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Esto es Anfield… y huele a Roma

El Liverpool eliminó al Barcelona de la Champions con un 4-0. Foto: Tomada de Reuters

Cuando empezó el encuentro, en Anfield no cabía una persona más pese a lo improbable que era la remontada. Liverpool carecía de importantes jugadores y el Barça llegaba con más del 90 por ciento de posibilidades de avanzar, según sondeos de medios especializados.

Desde el pitazo inicial se ven actitudes distintas. Parece que a los blaugranas no les va bien el amarillo y los reds se esfuerzan por aprovecharlo.

Los minutos pasan y las imprecisiones de los catalanes son cada vez más frecuentes. Comienza a acechar el fantasma de Roma. Liverpool presiona hasta provocar la equivocación de Alba, Henderson dispara y cae el primero a la cuenta del criticado Origi, quien empujó el rebote dejado por Ter Stegen. Ahora solo restan tres tantos para consumar el milagro.

El juego se equilibra, y el Barça busca el gol que los tranquilice. Messi intenta por partida doble. Pasa cerca. Luego filtra para Jordi Alba, pero Allison impide la anotación del lateral.

Anfield no se cansa de gritar. Klopp vive el partido intensamente y sus actitudes son como una montaña rusa, unas veces arriba y otras abajo.

Entre un poco de teatro, posesiones largas y alguna que otra pretensión, termina la primera parte. El Liverpool no tiene la mitad de la tarea hecha, pero se siente más cerca. Mientras, Anfield no se cansa de gritar.

Los nervios brotan de ese amarillo del Barça y los reds lo huelen. Foto: Tomada de Reuters

La vida siempre da segundas oportunidades, por azar, o quién sabe por qué otra cosa. Wijnaldum, el jugador más criticado en el partido de ida, tiene que ingresar al campo tras la retirada de Robertson por molestias. Aquí comienza a cambiar la historia. El que no cambia es el Barça de Valverde.

Los equipos se están estudiando, cautelosos, para conseguir el latigazo. En lo que el cuadro español duda, Liverpool penetra por la banda derecha luego de un mal entendido entre Rakitić y Alba, el balón se pasea por el área y… claro: le cae a Wijnaldum, quien fusila a Ter Stegen, le dobla su brazo y pone en movimiento las redes de la portería.

Anfield se vuelve loco, parece que se hunde el estadio, a la par que empieza a despedazarse el Barça.

Los nervios brotan de ese amarillo y los reds lo huelen. Han pasado tres minutos y un centro desde la izquierda presagia lo peor para los seguidores culés. Otra vez Wijnaldum. Se eleva más que todos y pone la pelota donde no alcanza el portero alemán. De cabeza, igual que Manolas. Como en Roma.

La eliminatoria está empatada y todos los pronósticos se vienen abajo, aunque en Anfield la gente pasa de vaticinios. Las bufandas rompen a moverse en círculos y crean dinámicos destellos rojos y blancos que seguro encandilan a los rivales. Los de la ciudad de Los Beatles siempre se lo creyeron. Ya estaban a punto e irían por todo.

Valverde no reacciona, sus jugadores tampoco. Los sueños van en picada: al abismo. El descanso excesivo puede haberles pasado factura a algunos. Tímidamente, solo Messi tiene una vaga idea de lo que hace falta, pero nada se concreta. Suárez, previo a la debacle, también la tuvo a pase del argentino, pero Allison, en una gran noche, se interpuso en cada balón que iba entre los tres palos.

La cara de los entrenadores lo dice todo. Son antónimos. Klopp sonríe ya levemente, no obstante, el rostro de su homólogo es indescriptible, se asemeja al retrato de los errores y la apatía de sus jugadores. Uno lo entiende todo. El otro está perdido.

El choque comienza a entrar en la fase final. Barcelona toma un segundo aire, pero, en un córner, Arnold estuvo más listo que cualquiera. Dejó desmarcado frente a la puerta a Origi, quien concretó el cuarto –su segundo de la noche-, el gol más fácil de su vida ante un Barça totalmente ido del juego.

Los jugadores corren en busca de Origi, la banca salta, festeja Klopp y Anfield... no para de gritar. Luce como un templo, el reflejo de otra noche mágica de Champions, otra noche trágica para los blaugranas y la foto mística de la victoria de un equipo que realmente nunca, ni una vez, ha caminado solo.