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El árbol de la vida

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Llegada de los colaboradores cubanos de la salud procedentes de Turín, Italia. Foto: Abel Padrón Padilla/ Cubadebate

De los más diversos lugares nos llegan noticias acerca de la labor desplegada, en gesto solidario, por los médicos y enfermeros cubanos. Sin embargo, el anuncio de la presencia de un grupo de galenos en Turín removió lo más profundo de mi memoria y de mis sentimientos. Era el espacio de los apacibles juegos de mi infancia, el sitio donde aprendí las primeras letras, el paisaje de anchas avenidas arboladas adosado al perfil nevado de los Alpes, la ciudad del caminar bajo los acogedores portales de Vía Roma para tomar luego el camino hacia las orillas del Po, el punto de partida de mi abuelo cuando marchó a la emigración con el propósito de hacer fortuna en América.

En el siglo XIX, mientras en Cuba se combatía por la independencia, desde Turín, capital del pequeño reino de Saboya, se emprendía la lucha en favor de la unidad italiana. Logrado ese propósito, la ciudad se convirtió en importante centro industrial con la presencia de la conocida fábrica de automóviles FIAT. Fue, más tarde, un foco de resistencia antifascista y agrupó en torno a la editorial Einaudi a un conjunto significativo de escritores de la época, entre los que destaca el narrador Cesare Pavese. Las laderas agrestes de los Alpes acogieron la resistencia armada antifascista de los partigiani. Enviado al exilio, al remoto sur de la península, el escritor Carlo Levi descubrió la tragedia de un país fracturado por las desigualdades económicas. El desarrollo del norte industrial contrastaba con la miseria del remoto sur, el impacto de esa experiencia: Cristo se detuvo en Eboli, texto inaugural de la literatura testimonial.

A partir del término de la Segunda Guerra Mundial, la capital económica de Italia se fue desplazando hacia Milán, en la Lombardía fronteriza con el Turín piamontés. Con el apoyo de un diseño renovador la producción industrial italiana alcanzó un impulso sin precedentes, exportador de automóviles, maquinarias de todo tipo, corbatas y zapatos de un gusto refinado. A pesar de su ubicación en la periferia de Europa, integra el universo privilegiado del primer mundo. En ese contexto, sorpresivamente, la pandemia de coronavirus irrumpió con fuerza incontrolable. Ante este panorama, las autoridades de la Lombardía y el Piamonte solicitaron la colaboración de una brigada médica cubana. Los hospitales habían colapsado, los especialistas de la sanidad estaban desbordados, los cementerios locales no lograban acoger la avalancha de los fallecidos.

Enrique Ubieta compartió el vivir cotidiano de las brigadas médicas cubanas que acudieron en respuesta al llamado, instaladas en hospitales armados a toda prisa para afrontar la expansión de la pandemia en la ciudad lombarda de Crema y en el Turín piamontés. Fue testigo excepcional de la batalla contra la muerte librada en el micromundo sanitario. En ese ámbito aparentemente limitado, se confrontaban dos concepciones y, derivadas de ello, dos maneras de enfocar el ejercicio de la medicina. Los italianos disponían de la más alta tecnología. Atenidos sobre todo a una noción de servicio social, los cubanos preservaban la relación personal, la vecindad humana con el paciente. Tras los inevitables desencuentros iniciales, se fue instaurando el respeto mutuo y, al cabo, el riguroso intercambio científico. Cronista de esa experiencia, Ubieta se centra en el microcosmos hospitalario para abrir la perspectiva hacia horizontes más amplios. Las historias de vida de los participantes cubanos evidencian el proceso de democratización de una sociedad sustentada en el acceso real a la educación universal y gratuita. Proceden de los más diversos rincones de la isla y de estratos otrora relegados del pueblo. El grupo, conformado por una representación plural de generaciones, coincide en la vocación orientada al batallar en defensa de la vida, aún en condiciones extremas de riesgo y precariedad.

