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Crímenes sensacionales

Cruce del río Almendares por el Bosque de La Habana.

¿Cuáles son los hechos de sangre más sensacionales que se registran en la historia de Cuba?¿Quiénes son los criminales más célebres? Hoy, sin un estricto orden cronológico, sintetizaremos algunos de esos sucesos y evocaremos a algunos de los personajes.

El asesinato de los esposos Micaela Rebollo y Domingo Sañudo, vecinos de Inquisidor, 19, conmovió a La Habana colonial. Fueron muertos a hachazos y nunca se encontró al culpable. Se sospechó que el asesino fue alguien que gozaba de la confianza de las víctimas, que no daban acceso a desconocidos. En un primer momento la Policía detuvo a uno de los yernos del matrimonio, que luego quedó en libertad. Micaela y Domingo son los abuelos maternos de la poetisa Dulce María Loynaz y poseían 102 casas en la ciudad, que daban en alquiler.

Muy recordadas son las muertes, ya en la República, de la niña Zoila y la niña Luisa que sirvieron para exacerbar sentimientos de odio por razones raciales. Con una diferencia de dos años, ambas tuvieron la misma muerte, la primera en el pueblo de Gabriel, y en Alacranes, la otra: las desangraron y les sacaron el corazón. Por el caso de la niña Zoila murieron en el garrote Bocú y Víctor Molina. Celia, otra niña vecina del Vedado y de ocho años de edad, fue violada y luego  muerta con una navaja. Es el caso conocido como el del vendedor de tierra pues a eso, de manera ambulante, se dedicaba el agresor, llamado Sebastián Fernández y conocido como Tintán.

Dos parricidios llenaron de estupor e indignación a la sociedad cubana. Uno es el de Emilio Mendive, que mató a golpes a su padre cuando lo sorprendió en amores con su propia hija. El otro, el de Benito Torres: a tiros de escopetas y a machetazos dio muerte a su madre y a uno de sus tíos y luego segó la vida de sus ocho hermanitos.

La muerte de Rachel Kergeester, la linda francesita, cuyo asesinato inspiró una canción, una película y centenares de notas periodísticas, se conceptúa como el crimen del siglo XX en Cuba. La encontraron completamente desnuda y con el cráneo destrozado en la bañadera de su apartamento de la calle San Miguel entre Águila y Amistad. Lo curioso es que la puerta de la casa tenía el pestillo pasado por dentro.

La policía detuvo a Jiménez Rebollar, cantante del cabaret Montmartre y amante de la occisa, que, por otra parte, llevaba también relaciones íntimas con el norteamericano que representaba en Cuba los vehículos de la marca Ford. Las diligencias del letrado Carlos M. Palma –Palmita, el llamado Abogado de las Mujeres- demostraron la inocencia de Jiménez Rebollar, que quedó en libertad, mientras los indicios agravaban la culpabilidad de Oscar Villaverde, antiguo propietario del cabaret Tokio y ex esposo de la muerta. Pero por una causa u otra jamás se inició proceso legal contra Villaverde.

Conmovió a la opinión pública, en 1940, el caso de Celia Margarita Mena, La Descuartizada, muerta y desmembrada por su amante, el policía  René Hidalgo, en una habitación del edificio Larrea, en la calzada de Monte, 969, entre Pila y Matadero.

Un día, una pierna de mujer, cuidadosamente envuelta en un saco de yute, apareció en una alcantarilla del reparto Buenavista, en Marianao. A partir de ahí los hallazgos se sucedieron. Aunque parezca increíble, muchos afirmaban que no se trataba de un crimen. Durante largo tiempo las especulaciones fueron diversas y encontradas. Mientras detectives e investigadores se empeñaban en esclarecer los hechos, había quienes lo conceptuaban, al no aparecer la cabeza, como una broma de pésimo gusto llevada a cabo, tal vez, por algún estudiante de Medicina que, por partes, había sustraído un cadáver del Departamento de Anatomía Patológica de la Universidad. Pero eso sí, debía ser el cadáver de una extranjera porque –chovinistas que somos- se decía que una cubana no podía tener los senos tan pequeños. Cuando al cabo de once meses del primer hallazgo apareció la cabeza en la letrina de una vivienda de la calle Dificultades, en el Surgidero de Batabanó, la Policía pudo identificar a la víctima y tirar la línea que la enlazaba con su asesino.  Fue la primera vez que se usó en Cuba el detector de mentiras.

María Grant, conocida como Nena Capitolio por su anatomía monumental, fue condenada por el asesinato de su amante, Santiago González, estudiante y empleado del hotel Bristol, a quien doblaba tranquilamente la edad. Lo ultimó a tiros en la habitación de la casa de huéspedes de la calle San Rafael donde vivían. La mujer, que se había auto agredido, quiso hacer pasar el hecho, primero, como un pacto suicida y luego como una defensa propia. Pero sus argumentos no convencieron a los jueces.

Un mediodía, debajo de un puentecito del río Almendares, en el Bosque de La Habana, fue hallada muerta, con diez puñaladas diseminadas por todo el cuerpo, una joven identificada después como Sima Rasbasky, de origen hebreo. Por la tarde, y muy cerca de ese sitio, aparecía el cadáver de su novio, el estudiante, también hebreo, Jaime Bergerman. Presentaba una cuchillada certera en el corazón.

¿Homicidio-suicidio? ¿Doble homicidio? ¿Pacto suicida? Durante largas semanas no cesó la polémica. Los forenses no descartaron la posibilidad de un homicidio-suicidio. Pero algunos apostaban por el doble homicidio y otros conceptuaban el suceso como un crimen pasional. Cuando parecía prevalecer la primera tesis, nuevos elementos hacían que la balanza se inclinara por el doble homicidio. Pero la muerte de Jaime y Sima, hasta dónde sabe este cronista, no pudo esclarecerse nunca.

Ernesto Castilla salió a la calle San Ramón, en el reparto Jacomino, auxiliando a una mujer que se oprimía el pecho con las manos. ¡Me la han matado, ayúdenme!, gritaba. Los vecinos lo ayudaron, pero Emelina Miranda dejó de existir tras recibir los primeros cuidados médicos.

Castilla, que sostenía relaciones maritales con Emelina desde hacía cuatro años, contaba una historia increíble. Leía en la sala de su casa y ella permaneció a su lado hasta que decidió dirigirse a la habitación. Él levantó la vista del libro y vio a un hombre parado en la ventana. Nada podía aportar sobre sus rasgos físicos, pero sí que empuñaba una pistola, disparó sobre Emelina y se dio a la fuga.  Las autoridades decidieron detener a Castilla  y en la  estación de Policía lo presionaron para que confesara dónde había escondido el arma homicida. Castilla se mantuvo en sus 13.

El más inquietante silencio rodeó la muerte de Emelina. Nadie en la barriada de Jacomino dijo haber visto correr a hombre alguno  después de escucharse los disparos, y la mujer, la única que podía esclarecer el caso, murió sin declarar. Pasó el tiempo. Se admitió que Castilla no mató a su mujer y que la muerte entró, en la noche, por aquella ventana.