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Ochosi entre los yorubas

ochosiEl oricha mayor Ochosi, hijo de Yemayá y guerrero poderoso, es el dios de la caza y de la cárcel. Dueño del arco, la flecha y la cacería en "los montes de la vida", es un experto explorador y un rastreador insuperable. Cazador inveterado, hábil pescador, clarividente adivino y hechicero, protege al fugitivo y alimenta al hambriento. Conocedor de todos los pájaros, su  predilecto es el loro, al que mima; diestro en el manejo de todos los palos, bejucos, árboles, plantas y hojas, mantiene una estrecha relación con médicos y sanadores.

Las ceremonias dedicadas a Ochosi suelen hacerse en la mañana, al aire libre, pues su casa es el monte y ama la libertad; aunque, según religiosos de respetable criterio, también tiene la cárcel por morada. Curtido por el sol y el viento, viste un gorro de piel de tigre o leopardo y lleva sobre su espalda un carcaj de idéntico material. Sus atributos y herramientas son tres arcos, tres flechas largas y tres cortas, tres lanzas, un machete, cuatro escudos, dos perros, dos pulseras de metal retorcido, instrumentos relativos a la caza y piezas alegóricas, como tarros de venado y trofeos de cacería. Dicen unos dicen que sus tonos son el lila oscuro, el verde y el negro, en tanto otros aseguran que son suyos el color ámbar y el azul oscuro. Su número es el tres y habla en el Diloggún por el dos.

Las ofrendas que se le hacen -legumbres, yuca, pescado, chivo, gallo, codorniz, tabaco en todas sus modalidades: seco, verde o en flor-  han de colocarse sobre una mesa cubierta por un mantel de color azul y coral, adornada con pieles de animales.

En los wemileres, Ochosi baila con Ochún. Cuando posee a uno de sus hijos, su danza es muy rica y elástica, y representa los movimientos del cazador.

Sincretizado en la religión católica con San Norberto, cuando se piensa en Ochosi es imposible dejar de evocar la rica mitología universal en la que los dioses de la caza tienen invariablemente un lugar estable y bien conquistado: Artemisa entre los griegos, Diana entre los romanos, Artume entre los etruscos, Ochosi entre los yorubas y los cubanos.

La falta de Ochosi

Cuenta Ana María que, cierta vez, Olofi andaba en busca de su pájaro predilecto, el extraño y maravilloso chambergue. Quien lo encontrara sería premiado con la mano de su hija. Ochosi, el más hábil de los cazadores, hizo presa de él y, con sumo cuidado, lo guardó en un saco junto a otras aves que llevaría como regalo adicional a la hija del soberano.

Una vez ante Olofi, le entregó el saco, pero ¡ay! cuando el Supremo lo abrió, descubrió que el chambergue había desaparecido.

Ochosi no salía de su estupor, pues tenía la plena seguridad de haber guardado el ave maravillosa en el saco. El dios montó en có1era y decidió castigar al culpable. Trepó a la montaña y allí puso en tensión su arco infalible. La flecha cruzó el aire y se perdió de vista. Yemayá, que estaba en el mercado haciendo unas compras, fue atravesada por ella.

"Después de eso -concluye Ana María-, a Ochosi nunca lo abandona un terrible sentimiento de culpa".

Berta nos ofrece una versión un tanto diferente y más prolija de este mismo patakí que relata "la falta irreparable de Ochosi". Según narra, Ochosi era un cazador infatigable, pero su vida era dura, muy dura. No tenía un techo donde guarecerse, ni ratos de ocio y disfrute. Obligado por la necesidad, acudió a Olofi y éste prometió ayudarlo:

- Te daré una casa y llevarás una vida más placentera, pero, en pago, habrás de hacer ebó (un sacrificio) y traerme ciento una palomas (o codornices, duda Bárbara).

Olofi cumplió su palabra y Ochosi, diestro entre diestros, reunió las palomas. Una por una fue contándolas y colocándolas dentro de un saco.

Su madre, que había estado observando sus trajines, aprovechó una ausencia suya para satisfacer su curiosidad. Abrió el saco y, sin atinar a cerrarlo a tiempo, dejó escapar una de las palomas. La recuperó en breve pero, en el momento de guardarla, hizo aparición Ochosi; y ella, confundida, escondió el ave entre sus senos.

Ochosi se dirigió con el saco a palacio. Al abrirlo Olofi y contar las palomas, reparó en que faltaba una.

-¡Me has engañado!- le dijo indignado- ¡No has cumplido tu palabra!

Aturdido, Ochosi intentó defenderse, pero nada pudo hacer. Fue precisamente en ese momento que exclamó:

- Lanzaré al aire una flecha, y si hay justicia en el mundo, esa flecha atravesará a quien robó la paloma.

Así hizo y se retiró.

Al llegar a casa, encontró a su madre tendida en el suelo. La flecha había atravesado la blusa, la paloma y su corazón.

A Ochosi le quedó un gran remordimiento para toda su vida.

"Yemayá es la madre de Ochosi -acota Berta-, de eso no hay dudas. Pero no puedo asegurar que, en este patakí, sea precisamente ella su madre."