Me cuenta el amigo y colega Kaloian, a quien el sortilegio de la fotografía le atrapó por el corazón en algún instante y hasta el sol de hoy, que en los años ochenta del siglo XX salió a la luz una serie de imágenes, en blanco y negro, con un tema muy similar al que en estos días le ha motivado.
La presencia del Che en múltiples espacios de lo cotidiano resultó entonces un impulso que disparó el obturador de José Alberto Figueroa, quien fuera ayudante de Alberto Korda en el estudio fotográfico, cuyo nombre era justamente este último apellido conocido hoy en el mundo entero.
Los cuatro integrantes del estudio usaban ese apellido para identificarse con un empeño común de creación. Alberto es el más conocido. El rostro del Che atrapado en los instantes terribles del entierro de nuestras víctimas cobradas por la explosión del buque francés La Coubre, en marzo de 1960, acentuó definitivamente esa trascendencia.
"Cuando se dice Korda, solo se piensa en Alberto", me escribe Kaloian, quien advierte que también estaban Luis, Genovevo y Figueroa. A este último, el joven fotógrafo ha querido rendirle una suerte de homenaje, cuando vuelve ahora a todo color sobre una verdad que ya Figueroa nos había recordado en su serie de los años ochenta: el Che, escapado de toda medida, fórmula o mediocridad, salta desde su presente al nuestro como evidencia de que la impronta de un revolucionario tan hondo seguirá siendo, por mucho tiempo, clave que nos obligue a buscar en el futuro.
(Texto: Alina Perera. Fotos: Kaloian)
