. ¿O sí?

—No es mucho lo que usted puede hacer para retirarse en una situación como esa, señor; y cuando yo hice esos comentarios tal vez pensé que harían disparos de advertencia, lo cual es un procedimiento normal.

—Usted no dejó esa área tras ese pase de advertencia. ¿Correcto? Usted siguió volando derecho, filmando jubilosamente los Mig. ¿O no?

Otra objeción de Kastrenakes porque la forma de la pregunta no le gusta, porque es argumentativa y porque asume hechos no evidenciados. Entonces Paul reformula su pregunta a continuación. —¿Usted no ordenó al señor Iglesias retirarse y dejar el área, inmediatamente después de recibir el pase de advertencia?

—Yo no le ordené eso. No.

—Usted no tomó el control del avión en ese punto. ¿Correcto? ¿Usted filmó?

Y... ¡Allá va eso! Puedes creer cada punto y coma de lo que te voy a contar a continuación. Te juro por lo que tú me pidas, que lo estoy copiando textualmente de la transcripción oficial de la Corte:

—No había necesidad de eso. El tiempo que tomaría para filmar un Mig sería medio segundo. Por eso es que no lo pudimos coger... –es todo lo que se le ocurre decir a este señor sobre quien descansa el futuro de todos los cubanos, que le ponen velitas antes de irse a la cama para pedirle un deseo todas las noches...

—Usted no cayó en cuenta, señor. ¿O sí?

—No caí en cuenta.

Ahora Paul hace rodar la imagen de la segunda toma de video, cuando el N2506 se dirige hacia La Habana. Basulto se defiende desesperadamente. Dice que él se estaba dirigiendo hacia el noreste y que, por lo tanto, la toma se hacía desde la ventanilla derecha del avión. Más objeciones baldías de por medio por parte de Kas..., bah, tú sabes de quién. Y Basulto explica cómo él pudo filmar a través de Iglesias, sentado a su derecha, quien se encogió así bien chiquitico para no estorbar en la toma y cómo no se ve ninguna parte de su avión porque él se las arregló para que no saliera el ala y demás. Ahora Paul hace repetir la imagen para que se vea la sombra fugaz que cruza por el parabrisas del avión. Basulto pide que se repita y cuando se está repitiendo la cinta, justo antes de que aparezca la sombra que cruza por delante del aparato, se ve otra sombra, esta vez dentro de la cabina, y el acusado salta jubiloso a identificarla:

—¡Ese es el panel de instrumentos!

—No hemos llegado a la imagen del Mig todavía –responde McKenna satisfecho, pues en su afán de descartar el Mig como la sombra que cruza por la nariz del N2506, Basulto ha revelado muy a su pesar, al identificar el panel de instrumentos, que la toma está siendo hecha hacia delante del avión. En otras palabras, está volando hacia La Habana.

Unos segundos más y llegamos a la imagen fugaz que tanto ha dado que hablar en testimonios previos. Basulto pide verla una y otra vez, que la muevan, que la paren, que la vuelvan a mover. Para mí, la impresión del primer día no ha cambiado y me parece ver, a la velocidad normal, la figura completa de un Mig-29 que cruza como un bólido frente al parabrisas del avión; no obstante, la distorsión que sufre el objeto al ser detenido en la pantalla no da ni Mig ni ala. El acusado pone pie en tierra por esta última versión que fuera sembrada tan laboriosamente en el subconsciente de Arnaldo Iglesias por Kastrenakes, y entretiene a la audiencia por un rato hasta que Paul cambia de tema.

Paul pide que siga el audio, y a la media página de transcripción lo detiene, cuando el N2506 recibe una llamada de otro avión, esta vez en inglés:

Gaviota Uno, hay un Mig en el aire. Bogey en el aire. ¿Dónde estás tú? –pregunta una voz a quien el original identificaba como Mario de la Peña y que, gracias a la intervención de la señora Salomon, ahora aparece como una voz no identificada.

El joven que está llamando a Basulto, se ha sumergido tanto en este mundo irreal creado alrededor de él por el testigo, que no repara en utilizar el término bogey, lo cual viene a ser algo así como el coco, según la expresión con que en las películas de Hollywood los infalibles y superiores pilotos americanos identifican a los enemigos, mientras juegan con ellos como el gato y el ratón antes de destruirlos.

Lo sé –dice Basulto con calma–. El bogey –este badulaque también se ilustra con las películas de Hollywood– está al norte de nosotros en este momento, y ha lanzado una... uh, bengala. Aparentemente para tomarla como referencia... 

—Eso está justo debajo de donde usted dice ji, ji, ji y usted es identificado como Gaviota Uno  –Paul volvió  a la carga y guía al testigo a través de la transcripción.

—¿En qué página está ji, ji, ji?

—En la página diez. Alguien le dice a usted: Gaviota Uno, hay un Mig en el aire. Bogey en el aire ¿Dónde estás tú? ¿Usted sabe quién está hablando?

