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Viaje al Mundo Marx

Hay un viaje feliz, que hago y rehago en mi mente. En él, vuelo siglos atrás y voy al re-encuentro de mi filósofo favorito. Debo decir que a veces es toda una odisea. En ocasiones me cuesta ubicarlo, porque constantemente tiene que cambiar de sitios. Sin embargo tengo suerte, hasta ahora siempre termino por hallarlo. Desde que lo conocí, nunca he perdido a Marx.

Cuando emprendo este viaje, me preocupo por no trastocar las épocas. Me esfuerzo para no impregnar su tiempo, de prejuicios contemporáneos. Me empeño en crearme una imagen de ese otro mundo y de Marx, solo por lo que él tiene que contarme, y no a través de los esquemas de hoy.

Para este viaje largo y extraño, llevo conmigo pocas cosas: apenas un libro y varias dudas. En cuanto al libro, me las arreglo para cargar con uno ligero. Atención, su levedad -la del texto-, es solo física. En esta ocasión me acompaña: El manifiesto del partido comunista.¿Estará mal pedirle que me lo dedique?
Es 1850, y Marx tiene 32 años.

- ¿Por qué escogiste esta vez, un folleto que hicimos por encargo? Preguntó mirando mi viejísimo y amarillento ejemplar de Ediciones Sociales, La Habana, 1960, que cuando salió costaba 10 centavos. Le respondí:

Porque a pesar de que hace unos pocos días cumplió 175 años de ser redactado, continua siendo un himno de combate. Y porque, a fin de cuentas como dice Lenin, El manifiesto comunista parece como si se hubiese escrito ayer.

¿Un himno de combate? Quiere decir que todo lo sólido sigue desvaneciéndose en el aire. ¿Qué pasa en tu tiempo con el “temible duende que hoy recorre Europa”? Preguntaba y caminaba sin parar, como hace cuando un tema despierta su interés.

¿Del fantasma del comunismo querrás decir? Lo interrumpí.

Pero es 1850, y en la primera versión inglesa de este año traducida por una estimada amiga feminista suya y de Engels, el Manifiesto arranca con “un temible duende”. Habrá que esperar a 1888, para que después de un periodo de ausencia de la obra, una nueva traducción le comience a llamar “el fantasma del comunismo” tal cual ha llegado a nuestros días.

El acceso a sus textos se ve empañado desde el inicio por muchos factores. Problemas de traducción han comprometido el sentido de sus obras más de una vez. Dificultades para descifrar su letra. Para relacionar correctamente los habituales usos de diferentes idiomas en sus apuntes. Para comprender acertadamente sus cuadernos monologando consigo mismo. Sin contar de poder, o no, apropiarnos de un pensamiento profundamente dialéctico, pero que no dejó a su vez de ser abstracto y contradictorio.

Esclarecida la confusión de los términos, le conté que nuestras sociedades, continuan a merced de las luchas de clases. Que de una parte, el éxito del capitalismo ha estado marcado por su capacidad para reducir el comunismo a la peor de las utopías; para que no se identifique ya más, como la vía en la que los oprimidos practican su oposición. Y que por otra, la transición (el socialismo) es efectivamente, un periodo largo y doloroso, tal cual él ha previsto.

Hablamos de todo a la vez. Él quiere saber de nuestros días. Yo quiero lo imposible: que desde su tiempo supere el nuestro; cuando debería ser al revés, que el nuestro supere al fin el suyo. Tengo tantas preguntas que hacerle. Sin embargo, prefiero escucharlo hablar y en muchas ocasiones discutir. “Es un excepcional narrador de historias”, me dijo un día Tussy, una de sus hijas. Y es verdad. Marx es un líder natural de argumentos seductores por su lógica y por su genio. Es difícil no prestarle atención. Para mi quinto viaje ya me había hecho su amiga. Aproveché para hablarle de su Crítica del Programa de Gotha.

Es 1875, y Marx tiene 57 años. La barba y el cabello grises, hacen contraste con un bigote un poco más negro. Le pregunté sobre aquella frase escrita referida al comunismo: “¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!”.

