Textos: Mónica Rivero, estudiante de Periodismo
Una ciudad es una prolongación de cada uno de sus habitantes, es una gran casa que se les parece, que reproduce sus características, que registra en ella su historia -la historia "grande" y trascendente, y también aquella más discreta: la pequeña, cotidiana historia de todos los días-.
Una ciudad es el cuerpo de una idiosincrasia, la dimensión física de una manera de vivir, el plano sobre el que se proyecta la vida, el espacio donde se manifiestan anhelos, sueños, frustraciones, esperanzas...
Una ciudad está viva, tiene personalidad, tiene rasgos que la hacen única y rasgos que la hacen común. Como las personas, tiene memoria; y como las personas, solo sabiendo de dónde viene podrá saber a dónde va.
La Habana es una ciudad.
En los talleres de conservación de la Oficina del historiador pueden verse los rostros de quienes la asisten en su mirada retrospectiva (y no por eso sin proyección de futuro); los rostros de quienes la ayudan a recuperar el brillo, a conciliar lo nuevo y lo viejo, a rescatarse y refundarse; los rostros de quienes, en fin, trabajan por que sea una ciudad de ayer, de hoy y de todos los tiempos.
De vuelta a la vida
Pasado no es sinónimo de olvido. Esto es algo que los arqueólogos tienen muy presente, por eso no cejan en su empeño de revelar misterios y rescatar partes del ayer para devolverlas a la vida, esta vez con un sentido distinto: contar a los contemporáneos la historia de su pasado.
En el claustro de muros y pisos yacen -en silencio y oscuridad, más allá del alcance de la simple vista- restos de momentos que nos han dejado, restos que están fuera de su tiempo, pero que han permanecido en su espacio. Sacarlos otra vez a la luz y darles un nuevo destino es el trabajo que atestiguan estas imágenes: