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El jardín de la gorda

Sara Gonzalez

La gorda había puesto casa desde que viera la luz allá en lo último de Marianao. Una casa bien corpórea, de ojos claros y sonrisa de lado a lado, con un local atestado de chistes y ocurrencias. Con el tiempo, se hizo de un rincón adonde los amigos podían acudir a compartir las penas y las alegrías, una mesita que se arma a la hora que entran ganas de jugar dominó y, sobre todo, una  gama de artefactos que se fue volviendo espléndida y frondosa como para que, constantemente, suene la música propia o la ajena; una familia de instrumentos desde donde, a cada rato, brotan pedazos de canciones, canciones completas -propias o ajenas también- que, si de ella depende, no van a correr el riesgo de andar silenciadas o caer en el olvido.

La gorda Sara es ella misma una casa espaciosa donde caben el baile, la jarana y la reflexión más aguda pero, sobre todo, el ademán cariñoso y la necesidad de compartir todo aquello que a la vida  se le haya ido ocurriendo colocar a su disposición. Ella ha cantado a las heroínas y a los héroes  y se ha encargado de poner el claro el mérito supremo y el valor del hombre y la mujer sencillos cuyo ejercicio es la sazón de la vida  misma en las batallas grandes y en el quehacer de todos los días.

Sara González -así como suena-era ya un nombre que significaba cosas para cualquier cubana o cubano; ella se había encargado de hacer amigos por todos los rincones del mundo; desde la portada de sus discos, desde cualquier titular en la prensa convocándonos a una de sus presentaciones, las dos sencillas palabras con que se anuncia son portadoras de buenos augurios que no se disparan volando desde ellas  como por efecto de campañas publicitarias sino a la manera de un sistema de señales que se nos han ido enganchando para siempre a quienes hemos recibido ese buen arte amasado en el encuentro de primera clase con la artista, que define a cada una de sus presentaciones.

Una mañana, la gordita Sara amaneció iluminada con la idea de buscar un punto de encuentro frecuente con nosotros, en unas condiciones que nos liberaran de la esclavitud del aire acondicionado roto, del gasto de energía eléctrica, de los rigores de la lejanía. Del mismo cantero donde ha sembrado amigos, brotó una postura: un sitio lo suficientemente espacioso como para crear un lado de allá donde se ponen los que van a cantar y tocar y un lado de acá donde vamos a estar sentados quienes recibiremos, a todo lujo, las delicias y las ocurrencias pensadas para cada una de las tardes. Así fue como en un patio, al fondo de la Casa de la Décima, armó su hogar lo que no quiso seguir siendo patio y comenzó a ser jardín.

El jardín de la Gorda, como nacido de quien lo concibió, no es patrimonio suyo sino espacio que Sara busca --y encuentra siempre-- con quién compartir. Del lado de allá, el conjunto pequeño de músicos que, encabezados por Pucho López, integran  el grupo habitual desde un formato que hace posible, desdoblarse en función de aquel estilo que el invitado o la idea de turno, elegidos por la anfitriona, impongan como pauta de calidad como para que los asistentes (que no son cualquier cosa) se vayan a casa teniendo bien claro que no hubo "invento". Del lado de acá ocupando asientos, recostados a los muros o simplemente -que para eso son jóvenes-sentados de manera informal sobre el clásico suelo de cemento, usté y yo, este o aquella o los de más allá y -cuidadito-- silencio, que no se escuche volar una mosca.

Tanto dijo la gorda que su patio era un jardín, que un día se le apareció una amiga cargada de macetas con plantas de buen tamaño como regalo, y el milagro se hizo visible y palpable para quienes, de todos modos, se habían convencido de que en casos como éste, no es preciso ver para creer; que da lo mismo decir créalo o no lo vea o algo parecido, cuando la tarde del último domingo de cada mes no sólo promete sorpresas y delicias sino que, invariablemente, las cumple.

Al Jardín de la Gorda, que este domingo 28 de marzo trae como invitado al trovador Eduardo Sosa y sus "chaguitos", se llega a pie por Zapata o 23; desde El Cerro, desde la Plaza de la Revolución, en algunos de los P más frecuentados de esos que recorren la ciudad de punta a punta, en cualquiera de las maneras que emplea la gente que vive del otro lado del Almendares. Se busca, subiendo o bajando hasta la calle A entre 25 y 27 en la zona alta del más viejo Vedado. La cita es a las 5. El camino de acceso está abierto por un costado de la Casa de la Décima y, aunque ningún letrero así lo indique, tengan por seguro que van a ver cómo se cumple el lema que quien más y quien menos ha coreado alguna vez, siguiendo el estribillo de aquella canción de Sara, la gordita de todos nosotros, que dice así:

"que entren todos, que caben cantidá".

Almendares, 25 de marzo de 2010

Sara González interpreta "Son de Cuba y Puerto Rico", de Pablo Milanés