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En el centenario de José Ardévol, una mirada al músico y al hombre (continúa)

José Ardévol

José Ardévol

Vale mucho la pena continuar asomándose a la presencia de José Ardévol en la música cubana, a propósito de haberse cumplido, el pasado 13 de marzo, el centenario de su fecha natal. Retomemos la historia tal como quedó reseñada en el primero de estos capítulos, a partir de su arribo a Cuba desde Barcelona en 1930, motivado inicialmente por la invitación a ofrecer conferencias y conciertos al calor de las instituciones que marcaban el paso en la vida cultural habanera.  Un ambiente ideal para echar raíces, al calor de sus lazos  amistosos y profesionales con talentos españoles ya radicados en Cuba como Pedro Sanjuán, María Muñoz y su esposo, Antonio Quevedo,  así como con dos jóvenes músicos cubanos a quienes Alejo Carpentier define como "los dos primeros talentos nacidos a nuestra música en el siglo XX" -Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla--; la presencia (a pesar de la difícil situación que en todos los órdenes de la vida afectaba al país) de instituciones como la Orquesta Filarmónica de La Habana y la existencia de algunos espacios propicios para la música de cámara y para la formación académica de los jóvenes músicos, resultaron determinantes en su decisión de unir su destino a nuestra tierra, acometiendo desde aquí sus grandes y pequeñas batallas, contribuyendo a la divulgación, dentro y fuera de la Isla, de la obra de sus contemporáneos así como también a la elevación del nivel profesional de varias generaciones sucesivas, desde la condición de ciudadano cubano que --al igual que su coterránea Doña María-decidió asumir tan pronto como, desde el punto de vista oficial, se abrió esta posibilidad para los extranjeros residentes en Cuba que así lo desearan.

Ardévol fue hombre de fundar, de desarrollar, enriquecer y sostener en pie todo aquello  que hubiera merecido su esfuerzo. Su primera criatura fue la Orquesta de Cámara de La Habana, al frente de la cual se situó como director en 1934, institución  que logró sostener a sangre y fuego, conjuntamente con los músicos que la integraron, en aras de dar a conocer la obra de los creadores cubanos así como el repertorio internacional, abordando las más diversas épocas y los más disímiles lenguajes, con el propósito de poner al espectador cubano a tono con lo que se escuchaba en los escenarios más respetables del mundo. Fue él  quien echó mano a sus extraordinarias dotes como pianista para acometer la ejecución de una pieza de Roldán para piano, cuyas complejidades técnicas la habían tildado como una obra no pianística. Se trata de la pieza Mulato, cuyo genial compositor no vaciló en dedicar al joven colega que la había liberado del silencio. ¡Quién hubiera podido ver descorrerse el visillo de una ventana -acaso en Santos Suárez- y contemplar a ambos, compositor e intérprete, descifrando un pasaje cualquiera sobre el teclado, Roldán con su pipa, Ardévol con su gesto de costumbre que desde entonces debe haber arrastrado para los momentos de esfuerzo o reflexión cuando incrustaba la barbilla en el cuello quedándose estático y pensativo para luego -invariablemente-salir airoso!

La segunda mitad de los años treinta sumó a las andanzas del joven compositor --todavía veinteañero--algo  que le acompañaría para siempre como si se tratara de una misión capaz de dar sentido a su vida: la actividad docente. Hay que destacar su adhesión a toda iniciativa hermosa, justa e interesante que contribuyera a elevar el nivel musical; su entrega al ejercicio de la crítica musical  a través de colaboraciones por escrito o de conferencias,   todo en estrecha colaboración con sus colegas y, de modo muy especial, auxiliando a Amadeo Roldán o sustituyéndolo desde el momento en que arreciara --sin remedio-- el mal que llevó a la tumba a este compositor en marzo de 1939. A  esta dura pérdida se sumó, en 1940, la trágica muerte de quien ya, para él, había devenido un gran amigo y un admirado modelo: Alejandro García Caturla. Finalizado el primer capítulo de su nueva vida, queda comprometido -conciencia y corazón-- con el legado que Roldán y Caturla le habían ido entregando;  sus fuegos se acrecientan en la actividad docente. (sigue)

(El Cerro, 27 de marzo de 2011)

Elvira Santiago (piano) e Irina Vázquez (violín) interpretan Melodía para violín y piano (1929) de José Ardévol  (cortesía del Sello Colibrí)


Elogio de la Danza. Coreografía de Martha Hickman, música de José Ardévol interpretada por Leo Brouwer.

Intervienen alumnos de la Licenciatura en Artes Escénicas para la Expresión Dancística de la Universidad de Guadalajara. Junio 2009. Grabación: Jorge Bidault