—Más probablemente Mario de la Peña ¿Podría pasarlo otra vez a partir del ji, ji, ji?

Basulto debe de estar fuera de sus cabales, de alguna manera su torcido cerebro le ha hecho creer que repetir el ji, ji, ji le restará importancia a la risita ante el jurado. La cinta es pasada nuevamente y dice creer escuchar a Mario de la Peña.

—Usted no luce muy nervioso ahí, señor Basulto, cuando responde a Mario de la Peña.

—Objeción. Argumentativa –Kastrenakes al rescate y la jueza le da un respiro.

—¿Usted oyó lo que le dijo De la Peña?

—Sí.

—Y usted no dijo: Mr. De la Peña, vayámonos de aquí que tenemos Mig. ¿Lo hizo usted?

—Yo creí que las maniobras de la aviación eran para asustarnos y que no seríamos atacados en ese momento.

—Usted estaba tomando el riesgo de continuar. ¿No es así?

—Nosotros íbamos a salir de allí, señor.

—Eso no es lo que usted le dice a De la Peña. Usted dice: Sí, hay un bogey al norte de nosotros en este momento y dejaron caer una bengala para usarla como referencia.

—Correcto.

—Usted no dio ninguna indicación a De la Peña en el sentido de abortar la misión, ¿o sí?

—Yo no estaba tan asustado como para irme inmediatamente, porque no creía que el gobierno de Cuba fuera a dispararnos en aguas internacionales.

—Señor Basulto, su avión no estaba en el espacio aéreo internacional sino en aguas cubanas, ¿no es cierto?

—Le he explicado antes que, según mi percepción, estaba en aguas internacionales.

—¿No dijo usted que como Iglesias era el piloto usted no sabía qué pudo haber hecho él? ¿Que pudo haber derivado hacia Cuba?

—Yo le repito lo que dije antes. A mi entender estábamos en aguas internacionales. Si derivamos hacia Cuba cuando Iglesias tomó el control, y dicho sea de paso, yo asumo la responsabilidad por el manejo del avión –¡ay, qué impresionante!–, yo no lo sé.

—¿Usted se considera un piloto prudente?

—Sí, lo soy.

—Dados todos los avisos y la situación en Cuba, ¿usted considera prudente ese vuelo justo en el límite, como lo estaba haciendo?

—Lo que se conoce como territorio soberano es algo sobre lo que nosotros volamos normalmente en las Bahamas, por ejemplo, y nosotros nunca tuvimos ningún problema con el gobierno de las Bahamas. Es solo Cuba la que quiere utilizar su espacio aéreo para justificar –y ahora trata de engolar la voz y de hacerla grave– el aaassesssinnnaaatoooo. –Y la última palabra le sale como graznido de pato.

Otro par de vueltas a la cinta y nos detenemos en la página doce de la transcripción, donde al parecer Arnaldo Iglesias estaría leyendo en el instrumento de navegación la posición del N2506. Ambos, Basulto y De la Peña, han llamado infructuosamente a Carlos Costa y están, parece, comunicándose sus posiciones mutuas. Paul hace admitir a Basulto que Iglesias está a cargo de los mandos de su avión, y le pregunta si el hecho de que no estuviera llevando los controles se debía a que quería filmar para sus archivos el encuentro con los Mig. Una objeción de por medio y McKenna replantea la pregunta:

—La razón para filmar sus encuentros con los Mig es para mostrar a la gente en qué usted anda. ¿Correcto?

—No, señor. Nosotros tratamos de documentar cada acontecimiento que tiene lugar en nuestros vuelos, incluyendo las balsas que recogemos y todo lo incidental del vuelo.

—Ese día en particular la razón para grabar su vuelo fue que esperaba tener un encuentro. ¿No es cierto?

—No, señor. Nosotros grabamos muchos de nuestros vuelos, fundamentalmente para tener los nombres de los balseros cuando los encontramos. Ese día en particular yo grabé las conversaciones con la torre.

A una señal de McKenna, Al Alonzo pone en marcha la reproductora; y en casi dos páginas en la transcripción, Basulto intenta hacer contacto con Carlos Costa infructuosamente. De la Peña reporta estar en el aire todavía y aún el N2506 no ha podido saber del otro avión:

—¿En este punto usted no puede localizar a Carlos Costa? –pregunta McKenna.

—Correcto.

—¿Usted le dice a Mario de la Peña “salgamos de aquí”? ¿”Vayámonos”? ¿Usted hace eso como el jefe de la misión?

—No, no lo hice.

—Por favor –pide Paul al operador–, continúe con la cinta.

Y Alonzo hace avanzar solo un poco la reproductora hasta que el abogado lo hace detenerse tras escuchar a Jorge Lares, quien trata de hacer contacto con el testigo desde la base de Opa-locka, por la frecuencia ultra alta:

—Jorge Lares descubre que hay algún problema y está tratando de contactar a Carlos Costa. ¿Correcto?

