- Cubadebate - http://www.cubadebate.cu -

Cuando regresó Martí

Imagen: Miguel Cruz / Facebook.

Petaca, era Petaca y ni él mismo sabía bien en qué momento se le quedó definitivamente el apodo. Era muy pequeño cuando alguien de la familia lo escuchó decir esa palabra en lugar de butaca, el espacio preferido del abuelo, que lo cargaba por horas enteras para narrarle historias increíblemente fantásticas. Una y otra vez lo mandaban a nombrar el citado asiento, para entre chanzas y risas, escucharlo pronunciar el nombre equivocado.

Venía de una familia numerosa, que no lo fue más, porque la muerte de varios hermanos pequeños lastró su infancia haciéndola poco feliz. Cuando cumplió los ocho años aun no sabía leer ni escribir. El último maestro se había marchado tiempo antes de él nacer y la otra escuela donde podía existir un docente, estaba demasiado lejos. De todos en la casa, solo el tío Julián tenía el privilegio de comprender lo que decían las letras y era el encargado de leer en voz alta algunas cosas interesantes de las revistas y los libros.

Era Petaca el más curioso del auditorio, pero se dormía muy pronto, agotado por la jornada de cortes de caña y manejo del azadón en los platanales de Porfirio Laguna. Él quería ser lector, pero no podía y de forma secreta fue guardando centavos en una lata de galletas vacía que ocultaba debajo de la cama, para – según su imaginación – poder un día pagar algunas lecciones de gramática.

Cuando llegó la poliomielitis, como un látigo terrible azotando los bohíos, solo se salvó Gervasio el mayor de todos los hermanos, aunque le quedó una pierna inservible. Petaca no consiguió vencer la enfermedad y el tío no vino más a hacer sus tertulias, porque se le hacía un nudo en la garganta y le parecía escuchar la voz chillona del niño y aquella pregunta insistente que hacía cuando terminaba de escuchar algunas de las lecturas sobre el Apóstol, que venían en un libro gastado y amarillento ¿Tío y cuándo viene otro Martí? interrogante que Julián nunca contestó, porque tampoco se sabía la respuesta.

Gervasio, el cojito, como le decían con cariño, fue el primero en recibir a Ernesto el alfabetizador que llegó en 1961 y como no sabía muy bien a qué se debía el milagro, se llevó consigo la pequeña lata con los centavos reunidos por Petaca, que tiempos atrás le compartió el secreto y le contó la finalidad de aquellos menguados ahorros.

Había lágrimas en los ojos del maestro recién llegado, viendo las manos extendidas con la precaria y oxidada alcancía, solo atinó a decirle: ¨Ya no hace falta, ahora hay otra Cuba¨ y entonces el niño descubrió que por fin alguien había respondido la pregunta de Petaca, de alguna manera también había otro Martí.