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Santiago sobre ruedas

Toda ciudad va tejiendo el movimiento que la mantiene viva, que le confiere un ritmo único, un sin fin de rutas y horizontes  que amanecen con el asomo del sol, y que podrán repetirse, o no, al día siguiente. Santiago de Cuba, al oriente de la Isla, llena de arterias que suben y bajan, es un abejeo tibio y apresurado de personas que caminan sobre los hilos de sus suertes.

Mi amigo Kaloian, viajero incesante -quien casualmente anduvo las calles santiagueras en las horas del intenso y reciente sismo por cuenta del cual los hijos de esa tierra pasaron una madrugada al aire libre-, cuenta que más de una modalidad de transporte se van abriendo paso allí, y que no se ve tanta gente en bicicleta como antes, sino más bien camionetas que cuestan al peregrino menos de un peso y andan repletas a pesar del calor.

Estas tienen una ruta invariable; y llevan en la parte trasera, detalla el curioso fotógrafo, un personaje conocido popularmente como el «machacante», quizás porque, al ser el cobrador, cae persistentemente sobre los usuarios. Así es como la imaginería popular va dibujando su propia existencia, y llena con palabras insólitas ese bregar de la perseverancia y  la creatividad.

La otra opción para el traslado, no menos asombrosa, son motocicletas que por diez pesos llevan hasta el fin o hasta el mismísimo principio de Santiago. Quienes pueden, las toman y a galope andan sobre ellas con todas las angustias, esperanzas, y los equipajes más pequeños o voluminosos de este mundo.

La ciudad es indetenible, describe el travieso de la lente. Y yo me atrevo a decir, como el poeta, que no nos asombremos de nada, pues «es Santiago...», y en él seguirá habitando la vorágine sobre camionetas, motos, bicicletas, y cuantos tipos de flotillas sean menester.

Transporte en Santiago

Transporte en Santiago

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