—No, señor. La base solo está haciendo una llamada común –se escurre Basulto.

—¿Pero usted todavía no había cambiado el curso o sí, señor Basulto?

—¿Usted sabe cuánto tiempo toma esa situación? –se defiende el acusado.

—Yo solo le estoy preguntando. Usted no ha cambiado el curso. Usted no le ha dicho a De la Peña que lo haga y han pasado minutos. ¿Correcto?

—Sí.

—¿Usted estaba absorbido por la misión?

—Sí, señor.

—¿Usted habló acerca de los Mig con De la Peña?

—Sí, señor.

—¿Y todavía no había entendido el mensaje?

Kastrenakes objeta antes de que Basulto pueda responder y lo salva por un pelo.

—Usted no se retiró. ¿O sí?

—Yo no me retiré.

Paul hace avanzar la grabación un poco más, Mario de la Peña conversa con Basulto:

¿Ves ese humo a... mi izquierda? –pregunta el segundo.

Yo no veo nada ahora –responde De la Peña-. Yo sí vi humo.

Uhh... ¿tú viste humo debajo del Mig?

Yo no olvidé haber visto el Mig. Yo vi humo y una bengala.

Y Paul hace detener el sonido para encararse a Basulto:

—¿Justo antes de esta pausa usted conversa con De la Peña acerca de lo que vieron?

—Correcto.

—Y usted le dice a De la Peña: ¿Viste humo debajo del Mig? Y él responde: Yo no olvidé haber visto el Mig. Yo vi humo y una bengala. Entonces usted dice: Yo vi humo y una bengala. En ese momento usted está sumando dos y dos y le da cuatro. ¿Correcto?

—Correcto.

—¿Usted le dice a De la Peña en ese punto: “Por Dios, vámonos de aquí”?

—Señor, yo estaba negado en ese momento.

—Continúe con la cinta, por favor –pide McKenna a Al Alonzo.

No termina la página antes de que Basulto hable de nuevo:

Okey. Estamos viendo otra bengala, otra bola de humo –dice Basulto y sigue llamando repetidamente a ambos, Mario de la Peña y Carlos Costa, sin recibir respuesta.

Paul hace detener la cinta:

—Usted acaba de decir que vio otra bengala y otra bola de humo. ¿Cierto?

—Sí, señor.

—¿No hay más transmisiones de Mario de la Peña después de esta observación?

—Correcto.

—Esa bola de humo fue el avión de él. ¿Es así?

—Afirmativo –responde Basulto.

Y a una señal del abogado, el agente Alonzo completa la reproducción de la cinta hasta el último intercambio de palabras con las autoridades norteamericanas en la frecuencia. Paul se dirige al testigo al finalizar la grabación.

—Señor, quiero que se dirija a la página diecisiete un momento.

—Adelante.

—Después que usted vio esa segunda bola de humo pasó algún tiempo tratando de seguir llamando a ambos pilotos. ¿Es cierto?

—Correcto.

—Finalmente en la página diecisiete usted dice: Bueno, nos parece que nos tenemos que ir pal’ carajo. ¿Oíste? Y es entonces que usted finalmente cambió su curso. ¿Eso es correcto?

—Sí, señor. Yo estaba negado todo el tiempo.

—No tengo más preguntas –dice McKenna secamente, cuando ya son más de la 1:45.

La jueza hace despejar la sala y Basulto sale medio atolondrado. Con la transcripción en la mano y el dedo apuntando quién sabe a qué palabra, todo lo que hace es dirigirse a McKenna, que le vuelve la espalda. Luego se vira a los fiscales que, embarazados, no saben cómo reaccionar. Y McKenna va en su auxilio pidiendo a Lenard que recuerde al testigo su obligación de no hablar con ninguna de las partes mientras está testificando:

—Señor Basulto, usted no puede discutir su testimonio con nadie. Y no debe permitir que alguien lo discuta con usted. Usted todavía es un testigo. Esto incluye a los abogados de cualquiera de las dos partes; y es lo que ellos trataban de señalarle.

Basulto se va con su transcripción y con su dedo señalando para otra parte. Por primera vez el dedo de la justicia ha señalado al verdadero causante de la tragedia del 24 de febrero de 1996. Y esto ha pasado en una Corte de Miami, en el mismo centro de la ciudad que gente como Basulto ha escamoteado al resto de la comunidad para convertirla en su cubil. Ese día abandonamos la sala eufóricos y con la sensación de que habíamos presenciado un hecho histórico.

Todo esto te lo cuento ocho días después. Como ves, he querido referirme a la transcripción de lo que pasó ese día aunque tenga que pagar el precio de atrasarme. Mientras me voy a la cama en esta noche del 22 de marzo, no tengo dudas de que coincidirás conmigo en que valió la pena. Un beso.

Nota:
[1] Comité de Seguridad del Estado en la extinta Unión Soviética. Heredera de la Cheka y la NKVD. Operó desde 1954 hasta su disolución en 1991.