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Fidel siempre confió en el ser humano

Armando junto a padre el día de su boda. Foto: Alejandro Bonet.

Los rasgos del rostro de Armando Colmenares Molina son casi los mismos de cuando el papá lo besó en la mejilla el día de su boda –hace 54 años- y le dijo: Estás preparado para la vida. El viejo Mauro Ángel Clemente Colmenares de La Teja, nacido en Santander, España, era un hombre serio y de buen corazón que le gustó que sus hijos fueran rectos como un raíl y con una formación no reprochable por quienes lo trataran.

Armando no se arriesga a decir la fecha en que Fidel visitó la fábrica de quesos La Industria, en el poblado de Martí, administrada por el padre. Lo que sí recuerda que fue antes de la intervención. Llegó acompañado de Armando Hart Dávalos, el Comandante Jorge Serguera y por Álvaro Barba Machado.

La familia de El Guajiro, como le decían a Barba, no vivían muy lejos de la industria, fue entrañable amigo de Fidel en la universidad de La Habana, ambos en diferentes carreras, pero unidos por la lealtad de la lucha estudiantil contra el régimen oprobioso de Batista.

El guajiro Barba, entrañable compañero de Fidel (+ Fotos)

Narra el entrevistado, quien en dos ocasiones estuvo muy cerca del encuentro, que en la sala de la casona Fidel y su progenitor conversaron mucho de los quesos, incluso, la mamá fue la que le sirvió la taza de café. “Después fueron para dentro de la fábrica, yo me encontraba con dos escoltas, conversando y viendo la leche que iba pasteurizada para Holguín y Buenaventura.

“Tomaron leche en el espacio de la fábrica, situado arriba, donde tenía lugar el proceso de pausterización que es distinto al procedimiento de hoy; llevaba un serpentín, por donde pasaba, primero, agua al tiempo, después vapor y después de pasterizarse, durante media hora, vuelve agua al tiempo y finalmente la temperatura fría. La leche parecía una crema. De esos lugares de oriente venían a recogerla”.

Según Armando eso era lo que se hacía allí en la parte superior de la fábrica; abajo se producía mantequilla en una batidora. En ese momento también se elaboraba queso Gruyere, grande de 80, 90 o 100 libras y otro redondo, de aproximadamente 10 libras, que se situaban parafinados, dos en cada caja.

“Ese día de la primera visita se le obsequió a Fidel un queso, de tecnología Suiza, Gruyere; él no lo quiso, pero sí después mandó un carro con un escolta a recogerlo”, precisó Armando. Aclaró que todavía la industria era privada y que la segunda vez que estuvo el líder histórico ya había pasado a manos del Estado.

Mauro era un hombre de bien

Armando Colmenares Molina. Foto: Orlando Durán.

Quizás sea la primera vez que se cuente esta historia. Un buen día en la fábrica se apareció un funcionario de La Habana quien quiso imponer su criterio, por encima de la opinión técnica del experimentado quesero, pero él ni corto ni perezoso razonó: ese queso Gruyere lleva una envoltura con un papel especial, incluso, hay que estirarlo con una plancha caliente. No cedió y al poco tiempo dejó de estar al frente de la planta.

Siguió trabajando, logró buena empatía con el nuevo administrador hasta el grado de prestarle su carro particular, gesto que no tenía con Paco, su hermano mayor. Armando piensa que en la segunda visita el padre le dijo a Fidel que no estaba administrando y lo que había sucedido.

La referencia más cercana está asociada a la vez que Walfredo Rivero Colmenares viajaba el 25 de julio de 1989, en el yipi con Fidel, de tránsito de la comunidad Patricio Lumumba a la fábrica de quesos de Sibanicú (en construcción entonces).

Walfredo nervioso le explicó que era de Martí, nieto de Colmenares de la fábrica de queso que usted visitó dos veces. “Yo conocía a Colmenares sí sabía de queso.  Yo estuve dos veces en la casa de tu abuelo, me llevó allí Álvaro que vivía cerca en una finquita y hasta tomé café”, argumentó Fidel.

