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Doctora, ¿yo puedo abrazarla?

La doctora Cira Delia detectó un tumor abdominal en una adolescente de 13 años y pudo salvarla. Foto: Delia Proenza/ Escambray

Cira Delia Valdivia Graña, especialista en Medicina General Integral en el Policlínico No. 1 de Cabaiguán, sufrió con el dolor de los pobres en Brasil y dejó allí amigos por cuya suerte hoy teme.

Su piel blanquísima y sus ojos de un azul como el cielo semejan los de muchos habitantes de Río Grande del Sur, el estado brasileño que la acogió. Dicha región, cuenta ella, fue fundada por emigrantes alemanes, de quienes quedaron en herencia la estatura y otros atributos físicos. Los más viejos hablan el alemán, pero la mayoría, ya en una raza de mestizaje, vive en una pobreza que desarmó a la doctora cubana desde su llegada misma allí, el 10 de diciembre del 2015.

“Yo creo que fue más impactante para mí que para ellos, que ya habían tenido a un médico cubano; me impresionó mucho el sistema, saber que existen tantas cosas modernas y que no están al alcance de los pobres. La gran mayoría vive en casas construidas por los gobiernos de Lula y de Dilma, pero en condiciones muy desfavorables. Son ayudados por la asistencia social y casi a diario iban a la consulta para conseguir algo a través de nosotros, aunque fuera solo medicinas.

La doctora Cira Delia Valdivia Graña, especialista en Medicina General Integral que labora en el Policlínico No. 1 de Cabaiguán, tiene las vivencias muy frescas. Retornó a la patria el pasado 15 de noviembre, en el primer vuelo de colaboradores cubanos que salió de Brasil luego del anuncio por el Ministerio de Salud Pública de Cuba de no continuar en el programa Más Médicos, en atención a las ofensivas declaraciones del presidente electo Jair Bolsonaro.

“Los primeros tiempos fueron para mí muy difíciles, porque cuando había algo grave no hallaba cómo resolver. Tuve un niño bajo peso, de 1 500 gramos, en su casa dado de alta, con dificultad respiratoria y con una ictericia y no tenía para dónde remitirlo, porque no había un pediatra por todo aquello. Después convencí a la secretaria de salud del municipio para que les dieran alguna solución a los casos graves”, rememora.

No consiguió ayudar a todos, pero logró, por ejemplo, salvar a Giovanna Machado, una adolescente aquejada de autismo y de retardo mental que había comenzado con un sangramiento digestivo y anemia. “Todos los días la mandaba para el hospital, le logré hacer una resonancia que la pagó el municipio y se le descubrió una tumoración abdominal. Los médicos la atendían desde hacía años, pero nunca le palparon el abdomen. La dejé ya con la colostomía incluso revertida, tiene 16 años y llegó a mí con 13”, relata, emocionada.

Atendía diariamente a más de 40 pacientes, todos en busca de ser recibidos por la cubana, “porque uno los toca, les toma la presión, les pone la mano en el hombro”, especifica. Luego, ilustra el asombro de aquellos seres casi macondianos del municipio de Cerro Largo, a más de 200 metros sobre el nivel del mar: “Me preguntaban, ‘Doctora, ¿yo puedo abrazarla?’, porque ellos no pueden llegar a un médico brasileño, ni decirle a ese médico: ‘Yo vengo con la presión alta y me duele la rodilla’, ya que deben ir para verse un solo padecimiento y nosotros les atendíamos diez a la vez”.

Desde donde radicaba se llegaba a Argentina tras 25 minutos de viaje; casi todo el año hacía mucho frío. No obstante, en el poblado de Cerro Largo guardan como reliquia el calor de la doctora solícita y cordial, ante cuya consulta hicieron fila, por centenares, la última semana. No iban a consultarse, sino a despedirla con el abrazo que les regaló a todos.

“La gente allí se sentía muy contenta con nosotros. Sin conocer esa decisión que se avecinaba ya ellos estaban tristes y llorando porque yo ya tenía que venir. Lamentaban que se iban a quedar sin la cubana y con la expectativa de quién iría en mi lugar, pues ya se sabía que el presidente nuevo no quería a los nuestros.

“Algunos se lamentaban: ‘Ay, yo voté por él, ¿y ahora?’. En realidad, ¿te digo lo que siento? Siento lástima de ellos, me da pena, porque yo sé que no es lo mismo, éramos tres médicos cubanos en el municipio y una brasileña, que atendía en la parte del centro a las personas con mejor situación económica. Ella consultaba en 30 minutos a 40 pacientes, la misma cantidad que nosotros veíamos en tres o más horas”.

Muchas personas se convirtieron casi en su familia. “No hablaban de política, pero nos invitaban a un churrasco y compartían con nosotros, sobre todo los domingos. En portugués aprendí a decir algunas cosas, el saludo, las preguntas elementales, pero entendía todo lo que ellos decían. Desde que llegué acá nos comunicamos por vía telefónica, pues una parte de esas personas poseen móviles. Hasta los choferes deben de estarnos extrañando, nos decían que era un honor para ellos tratar con nosotros, porque esa simplicidad de nuestro trato jamás la habían visto”.

Ya está de vuelta en Cabaiguán. Sus compañeros de labor no cesan de halagar sus méritos cuando la reportera intenta localizar a la colega. Y ella, toda humildad, mientras abre una ventana de su alma, deja entrever por el azul de sus ojos una tristeza honda, tan recóndita como aquellos parajes donde gente que hoy amanece sin un abrazo cálido piensa en lo perdido.