El contraste entre el espectacular despliegue tecnológico de las instalaciones sanitarias y el colapso del sistema provocado por la irrupción de la pandemia incita al autor a indagar acerca de las causas del problema a través de numerosas entrevistas a conocedores del tema, derivación de los cambios ocurridos en el mundo a partir de la Segunda Guerra Mundial. Como resultado del conflicto, se reafirmaba el poderío de la Unión Soviética, a la vez que dimanaba de la resistencia antifascista un poderoso movimiento progresista en Europa Occidental. Bajo esa presión, hubo que tomar medidas de beneficio social, entre las cuales se destacaron las dirigidas a ofrecer un respaldo estatal al desarrollo de la salud pública. El derrumbe del socialismo en la Europa del Este y el debilitamiento de la capacidad de acción de los sindicatos se conjugaron con la asunción de doctrinas neoliberales tendientes a la precarización del empleo y al sometimiento de la sociedad al libre juego del mercado. La salud pública fue socavada por distintas formas de privatización. La llamada «flexibilización del trabajo» condujo a optar por contratos a plazo fijo en lugar de garantizar vínculos laborales duraderos sustentados en políticas de desarrollo. Es el drama que afrontan los jóvenes egresados de las facultades de Medicina, limitados también en el acceso a las especialidades.

Frente al costado oscuro de la realidad, un cálido aliento recorre el Diario de Turín de Ubieta. Llegados desde el otro lado del Atlántico, los colaboradores cubanos acudieron a prestar ayuda a los pobladores de un país inmerso en una crisis de la institucionalidad sanitaria y compartir riesgos en la batalla contra la muerte. En señal de complicidad, los estudiantes instalados en un albergue vecino al de los médicos y enfermeras de la isla desplegaron nuestras banderas. Actitudes similares se extendieron a la ciudad toda. En la tarea diaria se consolidaron los ligámenes de respeto y amistad. Pasando por encima definiciones políticas, las autoridades no fueron remisas en reconocer la valía de la cooperación prestada. Después de la despedida, la Mole Antonelliana, imponente edificación que domina la urbe desde la ribera del Po, se iluminó con el nombre de Cuba.

El lector de estas páginas testimoniales descubrirá que, en un planeta dominado por la exaltación desenfrenada del individualismo, por la incitación al consumismo, la consiguiente depredación de sus reservas naturales, un mundo mejor es posible, conducido de la mano por la acción solidaria. La confrontación contemporánea se libra también en el terreno de los valores.

Junto al hospital de Turín, un árbol se fue llenando de cintas, representación simbólica de existencias salvadas. Era el árbol de la vida.

(Prólogo al libro Diario de Turín. La solidaridad en tiempos de pandemia (2021), de Enrique Ubieta Gómez, publicado por la Casa Editora Abril y Resumen Latinoamericano)

(Tomado de Juventud Rebelde)

Se han publicado 6 comentarios



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  • Maria dijo:

    Cada escrito de la maestra inspira a seguir leyéndola. Merece muchos homenajes. Merece q todos los cubanos conozcan su historia, su vida. Gracias

  • Ingchaviano dijo:

    Por favor, cómo se puede obtener el libro?

  • Luis Fonte Galindo dijo:

    Bello prólogo!, incita a buscar el libro.

  • Maura dijo:

    Cuba, su prestigio y el legado del Comandante!!!

  • Naturaleza dijo:

    Bello escrito de la Doctora Pogolotti como nos tiene acostumbrados. No me perdí nunca ningún escrito de Ubieta mientras estuvo acompañando a nuestros galenos en Italia. Ahora quisiera leer el libro.

  • La Bayamesa dijo:

    Bravo Graziella, como siempre sus atinados artículos, en este caso el prólogo al libro de Ubieta, nos ofrecen enseñanzas profundas de cada uno de los temas que aborda. Es cierto a ese mundo donde prevalece lo material, donde lo individual está por encima de lo colectivo siempre debiera llegar un soplo de solidaridad, esa ayuda desinteresada que pone al hombre por encima de todo, y le ayude a apreciar a esos hombres, a esos pueblos cuan importantes son esos valores.

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Graziella Pogolotti

Graziella Pogolotti

Crítica de arte, ensayista e intelectual cubana. Premio Nacional de Literatura (2005). Presidenta del Consejo Asesor del Ministro de Cultura, vicepresidenta de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, miembro de la Academia Cubana de la Lengua y presidenta de la Fundación Alejo Carpentier.

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