- Cubadebate - http://www.cubadebate.cu -

Aniversario XXV de Vigía (se dice fácil) + Video

ediciones-vigia-festival1Parece que fue ayer -como decimos los viejos-cuando Rolando Estévez, el dibujante primoroso que yo había conocido en sus tiempos de estudiante, ideó arrastrar algunos troncos de árboles hasta un rincón a orillas del Yumurí para reunir a la gente en torno a la poesía joven de la ciudad de Matanzas. Allí -para no quedarse atrás-- cantaban y tocaban los músicos afines. Dichosa yo por haber sido invitada, que aunque ya me acercaba a los cuarenta, agarraba la guitarra, me encaramaba en el tronco que me habían destinado y daba rienda suelta al deseo de hacer entrega a aquella gente linda, de la canción más reciente, esa que el cantante de moda no quería cantar porque no era comercial o porque no era pegajosa. La angustia  se iba a bolina -como hubiera dicho Silvio--- en aquellas reuniones donde no se gastaba luz ni se contaba con equipos de amplificación. En un momento dado, llegaron a tener nombre: se hablaba de "la Peña del Yumurí".

Faltaba poco para que apareciera, en el paisaje espiritual de entre ríos, otro ángel fundador a quien conocemos como Alfredo Zaldívar que también era poeta pero que -sin duda-había nacido editor. Faltaba mucho menos para que este personaje, valiéndose de una máquina de escribir prestada y utilizando papel de envolver mandados en las bodegas (el llamado papel de estraza), tecleara el primer poema de un joven matancero, lo imprimiera en un viejo mimeógrafo que tenía un amigo y, al enrollarlo y entregarlo a mano, atado con pedacitos de cordel, diera un nuevo sentido, en 1985, a la fecha del 25 de abril cuando lanzó el primer ejemplar de lo que llegaríamos a conocer como Ediciones Vigía,  nombre que tiene que ver con la histórica Plaza situada delante de la casona de Magdalena y Río, al lado del San Juan, en cuyos altos estuvo radicada, durante varios años, la Casa del Escritor.

Rolando Estévez se unió, inmediatamente, al empeño feliz que, al independizarla del mandato de los <<porcuantos>> típicos del mecanismo industrial y de mercado, ponía a la poesía a salvo del desamparo o del letargo -que es peor-y, muy pronto, comenzaron a anunciarse los lanzamientos de pergaminos enrollados, de cartuchos llenos de poesías, enriquecidos con dibujos y, más tarde, con el trazo amanuense de una caligrafía que por sí sola o, más bien unida a la apreciación de un arte del diseño inseparable de su propia razón de ser, merecería el análisis  intenso,  abarcador, ejemplar,  de cualquier investigador acucioso y sabio.

La música de Cuba siempre estuvo en la mirilla de los Vigías.  Ellos escogieron el arte-sano de las manualidades; reciclaron todo lo reciclable, incorporaron a las ediciones  puñaditos de tierra cubana, elementos textiles o vegetales, objetos de uso personal que pasaron a convertir en verdaderos trofeos los ejemplares numerados y, muchas veces, firmados por el autor. En cada una de las denominaciones iniciales (pergaminos, plaquettes, cartuchos) que caracterizaban al aviso de un lanzamiento, hubo espacio siempre para diversas zonas de la creación musical. Cancioneros realizados en el formato de un sobre lleno de páginas sueltas o presillados en forma de  libro; papeles impresos pegados a una porción de cartón desechado de viejos envases quién sabe de qué, listos para colgarse de un clavo gracias al rústico cordelito que nunca ha faltado y destinados, con toda intención, a que la letra de una canción  jamás se olvide.

Creo que la mano maestra de los Vigía, cuyas filas fueron engrosándose hasta que hoy los vemos organizados en un diminuto ejército de seres que rasgan, doblan, pegan, amarran en silencio los elementos de esa relojería de papel implícita en cada diseño que se les encomienda, alcanzó un punto culminante en lo que a música cubana se refiere, cuando escogió, para conmemorar el "aniversario veinte" de la casa editorial, a la figura del matancero José White a quien, en un verdadero acto de justicia, se nos entregó encerrado en una verdadera "caja de música" al estilo Vigía. El diseño, enmarcado en la colección Andante, se  presenta en la forma de una caja de cartón estampada a partir de ese arte puntilloso que caracterizó a los dibujos de Rolando Estévez desde sus tiempos de estudiante (guardo entre mis tesoros un Cristo ejemplar cuyas desnudeces ya venían cubiertas por un pedacito de trapo). Dentro de esa caja encontramos sendos cuadernos, el primero de los cuales contiene el ensayo acerca de este músico y su época que, obra de Iraida Trujillo y Mará Victoria Oliver, mereciera una Mención en 1997, en el Concurso de Musicología  Casa de las Américas; el segundo nos entrega una muy cuidada selección de obras del músico a cargo de Leticia Hernández Benítez,  que abarca  dos secciones con estudios así como el Concierto en Fa# menor para violín y orquesta, obra altamente valorada en su género.

Mi deuda personal -apoyo, inspiración, aliento en las verdes, dicha y reconocimiento en las maduras-me coloca en planos de incondicionalidad hacia la obra de Ediciones Vigía . Creo que no puedo considerarme como un caso único entre los creadores tocados por la gracia de una iniciativa que bien puede conducirnos hasta unas verdades que Mirta Aguirre nos regaló en sus versos: Todo puede venir por los caminos que apenas sospechamos(...)y crecer como crecen ciertas dichas, de dentro, sin palabras (...)

Este domingo se cumple el primer cuarto de siglo de la fundación de Ediciones Vigía. Una verdad como un templo, que se dice fácil y ¿por qué no? a lo mejor se tararea. Una historia para mirar de frente, respirar hondo y seguir andando. Me vienen  a la mente otros  versos de la poetisa y maestra tan querida:

Y hay, para ese encuentro, que guardar

amapolas,

un poco de piel dulce, de durazno o de niño,

limpia para el saludo

Almendares, 25 de abril de 2010

ediciones-vigia-festivalediciones-vigia-festival-2

La bella cubana, de José White, interpretada por el Quinteto Urfé