El padre era superrecto. Cuando Armando le dijo que no quería estudiar, sino aprender laboratorio, le dijo: está bien. ¿Sabe cuál era el está bien? Lo puso de auxiliar de producción, a fregar botijas, lavar los tanques de queso y cargar cuajá como un trastornado y ganando quince pesos.

Hoy agradece que su padre, después de hablar con personas que lo conocían, lo mandaran para el laboratorio de La Nestle, de Bayamo, pero de los tres meses y medio, vio a esa ciudad en los últimos quince días. Antes, recogía leche en el monte a las tres de la mañana con un chofer “Allí vas a aprender de verdad por donde entra la leche y por donde sale; el segundo paso, era recibirla, probarla y pesarla en kilogramos, no como aquí que se mide con una varilla metrada, conllevaba a fregar lechera, los equipos de frío, desarmar la descremadora y fue el inicio de una vida que lo llevó a estar apegado a la industria láctea y la a agricultura hasta el día de su jubilación con casi setenta años. En diciembre 9 cumple 75.

Vuelve a recordar como se produjo el arribo de Fidel la primera vez. “Cuando llegaron, yo estaba con una escopeta de perles tirándole a unos pájaros, al bajarse me impresionó, andaban en unos carros tan bajito y él tan alto. Me dio la mano, me puso la mano en el hombro. ¿Quién esperaba a Fidel? No lo esperaba nadie.

El padre muere en 1977, dejó de trabajar obligadamente un poco antes por razones de enfermedad en las cuerdas vocales. Para hablar se auxiliaba de una laringe electrónica, conversábamos mucho de queso y de los planes que Fidel le decía, de que iba a hacer y después se ejecutó: la fábrica de El Escambray.

Mauro trabajó antes de ir para Martí en una fábrica de una compañía norteamericana, después la adquieren unos nuevos dueños y finalmente se convierte en Otero. Luego estableció una fábrica de queso fundido, detrás de la Plaza de Méndez, hoy Joaquín de Agüero, con el nombre de Pirámide, vendida por él a Guarina.

En el intercambio de Mauro con Fidel los temas fueron no solo elevar la producción de quesos sino lograr variedad y calidad. Él consideró que Fidel “era una persona super preparada y con una visión muy adelantada”.

“No era sólo el nivel de exigencia de mi padre sino que sabía y preguntaba los porqué. Había que   explicárselos después que él miraba en el microscopio. Leyó mucho de lácteo, sobre todo.

Armando aprendió la buena lección del padre. Cuando trabajó en la Empresa Pecuaria Triángulo Uno, donde creó un laboratorio, al preguntarle el director, el médico veterinario Pio Álvarez Pileta, por qué tanta obsesión de ir al campo, Armando respondió: “El ojo del amo engorda el ganado”.

En el lácteo estuvo veintitrés años, pasó no sabe cuantos cursos de capacitación y anunció que cuando Fidel vino al acto del 26 de Julio de 1977 elaboró yogurt de varios sabores.

¿Qué significó para usted las dos visitas de Fidel a la fábrica de Martí y que haya restituido a su padre como administrador?

“Primero, la grandeza de Fidel, de confiar en una persona a la que le dio toda su confianza, porque mi papá dirigió en el capitalismo y en Taino supo dirigirla y nunca lo defraudó. Ese hecho de escuchar a mi papá y de comportarse como lo hizo da la visión de Fidel de lo grande que es -no fue--, que es, en confiar en las personas, aunque haya trabajado en otro sistema. Siempre asumió la responsabilidad con sentido de pertenencia.

“La corriente se iba en la fábrica a la hora que fuera y él, aunque tenía su operador, echaba a andar la planta. Fidel demostró la confianza en los hombres. Nadie pudo señalarle a mi padre, con un dedo que hizo algo que no favoreciera a la Revolución y al bienestar de ese mismo pueblo”.

El viejo Mauro Ángel Clemente Colmenares de La Teja nació en Santander, España, era un hombre serio y de buen corazón.