Me recordó que con frecuencia se pone toda la atención solo en esa parte de la idea, la de la distribución. Y que, por lo general se pasa por alto una razón esencial dicha justo antes en el mismo párrafo, sin la cual estaría incompleta: “cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital … (en) el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos”.

Entonces hago algo que ya Umberto Eco me había advertido no hacer: preguntarle -a Marx-, qué quiso decir. “El autor debería morirse después de haber escrito su obra. Para allanarle el camino al texto”, siempre repetía el hermeneuta. Así es que me detengo en el interrogatorio.

Y aunque me prometí hacer tabula rasa de mis prejuicios, no pude evitarlo, y le conté de la tendencia a citarlo unas veces y a tergiversarlo la mayoría. Que sus pensamientos se han visto constantemente reducidos a consignas. Enajenados ellos mismos. Y que algunas de sus ideas se habían repetido tanto, que hasta habían perdido su sentido original y su filo subversivo.

Su irritación fue evidente. Le fascina discutir. En muchos sentidos me recuerda a Sócrates. Me dejó claro que prefería el conocimiento mediante conceptos, que no por ejemplos, aún cuando El Capital, esté lleno de ellos. Y que las cosas que habla y escribe, son para movilizar al proletariado mundial a favor de su propia libertad, no para limitarle sus posibilidades mediante frases descontextualizadas. Me recordó a Martí cuando en Emerson criticó a los “fraseadores” que desconocen cómo “cada pensamiento es fruto del dolor de la mente".

En ciertos aspectos sigue siendo el mismo Marx, convencido de la importancia de mostrarle al mundo porqué está luchando en verdad. Y que en este movimiento revolucionario, había que lograr que fuera consciente de su propia conciencia, pero no mediante dogmas. Tenemos que elevar la conciencia de clases, me dijo.
Marx tiene 64 años. Le cuento que Nietzsche cree que Dios ha muerto. Pero le aclaro que no se refiere a él, porque estamos en 1882 y Marx no ha muerto. Pero sí ha estado enfermo por mucho tiempo. Ha vivido y trabajado intensamente, desatendiendo su salud. A todos sus achaques se le suma un catarro permanente que se le aferra a pesar de todos los viajes que realiza para palearlo alejándose del frío.

Finalmente lo hice. Le pedí que me dedicara el libro. No se opuso. Pero me dijo que sus textos no buscaban acoplarse al mundo, o ser coherentes al orden de las cosas. Que no bastaba con leerlos y volverlos a cerrar. Que a través de ellos, intentó construir a un lector muy particular: el sujeto revolucionario. Y que mientras que solo fuera interpretación aquello que debe ser transformado, estaremos cargando la culpa de nuestra propia inconsecuencia.

Esta vez pasé mucho tiempo en el Mundo Marx. Cuando regresé al nuestro supe que hace 140 años “el Moro” murió. Al principio no lo creí. Todo sobre él se siente tan real y subversivo, que es difícil que haya muerto. Va, y se equivocaron de hombre. A fin de cuentas Carlos es un nombre común.

Es 14 de marzo de 1883, y Marx tenía 65 años. Murió sentado junto al fuego, quince meses después de haberlo hecho Jenny, su compañera de toda la vida. Al día siguiente, sobre la irreparable pérdida escribió el amigo fiel: “A la humanidad le falta la cabeza más notable de nuestro tiempo”.

Desde entonces, mi mente no deja de visitar su sepulcro en el cementerio de Highgate, en Inglaterra. Y aunque en su tumba está escrito: “Trabajadores de todas las tierras unidos”, no estaría mal recordar a modo de epitafio marxiano, aquello que escribió en una carta a su amigo: “En cualquier caso, espero que la burguesía recuerde mis forúnculos hasta el día de su extinción. ¡Malditos sean!”.

Esta noche lo iré a buscar, tal vez pueda venir conmigo. En definitiva, la muerte es también un viaje; quién sabe si al comunismo.

Nota: todos los datos de la vida de Marx, fueron extraídos de la excelente biografía Karl Marx, de Francis Wheen.