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Luminoso tributo a Ñico Rojas en sus 90 (+ Audio)

Ñico Rojas

Ñico Rojas

Todas las instancias del tiempo se dieron un abrazo fuerte que duró buen rato, la tarde del miércoles 3 de agosto en el salón de Actos del Conservatorio Amadeo Roldán. El natalicio de un músico que, en las pocas estrofas de una canción tuvo a bien colocar sus razones para declarar con valentía: "yo soy un hombre feliz", como quien defiende el derecho a nunca dejarse cortar las alas del corazón, fue la razón primera de este encuentro entre varias generaciones de autores, intérpretes, maestros, estudiantes y -sobre todo-simples personas enamoradas de la música y abanderadas de más de cuatro verdades que Ñico Rojas supo develar en el ejercicio de su vida y de su arte.

Todo fue lindo y todo fue bueno. No podríamos decir qué cosa fue lo mejor en esa tarde convocada por el autor de la Guajira a mi madre, de la Canción estudio y del bolero Mi ayer. Ningún titular de prensa, ninguna señal programada, había insistido en las razones para hacer memoria ese día, en torno a este cubano sin par pero ya --desde varias semanas atrás-- la cantante Argelia Fragoso (cuya versión del bolero Mi ayer despertó de manera especial la admiración del compositor) había comenzado a darle vueltas a una idea que germinó de manera significativa esa tarde. La música de Ñico sonaría en un recinto que ha irradiado talento e historia desde la primera mitad del siglo XX, iniciativa que debía prender sin pretensiones espectaculares pero con el respeto y la dignidad que impone la atmósfera de un conservatorio como el que lleva el nombre de Amadeo Roldán, cuyas riendas bien tensas (como pidió alguna vez un poeta) de la mano del músico Roberto Chorens,  le han devuelto a esta Habana una de las plataformas más esperanzadoras con que siempre debimos haber contado en nuestra vida musical.

Argelia diligente, se empeñó en la riesgosa aventura de armonizar en un arreglo vocal a capella --y hacer sonar como corresponde--  un clásico del feeling de aquellos que sonaron en la victrola de los años cincuenta y que ahora, como regalo a la memoria de su autor, se convierte en la primera pieza de repertorio en el lanzamiento de un octeto vocal integrado por estudiantes de la insigne institución docente. Bajo la dirección de la propia Maestra, quién sabe si la memoria de Ñico nos esté invitando a ver en el surgimiento de esta agrupación el augurio  de un retorno de la Fragoso al camino de la dirección coral que añadiría razones para enriquecer las expectativas del buen público así como para admirar su arte.

El saludable motivo que -históricamente se ha demostrado-mueve y orienta las iniciativas sanas e inspiradas, no sólo fue acogido como suyo por parte  del Conservatorio: el Museo Nacional de la Música, en cuyo plan de ediciones vimos aparecer el libro de Ivón Peñalver dedicado a Ñico Rojas, hizo entrega de una donación que incluye sus más recientes publicaciones, con destino a la biblioteca de ese centro formador de músicos. A propósito de este hecho, la subdirectora del Museo, Carol Fernández, destacó, inteligentemente, una de las más hermosas realidades que hicieron de aquella jornada una experiencia colmada de especial calidez: mientras el músico a quien estábamos rindiendo tributo no  había nacido en el mundo académico, la grandeza de su obra la habían conducido a figurar en los planes de estudio y -por derecho propio--como tema obligado para muchos guitarristas en los concursos.

Voces de siempre como Palacio Chenique o pertenecientes a la más reciente generación como Ilén de la Cruz; guitarristas laureados como Rosa Matos o jóvenes prospectos como Mabel González empeñados por inspiración propia en abrir caminos desde la difícil prueba de estos acordes abiertos, estos saltos de punta a punta por la guitarra, este entresijo de cuerdas y bajos que, por igual, se ponen de acuerdo y se contradicen; este sacerdocio de lo cubano que predicó Ñico   en el hacer y en el pensar, tocados por la luz de un secreto a ocho voces y coronado por la propia Argelia poniendo fin al programa con su esperada versión de Mi ayer, hicieron más apretado el aplauso, más aparatoso el asombro de todos aquellos que en pocas ocasiones nos encontramos de nuevo y tan contentos sin saber a ciencia cierta cómo nos habíamos enterado y --de paso-- preguntándonos, cada cual por su cuenta, cómo alguien, al cabo de 90 años, no para de convocar gente buena, de inspirar cosas inauditas. Gloria a Ñico Rojas, desde su "ayer" tan hermoso y particular.

Almendares, 7 de agosto de 2011

Argelia Fragoso intepreta "Mi ayer", de Ñico Rojas